Un clown manejando dinero

Yago Paris


Hay una escena al comienzo de Embriagado de amor (2002) que plasma con brillantez la personalidad del protagonista interpretado por Adam Sandler. Durante una jornada en su negocio de venta al por mayor, Barry  recibe las llamadas de algunas de sus hermanas —tiene un total de siete—, que le presionan para que acuda a una fiesta familiar. El protagonista, una persona con evidentes problemas para la socialización, precisamente fruto de haber sido maltratado psicológicamente durante toda su vida por sus hermanas, entiende la mera idea de asistir a esa cena como un absoluto calvario.

Como un clown que paradójicamente transmite una ingente cantidad de emociones a pesar de que trata de ocultarlas, la conducta del personaje de Sandler es errática, tal y como denotan sus movimientos nerviosos y su voz tenue, lo que transmite la sensación de que algo no va bien, de que en su interior hay una olla a presión que va a estallar en cualquier momento. La virtud del director del filme, Paul Thomas Anderson, reside en, por un lado, su capacidad para dirigir al actor con el objetivo de que este ofrezca una interpretación muy rica en matices y, por otro, en el uso de un lenguaje cinematográfico que plasma el mundo interior del personaje —como sucede en cualquier buen melodrama estadounidense—, una intimidad que se esfuerza  por ocultar, o que, en realidad, es incapaz de verbalizar. El preciso ritmo de la escena que marca el montaje, pero especialmente la banda sonora, refleja todo lo que está pasando en la cabeza del protagonista, provocando que el público se empape de su ansiedad.

Algo muy similar sucede en Diamantes en bruto, la nueva cinta de Ben y Joshua Safdie, que distribuye la plataforma de vídeo bajo demanda Netflix y que también protagoniza Adam Sandler. El actor nacido en Brooklyn interpreta a Howard, un judío obsesionado con el baloncesto que regenta una joyería ubicada en la neoyorquina calle 47, conocida como el distrito de los diamantes, un microcosmos malsano donde habita todo tipo de personas de dudosa moral, desde rateros hasta prestamistas chupasangres, pasando por matones y organizadores de apuestas. Pero Howard parece llevarse la palma. Egoísta, ludópata, mentiroso, manipulador, embaucador, se trata de un ser indeseable. Es la cara más grotesca del capitalismo desbocado, alguien a quien no le tiembla el pulso a la hora de jugar con el dinero, el trabajo o la vida de las personas que lo rodean con tal de aumentar sus beneficios.

Un día recibe una gigantesca gema. Se propone venderla al mejor postor, mientras trata de escaquearse de su cuñado, quien lo persigue por la ciudad junto con dos matones para recuperar el dinero que Howard le debe —una suma que este último invierte y reinvierte constantemente en apuestas. A partir de ese momento se inicia una espiral de mentiras y juego sucio, donde Howard sufrirá todo tipo de calamidades, todas ellas fruto de una infinidad de malas decisiones que él mismo ha tomado, pues su ceguera por el dinero le impide ver la cantidad de berenjenales en los que se mete y que son propios de un universo donde no es recomendable jugar con la economía ajena.

A pesar de que desde el punto de vista del tono y de la estética son dos películas diferentes —un melodrama frente a un thriller—, la propuesta formal de los hermanos Safdie recuerda a la de Paul Thomas Anderson por la presencia en las imágenes y los sonidos del desparramado flujo de pensamiento y las emociones del protagonista. La narrativa se convierte en un frenesí cocainómano de acciones filmadas con la intensidad y la opresión que produce el uso de un teleobjetivo, especialmente cuando los directores encierran a sus personajes en primeros planos. La fotografía, de tonos decolorados y fríos, le hurta cualquier atisbo de magia a la Gran Manzana, convirtiéndola en una ratonera. La forma, por tanto, construye el escenario perfecto para que otro clown, que esta vez es puro caos e imprevisibilidad, se mueva a sus anchas, con la diferencia de que en esta ocasión el público no solo experimenta las emociones del personaje, sino también, y muy especialmente, las consecuencias de sus actos, que sufren quienes entran en contacto con él. La película ofrece una mezcla de estrés, ira y agobio, pero siempre con un punto de distancia cómica.

Señala Eulàlia Iglesias en las páginas de Caimán Cuadernos de Cine que la actuación de Adam Sandler recuerda a la «pulsión desestabilizadora» de cómicos como Jerry Lewis o los hermanos Marx. Y no anda desencaminada, pues cita a dos de las máximas referencias del clown cinematográfico, cuyos respectivos estilos Sandler parece haber tomado como referencia, pero no para imitarlos sino para retorcerlos hasta lo grotesco. Con un negrísimo humor, un afinado manejo de la tensión y un actor en estado de gracia, los hermanos Safdie firman en Diamantes en bruto la asfixiante huida hacia delante de un perdedor obsesionado con ganar, un viaje autodestructivo donde reina la tragicomedia.


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DIAMANTES EN BRUTO

Dirección: Ben y Joshua Safdie.

Reparto: Adam Sandler, Kevin Garnett, Idina Menzel, Keith Stanfield, Julia Fox, Eric Bogosian, Judd Hirsch, The Weeknd, Sean Ringgold, Sahar Bibiyan.

Género: thriller. Estados Unidos, 2019.

Duración: 135 minutos.

 


 

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