Por los circuitos de la percepción


En una secuencia capital de Cemetery of splendour, Apichatpong Weerasethakul invitaba al espectador a asistir a un paseo que proponía el concepto de espacio como un ambiente geográfico donde podían aflorar, si se abrían los canales propicios, los comportamientos y las emociones de las personas del ayer, a la vez que los sustratos de memoria allí depositados. Guiada por un médium, la protagonista recorría un parque en estado de trance e iba indicando la ubicación exacta de las dependencias palaciegas que se habían levantado sobre el lugar mucho tiempo atrás. El vídeo-creador mexicano Bruno Varela adopta una estrategia similar en el mediometraje Placa Madre y la lleva más allá porque, a diferencia de lo rodado por el director tailandés, que se limitaba recoger con su cámara la representación del ritual, esta pieza audiovisual es el trance en sí, pretendiendo convertir al espectador en el protagonista de la experiencia.

Hay también un guía y se llama Félix, un paisano del altiplano peruano-boliviano, que camina por los parajes de la denominada Ciudad de la Piedra, una zona geológica que según las estimaciones tendría 10.000 años de antigüedad. La conforman rocas volcánicas a las que la erosión han conferido semejanza a un trazado urbano misterioso y ancestral. O a la placa base de un ordenador — de ahí la idea que da pie al título —, por los circuitos, estructuras y unidades de memoria que se abigarran sobre la misma. Bajo un planteamiento emparentado con la Teoría de la deriva que estableciera Guy Debord, la película se construye en torno a un Félix que avanza hacia adelante, sin una meta específica, mientras comenta aquello que surge al pasar por los senderos y entre las piedras, como son los túmulos precolombinos, el encuentro con los últimos pastores de llamas o unos orificios misteriosos sobre la roca que establecen líneas de comunicación con otros tiempos y espacios. Todo lo que había allí. Surgen a retazos y se superponen, ante los ojos del espectador, los secretos, los relatos acumulados durante los siglos, en forma de imágenes en múltiples formatos (súper 8, vhs, digital) que Varela, un alquimista de lo visual antes que otra cosa, ha ido incorporando a su archivo personal, y ahora monta o manipula a su conveniencia.

Por lo tanto, la pieza es el acto ceremonial que propone un video-artista, el viaje a través de la placa madre de un conocimiento no ordinario. El creador pretende articularla al mismo tiempo como práctica narrativa o, al menos, ir más allá de la premisa que otorgaría un mero epígrafe al caudal de artesanía visiva. Para ello, aparte de aplicar pinceladas argumentales, Varela vertebra el metraje a partir de las palabras y el relato que Félix va desgranando durante su caminar.

Dos problemas en relación con esas y otras palabras afectan a la cinta y arruinan el conjunto, si bien serían ajustes subsanables sin mayor dificultad en una nueva postproducción. Primero, hay una serie de voces en idiomas indígenas cuya traducción al español en los subtítulos resulta a menudo incomprensible, por errores sintácticos e incoherencias. Segundo, peor todavía, el hecho de no haber transcrito los discursos de Félix, abandonando así al espectador ante un murmullo ininteligible, pues la dicción del caminante es muy particular y la toma en directo del audio deja mucho que desear. El poco cuidado con las palabras impide el acceso a una información capital. En definitiva, a la misma cinta en sí. Aunque igualmente se adivinan los déficits. A quien teclea la presente crónica se le escapan el sentido de varias decisiones del médium Varela (la mezcla de imágenes tomadas en México y Bolivia) y más de una justificación (el hueco que comunica lugares, el origen de las cajas con documentos gráficos). Demasiada confusión enturbia las vías hacia la percepción.


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PLACA MADRE

Dirección y montaje: Bruno Varela

Género: experimental, documental, fantástico. Méjico, Bolivia, 2016

Duración: 54 minutos

 


 

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