Proteger al pederasta

Santiago Alonso 


En febrero de este año coincidieron dos hechos relacionados con la nula credibilidad que demuestra una institución tan enormemente opresora como es la religión católica: la conferencia promovida por el papa Francisco sobre la pederastia en el seno de la Iglesia (una reunión difícilmente imaginable en el pasado, pero cuyos decepcionantes resultados la elevaron apenas al rango de paripé) y la publicación de Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano (edición española en Roca Editorial). El demoledor libro de Fréderic Martel trata, en realidad, sobre la omnipresencia de la homosexualidad en todos los estamentos eclesiásticos, pero, remarcando que no existe un vínculo entre esta y los abusos a menores, sí plantea que la misma cultura del secreto que se deriva del imperativo de ocultar dicha condición sexual también protege a los abusadores.

Con independencia de una u otra teoría explicativa del origen de la cuestión, nada debe refrenar la necesidad imperiosa de solucionarla y de acabar con el horror que afecta a tantas víctimas. Y visto lo visto, al no atisbarse intento alguno de justicia efectiva por parte de la Iglesia respecto a los delitos, parece que solo caben las instancias judiciales. Igualmente, existen muchas maneras de abordar el tema, de contarlo en películas y libros, casi todas válidas si el objetivo es la firme denuncia. No ha elegido François Ozon ni la más tremenda ni la que se detiene más en el análisis de las causas; de hecho opta por lo que en principio podría parecer una perspectiva narrativa a veces aséptica y con estilo casi notarial. Ahora bien, nadie podrá acusarle de no poner los puntos sobre las íes: Gracias a Dios demuestra sin ambages que la jerarquía eclesiástica ampara el comportamiento de los depredadores sexuales que visten sotana.

Basándose en el caso real de Bernard Preynat, el sacerdote de la diócesis de Lyon acusado de abusar de boy-scouts durante décadas, Ozon plantea una cinta animada por algo que escasea hoy casi más que nunca: el compromiso civil. Sin bien existe detrás un arduo proceso de documentación, principalmente con el acercamiento del autor a varios responsables de la fundamental y ya célebre web acusadora La parole libérée (La palabra liberada), Gracias a Dios no se presenta como una versión de Spotlight a la francesa, o sea, un relato con sus dosis de suspense y adrenalina periodística; es más, no deja de resultar significativo que escuchemos la asunción de culpabilidad por parte del cura ya durante los primeros minutos. Como mucho, el director de Sitcom y Joven y bonita se permite un prólogo de alto contenido simbólico a cuenta de Nuestra Señora de Fourvière, la basílica que vigila desde una colina la ciudad, muy tradicional, donde ocurrieron los hechos. Todo lo que hay a continuación es un retrato colectivo que forman, precisamente, las miles y miles de palabras dichas por quienes deciden no callar… y que no les tomen el pelo.

Al cineasta le interesa hablar más sobre el dolor que experimentan las víctimas y explicar por qué se han visto abocadas a la indignación y la rabia. Para ello ha elegido fijarse con detenimiento en tres hombres de muy diferente condición socioeconómica y cultural —por ejemplo, uno sigue siendo católico practicante— que  exteriorizan de forma muy diferente el sufrimiento. A cada uno le destina un acto de la narración, sucediéndose cronológicamente según avanza la creación y lucha de La parole libérée. Sin ocultar las diferentes sensibilidades y disensiones entre quienes llevan la asociación, rinde un sincero y sentido homenaje a unos individuos que comparten sus respectivos procesos de curación. Y mientras, Ozon invita al espectador a reflexionar sobre la clave que apunta: el perdón. El insultante perdón con el que la Iglesia soluciona cualquier cosa sin más; el imprescindible perdón que caracteriza la doctrina católica. 



 

GRACIAS A DIOS

Dirección: François Ozon.

Intérpretes: Melvil Poupaud, Denis Menochet, Swann Arlaud.

Género: drama. Francia, 2019.

Duración: 137 minutos.

 


 

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