Las que no se callaron

Santiago Alonso 


He aquí el ejemplo de cómo una fascinante historia real puede arrinconarse varias décadas en los márgenes de una cultura oficial cortada según los patrones que ya sabemos: en 1975, un par de feministas europeas recorrieron durante varios días Los Ángeles y entrevistaron en vídeo a varias actrices para que contasen lo que suponía ser mujer en la poderosa industria del entretenimiento. El título del trabajo final, que reunía las grabaciones californianas junto con otras realizadas en París, no podía ser más elocuente: Sois belle et tais-toi (Calladita estás más guapa). Aparte de la cantidad de testimonios sobre las tremendamente desiguales y restringidas condiciones en las que se desenvolvían las carreras de estas actrices (aparecen Jane Fonda, Ellen Burstyn, Jenny Agutter, Barbara Steele, Juliet Berto, Maria Schneider, Jill Clayburgh, Millie Perkins, Cindy Williams…), si hay algo fundamental que destila con fuerza cada imagen y cada palabra es una inusitada libertad: de sincerarse y hablar bien alto;  de poder verbalizar por primera vez ante una cámara (el instrumento, recordemos, con el que debían lidiar todos los días) sus ideas.

Pero la historia cobra aún mayor sentido por las dos personas que grabaron y montaron los vídeos. Detrás de aquel ejercicio de meditación colectiva, entre los varios ideados y llevados a cabo por ambas, estaban la francesa Delphine Seyrig y la suiza Carole Roussopoulos, dos representantes del feminismo cuyo activismo pionero merecía desde hace tiempo ponerse de relieve como es debido. Y esa es la misión que, en gran medida, cumple el impecable documental Delphine y Carole que ha realizado Callisto McNulty, cineasta, investigadora cultural y nieta de la segunda.

Conocida por su participación en películas tan señaladas como El año pasado en Marienbad (1961), Piel de asno (1970) o El discreto encanto de la burguesía (1972), Seyrig emprendió a principios de los años setenta un camino personal de conciencia feminista que la condujo a señalar el sexismo estructural que definía, por un lado, a la industria en la que trabajaba y, por otro, a la sociedad entera. Yendo más allá aún, efectuó al mismo tiempo una especie de decostrucción (o, cabría decir mejor, de resignificación) de su oficio de mujer dedicada al cine y que se relaciona con la mirada de los demás, hasta el momento siempre masculina. Un proceso inaudito, y sin duda también valiente, en una artista de cierta relevancia pública, que quizás tuvo el momento más decisivo cuando la intérprete descubrió los talleres de vídeo que organizaba Roussopoulos, un activista consciente de la valía de la nueva tecnología videográfica como un instrumento de acción política. Tal y como recuerda la propia Roussopoulos en una entrevista que contiene el documental, ella fue la segunda persona que se hizo, tras haber sido alentada por Jean Genet, con un modelo de la primera cámara portátil puesta a la venta en Francia (la mítica Sony Portapak). El primer comprador se llamaba Jean-Luc Godard.

El encuentro entre ambas mujeres dio como fruto, aparte de Calladita estás más guapa, una serie de piezas firmadas por el colectivo Les Insoumuses (donde también participaba Ioana Wieder) con un objetivo plenamente reivindicativo y emancipador. Desde grabaciones que realizaban in situ —manifestaciones, encuentros sindicales entre trabajadoras, quedadas para informar y compartir experiencias sobre el aborto libre…— hasta respuestas críticas a la misoginia imperante en la televisión nacional, mediante la rudimentaria pero, a su vez, eficacísima inserción de letreros en distintos fragmentos que se extraían de programas ya emitidos, las cintas que elaboraba este grupo constituían un ejemplo mayúsculo de imprescindible contrainformación. Con sus correspondientes extractos, se citan y se explican unos cuantos de estos trabajos en Delphine y Carole, mientras se van añadiendo otras piezas del puzle, como el acercamiento, por otra parte muy natural, de la actriz a las cineastas Chantal Akerman (su primera colaboración fue el fundamental largometraje Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles), Agnès Varda y Marguerite Duras.

Con rigor, sencillez y suma claridad, se contribuye en apenas 70 minutos a fijar este episodio de historia cultural cuyo sentido sigue vivo y es urgente aún hoy en día. El documental de McNulty, que retoma un proyecto iniciado por su abuela antes de morir en 2009, constituye, además, un magnífico ejemplo de propuesta diferente a un modelo en boga con directores que marcan demasiado su presencia en relatos sobre vidas ajenas, llegando a veces a empañar un poco los buenos propósitos. McNulty se hace invisible, pero su mano está ahí, porque sabe que la manera imperceptible en la que se dispone y dosifica un material tan inspirador resulta un modo perfecto para que este brille con mayor esplendor. Muy fácilmente, Delphine y Carole podrá incorporarse, por su contenido y su mensaje, al acervo personal de mucha gente con inquietudes.


Puedes ver DELPHINE Y CAROLE en FILMIN


Explorar el legado de las musas insumisas

Hasta el 23 de marzo de este año, puede visitarse en el Museo Reina Sofía de Madrid, a modo de perfecto complemento al documental visto en casa, la exposición Musas insumisas: Delphine Seyrig y los colectivos de vídeo feminista en Francia en los 70 y 80. Reúne cerca de 230 obras (entre vídeos, fotografías, carteles y otros documentos) y explica con detenimiento, partiendo de la figura de Seyrig, cómo el feminismo francés de desarrolló a través de prácticas con los medios audiovisuales y de una red de asociaciones creativas entre mujeres del cine, de las letras y de la filosofía.



 

DELPHINE Y CAROLE

Dirección: Callisto McNulty.

Género: documental. Francia, Suiza, 2019.

Duración: 69 minutos.

 


 

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