El viento se levanta (Kaze tachinu)
Entre la excelencia y el bochorno: apuntes de una divergencia crítica Yago Paris En una carrera tan coherente en temáticas y aproximaciones a la animación no sorprende que, en su […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Entre la excelencia y el bochorno: apuntes de una divergencia crítica Yago Paris En una carrera tan coherente en temáticas y aproximaciones a la animación no sorprende que, en su […]
En una carrera tan coherente en temáticas y aproximaciones a la animación no sorprende que, en su momento, el año 2013, El viento se levanta fuera el broche de oro a la filmografía de Hayao Miyazaki —quien había anunciado que se retiraba tras este filme, aunque en 2018 rodó un cortometraje y actualmente desarrolla su próximo largo. Esta reelaboración ficticia de un periodo de la vida de Jirō Horikoshi, el ingeniero aeronáutico que proyectó entre otros aviones el archifamoso caza nipón Mitsubishi A6M «Zero» de la Segunda Guerra Mundial, encaja a la perfección en ese sentido. Si uno analiza la obra del cineasta japonés, inmediatamente localizará dos obsesiones que aparecen repetidas veces en sus cintas: dar cuerpo a algo incorpóreo como el viento y dar vida a algo inerte como la máquina. Dentro de esta última, destaca con especial presencia el objeto volador. En el caso que nos ocupa, como en Porco Rosso, la atención se centra en el dibujo de aviones.
Pocas veces Miyazaki había desarrollado una película tan personal. El autor, entregado a sus pasiones, no se lo pone fácil al espectador, a quien apenas le ofrece asideros. La cinta trata, ni más ni menos, que de algo tan específico y poco llamativo para el gran público como el diseño de aeroplanos. Sin embargo, lo que sobre el papel suena poco atractivo, se convierte en un despliegue de fuerza animadora como pocas veces se había visto en su cine. Partiendo de una premisa tan escueta, la posibilidad de desarrollar el aspecto formal de la película es inmenso, lo que permite un cuidado obsesivo del detalle, hasta el punto de que, desde el punto de vista de las dos citadas obsesiones, nunca antes el autor nipón alcanzó tal grado de excelencia: el viento nunca estuvo tan presente, la máquina nunca estuvo tan viva.
Como sucede con cada nueva película de Hayao Miyazaki, el estreno en 2013 de El viento se levanta fue todo un acontecimiento para quienes disfrutan de la prodigiosa capacidad para animar del maestro japonés. La cuestión era que en este caso también se incluían sorpresas desagradables, de esas que no se olvidan. El principal problema venía precisamente del conflicto de Miyazaki con la memoria.
El cineasta declaró en una entrevista que le suscitaba sentimientos muy encontrados la admiración que sentía por la figura de Horikoshi, un mago de la ingeniería que, ¡ejem!, hizo terribles máquinas de matar durante los años de la locura militarista japonesa. En realidad, dichos sentimientos no constituyen ningún inconveniente; es más, abren la puerta a plantearse reflexiones sobre cómo gestionar la culpa, ya sea individual (el biografiado) o colectiva (Japón). Pero sí se convierte en algo problemático cuando se aborda de una manera tan insuficiente, tramposa y, por qué no decirlo, cobarde. Teniendo conocimiento de las víctimas que se cobró el «Zero», incluidos los esclavos chinos y coreanos que acabaron construyendo las unidades del avión, resulta insultante que el único momento en que prácticamente se afronta la cuestión, durante una de las secuencias oníricas, se resuelva con la pregunta que el ingegnere Caproni le plantea al protagonista para limpiar la conciencia de ambos y que guarda relación con aquellos grandes sueños de los artistas que pueden contener una maldición humanitaria: «¿Qué elegirías, un mundo con pirámides de Egipto u otro donde no existieran?».
Tampoco ayuda la decisión de conjugar el relato del protagonista, consistente tanto en sus ansias visionarias como en sus dolores íntimos, con varios modelos narrativos un tanto sorprendentes. La parte melodramática en la que se zambulle Miyazaki deja el peor de los sabores de boca, no por el género en sí, sino por la vertiente elegida, muy siglo XIX y siguiendo los peores estereotipos viejunos de la amada enferma, prácticamente moribunda, y su sacrificio en aras de que el amado cumpla su sueño. La secuencia donde ella sale de la cama para doblar la ropa de un Horikoshi abstraído lo dice todo.
Ver El viento se levanta siete años después da la oportunidad de revisar lo que la memoria construyó en 2013. En el caso de quien teclea estas líneas, todo lo ha encontrado igual.
Puedes ver EL VIENTO SE LEVANTA en Netflix
EL VIENTO SE LEVANTA
Dirección: Hayao Miyazaki.
Reparto: Hideaki Anno, Hidetoshi Nishijima, Miori Takimoto, Masahiko Nishimura, Mansai Nomura, Jun Kunimura, Mirai Shida, Shinobu Ôtake.
Género: melodrama. Japón, 2013.
Duración: 125 minutos.