Realidades ficcionadas | X Festival Márgenes (II)
Jesús Cuéllar / Yago Paris En Revista Insertos afrontamos la segunda semana de cobertura del Festival Márgenes, un certamen que tiene lugar en formato físico en diferentes ciudades de diferentes […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Jesús Cuéllar / Yago Paris En Revista Insertos afrontamos la segunda semana de cobertura del Festival Márgenes, un certamen que tiene lugar en formato físico en diferentes ciudades de diferentes […]
En Revista Insertos afrontamos la segunda semana de cobertura del Festival Márgenes, un certamen que tiene lugar en formato físico en diferentes ciudades de diferentes países iberoamericanos, así como en su modalidad online, del 25 de noviembre al 13 de diciembre, y que recoge una muestra de un tipo de cine producido en los límites de la producción y la distribución. Este año hemos optado por la cobertura íntegra de la sección oficial, que en esta décima edición reúne un total de dieciséis películas que pertenecen a ocho nacionalidades diferentes. Durante las próximas semanas publicaremos una serie de textos conjuntos, donde daremos una visión general de la sección. La primera tanda incluye las críticas de Los continentes (España), Fordlandia Malaise (Portugal), El otro (Chile), Cuando cierro los ojos (México), Sirena (Bolivia) y Las razones del lobo (Colombia).
El recuerdo como pasaje hacia la alienación es el eje central de Los continentes. El filme es un videoensayo donde su autor, Pedro Kanblue, recupera una serie de imágenes de su pasado en las que no se reconoce. El cineasta enseña fotografías y vídeos que pertenecen a diferentes etapas de su vida: el colegio, la escuela y la universidad. Kanblue se siente ajeno a lo que ve, desligado de unos recuerdos que sabe que son los suyos pero que no se puede creer que haya vivido. En el extrañamiento propio de la crisis existencial, el director busca posibles respuestas incluso en épocas previas a su nacimiento, en fotografías de sus familiares. ¿Cómo relacionarse con unas imágenes hechas en la cercanía y la inmediatez de lo cotidiano, cuando se perciben como frías e irreales?
La cinta transcurre de manera íntegra en la pantalla de un ordenador y muestra el proceso creativo de Kanblue en vivo, como si la narración transcurriese en tiempo real y fuera una especie de flujo de conciencia. El realizador visita diferentes carpetas de su ordenador, abre archivos, toma notas, combina vídeos y solapa imágenes, todo ello acompañado por la fundamental presencia de varios elementos sonoros —música, grabaciones, etc.—. La imagen, tan real y objetiva en su retrato de lo que acontece dentro del encuadre, se convierte en un medio incapaz de plasmar lo que verdaderamente estaba teniendo lugar en ese momento. En otras palabras, la imagen —especialmente la fija— capta lo que sucede en términos objetivos, pero fracasa a la hora de capturar la verdadera esencia del instante. En este sentido, el sonido, más abstracto, trasciende la barrera de la acción y golpea de lleno en la emoción, por lo que se convierte en un cierto refugio para un cineasta que trata de reorientarse en el mundo.
Quizás los recuerdos habría que registrarlos en audio y no en vídeo.
Las razones del lobo, de la colombiana Marta Hincapié Uribe, indaga en la propia infancia y juventud de la directora, contraponiendo su situación de privilegio social y económico, simbolizada en un aislado y exclusivo club de Medellín, con las turbulencias vividas en su país y, concretamente, en su ciudad natal desde comienzos de la década de 1980 hasta la actualidad. En medio de una narración profusa en detalles va destacando la figura de la madre de la directora, rara avis por su izquierdismo y deseo de cambios revolucionarios, dentro de un entorno elitista y conservador.
La imágenes de Hincapié, que sólo hablan de comodidad, lujo y tranquilidad, chocan frontalmente con lo que se narra en off, con lo que existe fuera de campo: pobreza generalizada, negociaciones fallidas entre el Gobierno y la guerrilla, o atentados de narcos y asesinatos de amigos de su madre, tan amenazada como ellos, por parte de paramilitares. Es una propuesta sin duda atractiva y eficaz, que, no obstante, adolece de un exceso de información o de datos carentes de una cronología clara, lo que puede llegar a abrumar a los no familiarizados con la historia colombiana reciente.
Sin embargo, cuando vemos a la anciana madre de la directora al final del metraje, quisiéramos saber más sobre ella y sobre su lucha desigual contra un entorno adverso. En obras anteriores como No intenso agora, de João Moreira Salles (2017); Doble Yo, del colombiano Felipe Rugeles; El olvido que seremos de Fernando Trueba (2020, aún no estrenada en salas), e incluso Matar a Jesús de Laura Mora (2017), el padre o la madre de los protagonistas eran las figuras capitales en torno a las cuales giraba todo el relato. Quizá aquí, por pudor personal o por respeto a esa madre enferma y su historia, la directora colombiana haya optado por ampliar el foco o por diluir la atención del espectador en otros elementos; algo que, a juicio de este crítico, resta cierto interés a un conjunto cuyo polo de atracción más poderoso es precisamente esa heterodoxa y valerosa mujer.
Partir de la realidad para abordar aspectos propios de la ficción es uno de los patrones narrativos más habituales en el documental experimental, algo de lo que ha dado cuenta el festival Márgenes a lo largo de sus diferentes ediciones —Navajazo, La tierra aún se mueve, Millions (and Millions) of memories, y un largo etcétera—. En El otro, Francisco Bermejo parte de la situación real de un hombre llamado Oscar Garrido Bastías, y juega con ella para crear una ficción por momentos alucinada. El protagonista del relato vive solo en una chabola situada en una zona apartada de Chile, donde subsiste cazando conejos o recolectando cualquier alimento que se encuentre por la zona. La soledad y cómo esta puede dar pie a la obsesión y la locura es una línea narrativa habitual de la ficción, que en este caso se desarrolla mediante la planificación del encuadre y el montaje. No se sabe cuánto es real y cuánto se ha orquestado entre toma y toma, pero el resultado es la construcción de una personalidad desdoblada en dos figuras interpretadas por el mismo actor, que quizás se ha prestado a seguir las órdenes del director o quizás es una persona que, ya de por sí, habla consigo mismo y piensa que vive con su doble, con lo que lo único que habría hecho Francisco Bermejo habría sido filmar y darle forma a la narración en la sala de montaje.
La construcción precisa del plano y la lógica de las conversaciones parecen indicar que la narración ha sido, al menos en parte, preparada de antemano. Al mismo tiempo, el actor no profesional se comporta con una soltura que nos hace pensar que mucho de lo que sucede delante de la cámara también ocurriría si esta no estuviera presente. Esta incertidumbre es el mayor acierto de El otro, una cinta que, por lo demás, no termina de definir sus intenciones más allá del retrato de un personaje y sus circunstancias, lo que se manifiesta con especial fuerza en el pasaje que transcurre en la ciudad.
Fordlandia Malaise, de la portuguesa Susana de Sousa Dias, se adentra en la selva amazónica para reflexionar sobre lo que supuso la existencia entre 1928-1934 del pueblo Fordlandia, a orillas del río Tapajós, fundado por el industrial Henry Ford para abastecer de caucho sus fábricas de automóviles. Después de un prólogo compuesto por fotografías en blanco y negro de la construcción de la localidad, en cierto momento aceleradas al ritmo de una percusiva música brasileña, en esta cinta también se aprecia un contraste entre lo que vemos —imágenes en blanco y negro, tomadas mayormente desde drones, de la Fordlandia actual, prácticamente deshabitada—, y lo que narran los testimonios en off. Las voces son diversas: unas elogian lo que fue y es Fordlandia («No es una ciudad fantasma», dice una mujer), otras critican la explotación que sufrieron los lugareños a manos de los estadounidenses y ensalzan la revuelta de los primeros, preguntándose si no podría suponer un ejemplo para posibles cambios en la situación actual de la zona y de sus habitantes, los caboclos, herederos de aquellos obreros explotados («¿Por qué no podemos rebelarnos hoy?… Estamos excluidos»).
Sousa Dias da voz a un sentir ancestral que, trufado de mitos originarios y ansias de libertad, pretende reconstruir la memoria cultural y social de un entorno que, con la connivencia del Gobierno brasileño del momento, arrasó el proyecto colonial de Henry Ford. Solo vemos espacios tropicales ribereños prácticamente vacíos, inquietantes fábricas abandonadas o cementerios derruidos, y escuchamos historias de explotación, revuelta y transformación, como la del dios creador O, que pidió al hijo del hombre que insuflara vida a los muertos; o la de Guanambí, la niña-flor liberada por su madre, transformada en colibrí. Siguiendo el hilo de estas narraciones, Sousa Dias acaba transitando del blanco y negro al color, para dejar patente la orgullosa fuerza transformadora de la narración, del testimonio.
El contraste entre lo urbano y lo natural, entre la civilización moderna y la ancestral, entre lo terrenal y lo espiritual, es el punto de partida de Sirena. La cinta de Carlos Piñeiro narra el tortuoso viaje de un grupo de personas de ciudad que llegan a una isla en medio del lago Titicaca para recuperar el cadáver de un compañero. Allí descubren que la comunidad aymara que lo ha encontrado se niega a ayudarlos, pues debido a sus creencias consideran que el cuerpo debe permanecer en el lugar. Los protagonistas tratarán de convencer a los lugareños por todos los medios posibles, en una lenta y frustrante tarea que los dejará al borde de la desesperación.
Estamos ante una obra que se encuentra tan perdida en su propuesta como sus protagonistas en el paraje que visitan. La primera parte es inexplicablemente larga. Puesto que es dolorosamente expositiva —sus imágenes se limitan a explicar la trama—, cuesta entender que no se haya hecho un mayor uso de la elipsis. En su segunda parte, cuando el grupo se divide en tres subtramas, el asunto mejora, pues parece que el poder de sugestión de los inhóspitos parajes naturales cobrará protagonismo, dando lugar a una narración basada en la atmósfera y no en un relato irrelevante por estereotípico. Se trata de una falsa esperanza, pues Piñeiro no muestra interés en nada más que en contar una historia que no esquiva ninguna de las obviedades y lugares comunes a los que se enfrenta, por mucho que se haya escogido una espectacular, pero simplemente preciosista, fotografía en blanco y negro.
En la película mexicana Cuando cierro los ojos, Sergio Blanco y Michelle Ibaven se ocupan de una realidad a la que ya habían prestado atención en trabajos anteriores (el corto La palabra justa, de Blanco, o No hay lugar lejano, de Ibaven, con guion de ambos): la de las minorías lingüísticas en México y la marginación que sufren por no saber español. Al igual que Fordlandia Malaise y Las razones del lobo, Cuando cierro los ojos también recurre a la voz en off, pero aquí sí vemos, aunque sea en pocos fotogramas, a los protagonistas de la historia, los presos Adela (de lengua mazateca) y Marcelino (mixteco), injustamente acusados y encarcelados por asesinatos que no cometieron. Por su evocadora propuesta estética y su voluntad combativa, la película de Blanco e Ibaven deja patente la influencia de la salvadoreña afincada en México Tatiana Huezo (que aparece en los agradecimientos del filme), con cuyo Tempestad tiene muchos puntos de contacto Cuando cierro los ojos.
Sin juicios dignos de tal nombre, sin abogados y sin recursos económicos que les permitan «engrasar» adecuadamente la corrupta maquinaria judicial y carcelaria mexicana, Adela y Marcelino quedan abandonados a su suerte y doblemente aislados por su incapacidad para entender la lengua de las autoridades. En su recorrido por las desgraciadas vidas de estos reclusos y por los entornos en los que viven o han vivido, los directores reflejan la injusticia que impregna la existencia del pueblo llano mexicano y el cinismo de un sistema que, mediante la propaganda que tiene a su alcance, no deja de recalcar la necesidad del patriotismo: «Un gobierno amigo, trabajando para todos», reza uno de sus lemas. Y mientras escuchamos la desgarradora historia de Marcelino, cómo fue torturado por dos policías para que confesara un crimen que no había cometido y cómo fue «juzgado» protocolariamente por un juez que ni siquiera entendía lo que le decía, contemplamos una orgullosa bandera mexicana ondeando al viento, o a los reclusos de una cárcel desfilando marciales con la enseña nacional. Quizá la imagen que mejor capte la inmisericorde naturalización de la violencia sea la de los enmascarados que, en la fiesta del Día de los muertos, bailan y desfilan, pistola al cinto.
Aquí puedes ver hasta el 13 de diciembre las películas de la Sección Oficial de Márgenes 2020
En la estación de renfe un vigilante de securitas direct me agredió verbalmente y gestualmente por 3 vez y añadió varios gestos con el puño cerrado contra mi. Le dije no me amenaces hijo de puta y a partir de ahí las cámaras de detección facial no me dejan entrar en la estación porque antes de llegar ya me están esperando tres o cuatro vigilares jurados para agredirme de todas formas posibles, excepto darme un punetazo. aunque hace año y medio otro vigilante de renfe si me dio un puñetazo y me tiro por el suelo.
El resultado es que llevo año y medio sin poder usar el tren por miedo a otro puñetazo letal
Los que están de parte la la revolucion digital van a saber lo que es temblar
dentro de diez años
Atte
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