Entrevista con el director de Bajo el sol Con Bajo el sol vuelve a las pantallas la Guerra de la antigua Yugoslavia. O mejor dicho, la radiografía de sus consecuencias. […]
Entrevista con el director de Bajo el sol
Con Bajo el sol vuelve a las pantallas la Guerra de la antigua Yugoslavia. O mejor dicho, la radiografía de sus consecuencias. Dentro del grupo de conflictos que se desataron en los Balcanes durante la última década del siglo XX, la película nos trasladada en concreto a la guerra de Croacia (1991-1995), que enfrentó a nacionalistas serbios y croatas, pero no se queda en el enfrentamiento armado en sí. Partiendo de él como núcleo que irradia toda una serie de energías destructivas, el director croata Dalibor Matanic (Zagreb, 1975) analiza el odio que se han seguido profesando las dos comunidades años después. Articula su visión mediante la concatenación conceptual de tres historias, situadas progresivamente a intervalos de de diez años (1991, 2001, 2011) y con una particularidad: cada una gira en torno a una relación entre una chica serbia y un chico croata.
Este es el primer largometraje de Matanic que llega a las pantallas españolas, aunque suma ya el número nueve dentro de una completísima filmografía, iniciada hace menos de dos décadas, que incluye además cortometrajes documentales y trabajos para la televisión de su país. Este estreno es la consecuencia de haberse llevado el premio Un certain regard de Cannes en 2015. Durante su visita la Madrid, la conversación con la Revista Insertos gira exclusivamente en torno a Bajo el sol y a la barbarie desatada en los Balcanes, que fue la vergüenza del continente por la actitud entre la indiferencia y la cobardía de las distintas naciones europeas. “En aquel momento yo todavía ignoraba algunas cosas, horrores como el de Srebrenica”, confiesa. “Ahora me doy cuenta de que toda la zona es una parte muy estratégica de Europa. Recordemos que la Primera Guerra Mundial empezó ahí. Nadie querría que algo parecido se produjera otra vez porque se llevó tantas vidas… Pero los Balcanes siempre están hirviendo. Siempre hay una dosis de odio. Siempre hay algo. Por eso he hecho esta película, para decir que la tolerancia es realmente la única opción”.
Dalibor, han pasado veinte años desde que tuvo lugar la guerra, pero en tu película cuentas que un fantasma recorre aún hoy el campo croata. Para simbolizarlo, muestras un perro negro que aparece fugazmente en cada segmento.
¡Sí, es eso! Puedes escuchar lo que dicen Trump, Putin o Merkel. Pronostican que pronto habrá un nuevo conflicto en los Balcanes. Yo contribuyo con el arte a parar ese flujo de la historia. Y es que se puede ver que la historia juega con la gente casi como si fuese una fórmula matemática. Por eso empleé esas tres décadas, para mostrar un poco cómo evolucionan la guerra y el odio. De un odio físico en la primera historia se pasa a un eco de ese odio en la segunda y en la tercera, lejano pero que todavía sigue dividiendo a la gente.
Aunque las tres son historias de verano ante las orillas de un lago, las ideas de vitalidad y optimismo que se podrían aplicar a esa premisa se ven barridas por la guerra, los horrores que trae y sus ecos posteriores.
Desde el principio lo ideé así. Lo idílico arruinado por unas nubes negras. Había un pequeño destello de luz al inicio. Después, desaparece. En la tercera historia, se intenta volver a esa luz aun encontrándonos con una juventud superficial y hedonista que solo quiere fiesta, fiesta y fiesta. Una juventud posiblemente extremista, neonazi, que se mueve solamente por algo basado en el odio. La responsabilidad de tener y cuidar un niño puede abrir un cambio.
¿También concebiste de primeras el mecanismo conceptual con la misma pareja de intérpretes que cambian de una historia a otra, con protagonistas que siempre son alguien serbio y alguien croata?
Sí, sí. Es para decirle al público que aquí, en cada historia, siempre hay algo acechando para que se vuelvan a cometer los mismos errores. Distintos personajes y distintas décadas, pero las mismas caras, para recordar los errores anteriores.
Que el personaje serbio siempre sea la mujer, ¿también fue premeditado?
No. Eso es algo que viene más bien del subconsciente. Algo relacionado con mi familia que tal vez ha podido ser el detonante de la historia. Porque fue mi abuela, que me crió con todo el amor que te puedas imaginar, quien me dijo: «Haz todo lo que quieras en la vida, excepto juntarte con una chica serbia». Aunque ahora que me pongo a pensarlo igual existe otra razón interesante. Estamos en Croacia, donde los serbios son minoría, y la primera historia nos sitúa en 1991, momento en que el sistema patriarcal sigue siendo fuerte. Ser mujer serbia significa estar en doble posición de minoría, y según transcurren las décadas ella se va haciendo fuerte en los dos aspectos.
Dalibor Matanic en el rodaje de Bajo el sol
Poniendo en perspectiva las tres historias, amor propiamente dicho solo hay en la pareja de 1991. De hecho, las tres pasan por una secuencia de amor, rencor y remordimiento.
Sí, se empieza con un amor incuestionable, pero siempre rodeado por las nubes, como decíamos. En la segunda parte, la guerra entera se les ha metido dentro, y eso les impide hacer realidad ese amor. Se enamoran, pero no pueden dar el paso. Y en la tercera vemos que hubo amor y ya no. Ya no existe porque el chico escapó y abandonó a la chica. Su huida es una metáfora del escapismo y el hedonismo. Y su vuelta, la búsqueda del amor verdadero.
Dentro de esta secuencia de tres partes introduces un par de transiciones. Me ha sorprendido la que une la primera y la segunda parte, con esas imágenes tomadas de un sinfín de casas en ruinas, con los efectos de la guerra tan visibles en lo que queda de ellas. Veinte años después, ¿todavía siguen ahí esas casas?
Todavía. Son como monumentos a la guerra. Es increíble, horrible.
También has trabajado muy conscientemente el contraste entre campo y ciudad.
Cuando en la segunda historia la mujer se cierra a las emociones, es la vuelta a esa zona aislada, abandonando la ciudad, lo que indica que ella está todavía realmente jodida. A ella se la encierra allí en la tercera. Y allí es donde a él se le brinda la oportunidad de ir a buscar el perdón. La canción que suena en el momento de su llegada es una canción ochentera, símbolo de una época en la que no era importante tu origen ni tu religión. Lo importante era la juventud. Habíamos escuchado la misma canción en la primera parte, cuando vemos al hermano de ella, alguien demasiado inocente como para llevar ese uniforme militar. Si todos estos personajes hubieran vivido en una ciudad más grande serían niños normales. Saldrían, escucharían música, se divertirían.
Siguiendo la progresión que has establecido, si tuvieras que preparar una cuarta historia para 2021, ¿cómo lo harías?
En una historia futura mezclaría robots serbios y croatas que se enamoran (Ríe). Espero no tener que contar una cuarta historia. Y si lo hago, ojalá sea una aburrida historia de amor, nada dramática.
¿Pensabas en una de las dos comunidades en concreto como público para el filme?
No, no. Es por eso que he esperado tanto tiempo para hacer una película sobre la guerra. No quería que se viera la guerra, pero sí que se sintiera. Y tenía que ser todo lo objetivo y universal posible. Que la película pudiera verse en diversos países. Recuerdo una entrevista con un periodista australiano que me dijo que la película explicaba perfectamente la situación de sus conflictos nacionales. ¡Pero qué conflictos pueden tener en Australia! A eso me refiero con lo de universal.
La has estrenado en los dos países. ¿Qué recepción ha tenido?
Ha ido muy bien en los cines de ambos. Ha sido algo muy emocional para toda esa gente que ya no vive en Bosnia y Croacia. En estos temas, si uno toma partido, no hará una película sincera porque no hay nada bonito en la guerra.