Las inconsistencias de cierto cine social

Yago Paris


El debut en la dirección de la actriz turco-francesa Deniz Gamze Ergüven fue Mustang, una cinta de 2015 donde se denunciaba la atroz situación que vive la mujer en la Turquía rural contemporánea. El éxito que tuvo de público y crítica fue rotundo, gracias a su capacidad para generar reacciones emocionales, y por la terrible descripción que hacía de un atentado contra la libertad humana. Sin embargo, cuando se analizan las herramientas narrativas que se utilizaron, quizás lo más conveniente sería preguntarse por qué tuvo tan buena acogida una película que fracasaba con rotundidad en el objetivo que tan a las claras se había marcado: explicarle al resto del mundo cómo es la Turquía musulmana actual en el ámbito rural. ¿Qué se muestra en la obra que nos diga que, en efecto, se ambienta en Turquía, más allá de que los personajes hablen turco y se mencionen localizaciones como Estambul? ¿Qué parte de la cultura turca se nos explica, de tal manera que podamos entender mejor cómo se ha llegado a los problemas descritos? ¿Por qué, exacta y concretamente, les está sucediendo lo que se cuenta a las mujeres de ese país? ¿Qué hace diferente al caso turco de otros similares? A fin de cuentas: cuando uno termina de ver la película, ¿realmente ha aprendido algo que no supiera ya sobre Turquía?

Esta situación no se limita a una película como Mustang, sino que, de hecho, es una tendencia muy común en cierto cine de activismo social, que funciona muy bien en el circuito de festivales europeos y que el público occidental acoge con vítores. A este grupo de películas pertenece una cinta como El pan de la guerra (The Breadwinner), que aborda cómo el fundamentalismo islámico se ha apoderado del Afganistán actual, reprimiendo con brutalidad a la población, especialmente a las mujeres. La responsable es Nora Twomey, codirectora de El secreto del libro de Kells junto con Tomm Moore, que en esta ocasión da el salto en solitario en la realización adaptando la novela homónima de Deborah Ellis, que escribió basándose en una serie de testimonios de refugiadas afganas. La aproximación al conflicto es idéntica a la que se daba en Mustang. Apenas aparece ningún tipo de contextualización histórico-cultural —salvo una raquítica introducción en forma de cuento que narra el padre a la protagonista, que apela más a las emociones que a la problemática intrínseca del país— y se apuesta todo al drama humano de una población victimizada que sufre los constantes y aleatorios ataques de los talibanes, que son retratados como auténticas bestias inhumanas. En su favor cabe decir que, a diferencia de la cinta turca, aquí sí aparece cierto contrapunto humanizador en algún que otro personaje secundario, pero eso no impide que el discurso mantenga un patrón basado más en el golpe bajo emocional que en la descripción del conflicto y sus matices.

En esta ocasión también sería harto conveniente preguntarse, una vez terminada la película, qué hemos aprendido de Afganistán y su sociedad que no supiéramos antes de ver la obra. Es completamente cierto que sería injusto —en muchos casos, directamente absurdo— exigirle a todo filme que ejerza una labor divulgativa. El problema es que esa es, precisamente, la razón de ser del cine de activismo social, por lo que, una y otra vez, cintas como El pan de la guerra o Mustang caen en una inconsistencia de base. Sin embargo, para quien esto escribe, el mayor problema de la obra no es este, sino que se trate de una cinta de animación y este dato no haya sido necesario mencionarlo hasta este momento. Al basar todo su peso en el guion, la película del estudio irlandés Cartoon Saloon desaprovecha la oportunidad de sacarle partido a un formato diferente al de la acción real. Destacan solo los momentos donde se recrean en imágenes las historias que diferentes personajes cuentan —el estilo cambia a una suculenta imitación por ordenador de la estética de la stop motion en dos dimensiones. Quizás una manera oportuna de definir El pan de la guerra sea como una película que pretende hablar del conflicto afgano sin hacerlo, creando para ello un universo de animación al que no saca partido.


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EL PAN DE LA GUERRA (THE BREADWINNER)

Dirección: Nora Twomey

Reparto: Saara Chaudry, Soma Chhaya, Noorin Gulamgaus, Laara Sadiq, Ali Badshah, Shaista Latif, Kanza Feris, Kawa Ada, Kane Mahon

Género: Drama, cine social. Irlanda, 2017.

Duración: 93 minutos.

 


 

1 Comentario »

  1. ¿Los talibanes no son auténticas bestias inhumanas? ¿Hay que «contextualizar el conflicto»? ¿Cómo se «contextualizan» las bombas puestas a ciegas en un mercado, por ejemplo? ¡Qué parecido me suena esto a lo que se decía de los desalmados que ponían bombas en hipermercados o en casas-cuartel! El asco que me produce también es parecido.

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