Entrevista con la actriz de Verano 1993 Santiago Alonso «Sabía que estábamos haciendo algo especial, lo que pasa es que nunca te imaginas tantos festivales, tanto recorrido. Ha sido una […]
«Sabía que estábamos haciendo algo especial, lo que pasa es que nunca te imaginas tantos festivales, tanto recorrido. Ha sido una sorpresa. Le estoy muy agradecida a Carla por haberme hecho participar en el proyecto. Y estoy feliz. Muy feliz». Quien habla es la actriz Bruna Cusí a pocos días del estreno, por fin, en salas de Verano 1993, la cinta que ha dirigido Carla Simón y que desde hace meses va recogiendo elogios allá por donde pasa. Y también premios, como el de Mejor Ópera Prima en Berlín y la Biznaga de Oro en Málaga entre otros. Aunque el encuentro con el periodista tiene lugar una horrible tarde de calor difícilmente soportable, y tras dos o tres jornadas de intensa promoción por parte de la intérprete, esa felicidad que Bruna siente y cuenta nada más empezar la conversación resplandece sin mella en su actitud y manera de charlar.
Para Bruna, Verano 1993 ha supuesto un paso firme más en su carrera cinematográfica, el mismo año de su entrada a lo grande con una importante participación en Incierta gloria, el último largometraje de Agustí Villaronga. Un paso firme y complejo, como se pondrá a explicar, sentada en el alfeizar del gran ventanal de un café que da a una plaza del Madrid de los Austrias. Y es que la experiencia se salía de lo corriente por el trabajo de preparación colectiva junto a las dos benjaminas del reparto. El centro de la pantalla lo ocupa una fantástica niña llamada Laia Artigas que da vida a la pequeña huérfana Frida, pero, dentro del mundo de los mayores, el personaje de Bruna ocupa el lugar más importante. Interpreta a Marga, una joven ante el reto de adoptar a una sobrina después de la muerte de su cuñada. Junto a ellas están David Verdaguer (10.000 km), el marido de Marga y Paula Robles, la otra pequeñuela, y entre los cuatro han levantado una familia de ficción que está basada en una real, la de la realizadora.
El registro naturalista y la destreza para bucear por la psicología infantil son las mejores bazas de una sorprendente película autobiográfica que llegará a Francia el próximo mes, así como a Italia y Estados Unidos más adelante. La han comprado, incluso, en China y Turquía. Hablando sobre el estreno nacional, casi al acabar el encuentro con la Revista Insertos, Bruna comentará: «Las personas cercanas que la han visto salen emocionadas. Esperemos que la gente tenga tiempo para ir a verla, que dure más de una semana». Lo espera y desea también el periodista, quien ha admirado el optimismo, el empuje y el disfrute de la profesión que demuestra sentir la actriz.
¿Cómo llegaste a Verano 1993? ¿Conocías a Carla de antes?
No, no la conocía. Llegué a través de un casting que hizo Mireia Juárez. Carla buscaba para Marga y todos los personajes a actores que se parecieran un poco en energía y en esencia a las personas reales en las que se basan. Fue con improvisaciones, no había guión, y me entendí muy bien con Carla. Ella vio que tenía muchas cosas en común con Marga. A partir de ahí, hice algún casting con las niñas y con David Verdaguer, que hace de Esteve para ver si encajábamos y podíamos formar una familia.
El proyecto tenía sin duda sus atractivos. ¿Hubo algo determinante en tu decisión para embarcarte en él?
Me llegó mucho el hecho de que fuera una historia personal. Por otro lado, en el 93 yo tenía también seis años, como el personaje de Frida. Me transportó a ese verano que yo también viví, evidentemente sin el contexto que tiene Frida, sino el mío. Volver un poco a esa infancia y a todo el tema del sida, que en su momento era tabú, y ahora sigue siéndolo, me parecieron cosas muy interesantes de tratar. Además, con la sutileza con la que Carla lo hace en el guión. Luego, claro, en el rodaje con niñas es duro y dices: «Madre mía, ¡dónde me he metido!». Pero siempre tuve muy claro que esta peli iba a ser bonita, que iba a funcionar.
Viendo unos vídeos vuestros del Festival de Málaga en los que apareces jugando con Laia y Paula, he pensado que un actor tiene que hacerse amigo de los niños para trabajar con ellos, algo que no sucede necesariamente con compañeros adultos.
Bueno, en mi caso, más que amiga, lo mío era cumplir con un rol parecido al de una madre. También en la vida real. Es muy curioso, la relación que tengo con las niñas muchas veces es muy maternal. Porque ha continuado esa relación. «Tengo sed. Quiero ir al baño. Tengo calor…». Me piden cosas que hace más una madre y no una amiga que se ocupa de ellas. Antes de rodar hicimos con Carla casi dos meses de ensayo. Al principio quedábamos los fines de semana en Barcelona y, antes de pasar a preparar las escenas, pues estábamos días juntos. Hacíamos un pastel, íbamos al parque o a la biblioteca para irnos conociendo y crear, ya desde el principio, el rol de madre con las dos. Después comenzamos a trabajar escenas desde la improvisación, situaciones que eran anteriores a la película, como la noticia de la madre de Frida, para que así se hubiese generado una relación familiar muy fuerte antes de rodar. Para mí fue difícil porque no soy madre en la vida real, y recuerdo que Carla me decía a veces que no fuera tan simpática con la niña, que tenía que ser más dura o que tenía que reñirla en determinados momentos. Tenía que poner límites.
Eso durante los ensayos, pero ¿y en el rodaje?
Claro, es muy distinto. Rodábamos pocas secuencias al día, repetíamos mucho. Las niñas no se aprendieron nunca el guión. Nosotros lo sabíamos, pero Carla no nos lo hacía memorizar. Quería que estuviéramos abiertos a cualquier espontaneidad que surgiera. Íbamos repitiendo hasta encontrar ciertas cosas que Carla quería que sucedieran durante la secuencia. Es muy pesado, como adulto, porque no estamos acostumbrados a repetir veintiuna mil veces lo mismo. Pero pasó algo curioso. Yo no estaba preocupada por mí. Tenía la atención puesta en las niñas, para poder ayudarlas y hacerles algo de guía. Y esto hace que te olvides un poco de ti. El nivel de escucha por parte de ellas era muy alto, por lo que para mí fue un acto de generosidad que ellas tuvieron conmigo. No sé, tiene cosas positivas y otras en las que es más cansado, más duro. De repente, te das cuenta que estás más al servicio de una película que de un personaje. También lo estaba del personaje, pero contábamos una historia colectiva y había que ayudar a las niñas porque tenían todo el peso de la película.
Bruna Cusí y Paula Robles en Verano 1993
Los adultos quedáis casi siempre en segundo plano.
Claro, la cámara está puesta desde el punto de vista de la niña. El mundo adulto tú lo percibes porque nosotros tuvimos que trabajarlo. Cómo lleva Marga el duelo de la muerte de su cuñada y el proceso de adopción, qué le pasa a la pareja, cómo viven la situación, las discusiones… Todo esto que se ve y no se ve, David y yo lo teníamos muy claro. Tú luego lo percibes, pero no lo ves. ¡Es trabajo del actor!
Aun así, entre los adultos, tu personaje es el que está más desarrollado respecto a los demás. Vas a ser la nueva madre y también tienes un gran reto por delante. Mayor que el del nuevo padre, seguramente.
En el caso de Frida, sobre todo porque el padre murió antes de que ella naciera y no había tenido un referente paterno. Uno materno, sí. Era sustituir una madre por otra, algo que me parece más complejo.
El proceso está muy bien contado. Es largo y complicado, hasta que se llega a la escena en que Frida empieza a hablar, por vez primera, sobre su otra madre, la de antes.
Esa es crucial. El personaje de Marga es muy práctico y lo que quiere es tirar hacia adelante. Frida lleva muchos años sin tener una rutina, unos límites. Marga piensa que hay que ponérselos, quiere que la niña esté bien educada, que haya equilibro con la más pequeña. Que se adapte lo antes posible al mundo rural, al verano y, después, a la escuela. Para mí hay dos escenas muy importantes. Cuando la Frida se escapa y luego vuelve diciendo que ya se irá mañana porque ahora está muy oscuro. Marga, por la noche, entra en la habitación de la niña y se acurruca a su lado. Es el primer abrazo, el primer contacto con cariño que ves. Y luego ya, está escena que tú dices, cuando ves que Frida está tranquila y puede empezar a hablar. Marga la trata ya como alguien que puede entender. Esa fue una de las primeras escenas que rodamos. Tardamos mucho, pero la recuerdo como una de las más potentes que he rodado nunca en mi vida.
No seguisteis, entonces, un rodaje cronológico.
No pudo ser, porque había cambios de localización. El interior de la casa era en una y el exterior era en otra. Las secuencias eran planos largos, no había cortes. Fue por orden de momentos de importancia.
A mí hubo una cosa que me despistó un poco. ¿A qué se dedicaba la familia con exactitud? Hasta la mitad o más de la película no vemos que regentáis un bar. Al principio pensaba, por aquello que se ve en pantalla, que erais sólo una familia muy hippie.
Esteva se dedica sobre todo a reconstruir y hacer muebles. Marga tiene un trabajo de media jornada en la piscina del pueblo, donde hay un bar, y Esteva la ayuda de vez en cuando. Esto salía en la película, pero se han cortado algunas escenas. Todo está copiado de la realidad. Los padres de Carla se dedicaron a esto durante un tiempo, son gente que ha tenido trabajos diversos.
¿Se ha quedado mucho material fuera?
Alguno. No mucho, pero alguno sí. De la piscina, un día que ella se tenía que bañar y no acabo de salir bien la escena, por foto y eso. Al final se quitó.
Bruna, este ha sido tu año con dos estrenos importantes, Incierta gloria de Agustí Villaronga y Verano 1993.
¡Espero que no sea el último y que sea el primero! (Ríe). Es el año en que me estoy dando a conocer de alguna manera, aunque he estado tres años rodando. Te digo tres porque antes de éstas hay otra, que se estrenará a finales de año, y rodé en Irlanda. Se llama Ardara. Poder trabajar en rodajes por primera vez ha sido como un sueño. Este año estoy recogiendo lo que he cosechado.
Hasta ahora, has tenido una formación muy completa y variada. Cuéntame un poco aquello que destacarías más.
Hice el Institut del Teatre, en la especialidad de gesto, algo más de creación. A partir de ahí, me apasioné por la Commedia dell’Arte y me fui a Italia a hacer un stage. Hice otro como oyente en París con Ariane Mnouchkine. Ella tiene una forma muy familiar de trabajar lo gestual que me interesaba mucho. Luego me cogieron para la serie Polseres vermelles, donde me di cuenta que me gustaba mucho la cámara, pero con la que no tenía mucha idea de trabajar. Me apunté al estudio de la Laura Jou, donde se hace entrenamiento de actor profesional, y tuve allí diferentes coaches y profesores. Desde entonces me siento mucho más preparada para el cine, que es lo que ahora me tira. Me gusta mucho estar formándome constantemente. Hace poco hice un curso con Julio Manrique. Es una carrera de fondo en la que hay que ir siempre aprendiendo cosas nuevas. Y después, que me gusta meterme en todos los follones del mundo. En videoclips, cortos, cualquier tipo de rodaje. Siempre que el proyecto me guste y me atraiga a nivel personal. Soy muy inquieta, muy inquieta. No paro.
¿Cómo fue la experiencia con Villaronga?
Había hecho un curso con Agustí dos años antes de rodar la película. Durante ese curso trabajé escenas con el personaje de Trini y tuve un enamoramiento profesional desde el primer día. Me parece que es un maestro. También me atrapó el personaje. Cuando leí el guión, dos años antes, te cuento, dije que esa era yo. Y dos años después me llama. «Bruna, ya sabes quizás para qué te llamo.» «Bueno, espero que sí, pero no lo sé. Dímelo tú.» (Dice sonriendo, como si fuera algo que le acabara de suceder ayer mismo). Se hizo un casting, porque también había otra actriz, que era más famosa. Agustí ha sido como un padrino, porque ha apostado por mí al cien por cien. Me ha dado el gran regalo. El rodaje fue increíble, estar con Marcel Borrás, Oriol Pla, Núria Prims, Luisa Gavasa, Juan Diego… Para mí fue el primero a lo grande. Iba muy pez en muchas cosas y ha sido como una mili. Tenía que estar a la altura que me pedían y a la altura de Agustí. Ojalá pueda volverá trabajar con él.
Asistimos ahora a una eclosión fantástica de nuevas directoras, muy jóvenes. Tú has podido participar en la película de Carla, que es una de dichas directoras. ¿Cómo se ve desde la posición de una intérprete este fenómeno?
Ojalá que no se quede solo en un boom, sino que lleguemos a que sea algo normalizado. Que haya directoras de cine que hagan películas. Yo he tenido muy buena suerte tanto con directores como con directoras. No separaría en géneros, lo que importa es el proyecto, la historia que quieres contar. Creo que hay muchos hombres que a la hora de contar historias y personajes femeninos son muy interesantes también. O, por ejemplo, Verano 1993 es una película que llega mucho al público masculino. O sea, no es que las mujeres escriban o dirijan solo para mujeres. En todo caso, yo como actriz, lo que me gustaría pedir, y creo que está ocurriendo, es que haya personajes femeninos distintos, fuertes, vulnerables, de todo tipo. Que no sea todo un modelo de mujer estandarizado. En Estados Unidos esto está empezando a cambiar, y aquí también, sobre todo en cine.
¿Contemplas la posibilidad de trabajar fuera?
Estoy con el inglés. Hice un curso con Luci Lennox para actuar en inglés y me pareció un juego muy divertido. Me gustaría también trabajar en Francia. Poco a poco, estoy empezando a despegar. Mi intención no es ahora mismo viajar. Me gustaría trabajar en el cine de aquí. Hay muchos directores con los que poder trabajar. Para empezar, repetiría. Con Carla, con Xavi [Puig] y Raimon [Fransoy], que son los directores de Ardara. Con Agustí. Me gustan mucho Jaime Rosales, Jonás Trueba, Cesc Gay, Nelly [Reguera], Mar Coll, Roser Aguilar… ¡Seguro que me falta por decir alguien! Pues mira, con todos. Quien me coja para la próxima película, ¡seguro que me va a gustar!