Las golondrinas de Kabul (Les hirondelles de Kaboul)
Acuarelas en ruinas Yago Paris En su crítica sobre la película de animación El cuento de la princesa Kaguya, el crítico Jordi Costa abordaba uno de los aspectos estéticos más […]
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Acuarelas en ruinas Yago Paris En su crítica sobre la película de animación El cuento de la princesa Kaguya, el crítico Jordi Costa abordaba uno de los aspectos estéticos más […]
En su crítica sobre la película de animación El cuento de la princesa Kaguya, el crítico Jordi Costa abordaba uno de los aspectos estéticos más relevantes del filme: la relevancia del espacio en blanco, sin dibujar. Costa definía las imágenes de la obra de Isao Takahata como una «presencia frágil brotando en el centro de un vacío, reforzando su condición de auténtico milagro». En las pinturas en acuarela de este anime la ausencia se convertía en poderosa presencia, en una aproximación esencialista al relato que potenciaba el significado de lo que se mostraba en la pantalla. A primera vista, algo muy similar ocurre en Las golondrinas de Kabul, una cinta de animación cuya propuesta formal imita el acabado de la acuarela —en realidad se trata de animación por ordenador— y expone una estética de pintura inacabada, aunque en este caso la idea de partida y el resultado final sean bien distintos a los de la obra nipona.
La película de la actriz y directora Zabou Breitman y la animadora Eléa Gobbé-Mévellec, que supone el debut de ambas en el largometraje animado, adapta la novela homónima de Yasmina Khadra —seudónimo del escritor argelino Mohammed Moulessehoul—, donde se narra el trágico destino de dos parejas de diferentes generaciones en el Afganistán gobernado por los talibanes a finales del siglo XX. El objetivo de la historia consiste en exponer el horror del integrismo islámico y las consecuencias sobre la vida de los civiles, con especial atención al atroz tratamiento de la mujer. La Kabul en ruinas del relato se retrata mediante imágenes incompletas, metafóricamente en ruinas, donde los espacios en blanco podrían entenderse como vacíos, abismos a los que una población indefensa debe enfrentarse en su día a día.
Al mismo tiempo, existe un contraste evidente entre la representación de la noche y del día. Estos espacios se magnifican en este segundo caso, pues, de la misma manera que se reflejan las ruinas de lo que en su día fue y ya no es —un estado con cierta paz y libertad—, también se muestra la voluntad de vivir a pesar de todo. La radiante luminosidad de las escenas diurnas se hermanan con la vitalidad de El viento se levanta, donde se explicitaba la misma voluntad de aprovechar la vida aunque la situación política sea del todo desfavorable —en aquel caso, el Japón belicista de la Segunda Guerra Mundial— a través de los versos de Paul Valery: «El viento se levanta, tenemos que tratar de vivir». A pesar de que Las golondrinas de Kabul comparte puntos de partida estéticos y subtextuales con dos obras cumbre de la animación japonesa, el desarrollo de la cinta poco tiene de similar. Se trata de un nuevo ejemplo de cierto cine social, habitualmente catalogado de necesario, con todo lo problemático que ello conlleva. Como ocurría con otra obra de animación como El pan de la guerra, se justifican flagrantes lagunas narrativas y formales a partir de un discurso estereotipado, normalmente orientalista y lleno de golpes bajos dramáticos, que apela a una emotividad desaforada, reconfortante para el espectador occidental de clase media y sugerente para el circuito de festivales europeos. Quizás habría que preguntarse qué es verdaderamente necesario a la hora de hacer una película, y dónde queda el cine como lenguaje cuando dicho discurso, habitualmente con la profundidad de una reflexión de barra de bar, lo fagocita todo.
El citado texto de Jordi Costa concluía con una extraordinaria cita de una de las figuras clave de la animación, Norman McLaren, quien decía que la animación no es el arte del dibujo en movimiento, sino el arte del movimiento que está dibujado. Para entender con mayor profundidad los problemas de Las Golondrinas de Kabul, quizás habría que preguntarse qué justifica que esta cinta sea de animación y no de acción real, más allá del estereotípico y superficial punto de partida que se ha descrito anteriormente. O, aplicando las reflexiones de McLaren, habría que plantearse dónde está el movimiento —el uso de la animación como herramienta creativa y expresiva— en unos dibujos que solo aspiran a ser el recipiente de un relato.
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LAS GOLONDRINAS DE KABUL
Dirección: Zabou Breitman, Eléa Gobbé-Mévellec
Reparto: Simon Abkarian, Zita Hanrot, Swann Arlaud, Hiam Abbass, Jean-Claude Deret, Sébastien Pouderoux, Serge Bagdassarian, Michel Jonasz.
Género: drama social. Francia, 2019.
Duración: 80 minutos.