Ecos mentirosos

Santiago Alonso


Con la presencia en primera línea de Jim Broadbent y Charlotte Rampling, El sentido de un final despierta casi automáticamente la memoria cinéfila de los espectadores. Porque a ambos los encontramos hace poco al frente de dos grandes títulos ingleses en los que, al igual que en este, unos protagonistas en torno a los setenta años hacían ajuste de cuentas de manera traumática con su pasado. En la fantástica Le Week-End (no suficientemente ponderada cuando se estrenó en 2013), dirigida por Roger Michell y con guión original de Hanif Kureishi, el personaje de Broadbent volvía la vista hacia las inquietudes liberadoras que habían definido a su generación, la de los sesenta, para cuestionarse el sentido de su relación conyugal y, ya que se ponía, observarse a sí mismo. Y en el asolador drama 45 años (Andrew High, 2015), Rampling vivía un trauma de consecuencias desestabilizadoras fatales al descubrir, a pocos días de celebrar el 45º aniversario de boda, que su matrimonio se había cimentado sobre un secreto del marido.

Con uno que ocupa la centralidad narrativa y con la otra esta vez sólo como secundaria (aunque repitiendo de nuevo su papel de víctima), el enfoque de El sentido de un final sobre los ecos problemáticos del pasado cobra tintes filosóficamente más existenciales. La idea principal que se plantea y desarrolla la expresaba Julian Barnes ya desde la primera página de la novela homónima (Anagrama; traducción de Jaime Zulaika) en la que se basa el largometraje: “Lo que acabas recordando no es siempre lo mismo que lo que has presenciado”. Y ahondando en ello, como dice varias páginas más adelante: “Debería ser obvio que el tiempo no actúa como un fijador, sino más bien como un disolvente. Pero no conviene – no es útil – creer esto; no nos ayuda a seguir adelante; por lo tanto, lo pasamos por alto”.

La tormenta se desata en la vida sin complicaciones del solitario y conformista Tony Webster cuando le informan que ha heredado el diario escrito por un antiguo amigo de la universidad. Además, añadiendo más extrañeza aún al asunto, la testadora es la madre de la primera y casi olvidada novia de Webster. A partir de ahí, lo que parecía un viaje nostálgico del hombre por los momentos que determinaron su construcción como persona – sólo la juventud y primera madurez, pues para Webster el resto resulta ya el largo y placido entreacto previo al final – se transforma en camino de contrición cuando debe enfrentarse a las mentiras que, bajo las apariencias, han ido construyendo su propia biografía.

En manos de Ritesh Batra, lo fundamental de la historia no cambia, aunque sí nuestra percepción del protagonista, pues aquí este individuo hosco suscita quizás un grado más de simpatía y se pinta con uno menos de intensidad respecto al ideado por el novelista. Sin duda, se debe a las características que definen la presencia en pantalla de Broadbent, y a que el realizador lo lleva todo a su terreno, poniendo en práctica técnicas narrativas muy similares a las que nos descubrió en su anterior trabajo, The Lunchbox. La detallista captación de los ambientes, el sentimentalismo atemperado y el ritmo sin grandes aspavientos para contar la agitación emocional que encontrábamos en aquella producción india aparecen ahora en esta inglesa, tal vez, eso sí, de un manera menos efectiva.



 

EL SENTIDO DE UN FINAL

Dirección: Ritesh Batra

Intérpretes: Jim Broadbent, Charlotte Rampling, Billy Howle, Freya Mavor

Género: drama. Reino Unido, 2017

Duración: 115 minutos

 


 

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