La carreta fantasma
El cine sueco ya era grande antes de Bergman Yago Paris Qué representativo es el inicio de La carreta fantasma: tras mostrar el título de la obra, en la pantalla […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
El cine sueco ya era grande antes de Bergman Yago Paris Qué representativo es el inicio de La carreta fantasma: tras mostrar el título de la obra, en la pantalla […]
Qué representativo es el inicio de La carreta fantasma: tras mostrar el título de la obra, en la pantalla aparecen unos rótulos en sueco que enuncian lo siguiente: “Una historia contada en imágenes vivas”. Qué significativas esas palabras, qué bien escogidas están, pues no sólo señalan lo obvio –que se trata de imágenes en movimiento–, sino la verdadera naturaleza de la cinta. En efecto, La carreta fantasma es un conjunto de imágenes no sólo en movimiento, sino llenas de vida. El responsable de tal hazaña fue Victor Sjöström, autor total que dirigía, actuaba y escribía sus guiones. Un conjunto de roles con los que conseguía una cohesión especial en sus cintas, como es el caso de esta cumbre cinematográfica que este año cumple cien años y sigue vigente como referencia inexpugnable del cine, tanto mudo como sonoro.
La historia narra la vida del alcohólico David Holm. Concretamente, cómo ha acabado viviendo en calle y la repercusión de sus actos sobre las personas que lo rodean. Sin embargo, el tipo de narración no es habitual para la época. En pleno esplendor del cine mudo, lo normal seguía siendo relatar de manera lineal, sin saltos espaciotemporales. Por lo tanto, este film no sólo se adelanta a su tiempo en el uso de los flashbacks, sino en el manejo de los mismos. La historia comienza en el tramo final, pero el recurso no se limita a volver al principio y mostrarlo todo hasta volver al punto de partida; al contrario, la narración alterna presente y pasado cada vez que un nuevo personaje entra en juego. Cada uno da pie a rememorar una nueva etapa pretérita del protagonista, al que da vida el propio Sjöström. Es más, algún que otro flashback contiene a su vez otro en su interior, por lo que en determinados tramos la película se acerca al modelo de las matrioskas.
Con esta estructura, el autor no sólo trata temas de manera compleja, sino que lo hace sin caer en la floritura gratuita. La historia es compleja porque trata asuntos complejos, pero la narración es bien sencilla. Sjöström no recarga el guion con tramas paralelas ni giros inverosímiles, y la sensación final es la de que todo ocurre de manera inevitable y natural. En la cinta se palpan los valores religiosos con los que el director probablemente creció. El buen y el mal comportamiento son el eje sobre el que pivota el relato; por encima, empapando cada segundo de metraje, aparece la férrea moral cristiana, que establece una lucha de contrarios entre el puritanismo y las diversiones nocturnas, estas últimas entendidas en la película como un grave pecado por el que se debe responder.
Todo este poso dramático está presente en la obra, pero Sjöström lo conduce a través del dilema interno de cada personaje. Se trata de un cine introspectivo, de pocas acciones, que reflexiona más que actúa. Ese mismo cine que décadas más tarde convirtió a Ingmar Bergman en la figura más relevante del cine sueco. Esta relación no es casual, pues tanto esta película en particular, como todo el cine de Sjöström en general, eran una referencia para Bergman, quien solía comentar que La carreta fantasma era una obra que había que ver todos los años. Al final, el discípulo ensombreció al maestro, de ahí que en Revista Insertos se quiera recuperar esta joya que goza de respeto generalizado pero rara vez llega a ser encumbrada como este crítico considera que merece.
A pesar de haber empezado el texto hablando de imágenes, el grueso del ensayo se ha centrado en el frondoso fondo de esta película. Resulta imprescindible tratar la complejidad de un guion tan profundo, pero limitarse a ello sería hacerle un flaco favor a un cineasta que muestra tan a las claras que su verdadero interés está en la puesta en escena. Este realizador no es de los que toma sus guiones como excusas para desarrollar un planteamiento formal, pero tanto en La carreta fantasma como en otras obras suyas —El viento (1928)— salta a la vista que su principal interés es la forma. Por tanto, ha llegado el momento de hablar de las imágenes. Este interés por lo visual se observa en cada uno de sus encuadres, que remiten de manera directa a la tradición pictórica clásica —no debe olvidarse que la influencia de la pintura clásica sobre el cine todavía era enorme en la época en que fue rodada la película—. Destaca el uso del espacio, al igual que la angulación de cámara y la posición de los personajes en el plano. El director sueco se esforzó en conseguir que cada imagen contase, que cada escena tuviera sentido y que cada segundo de metraje le transmitiera ideas visuales al público. Un reto titánico que llega a buen puerto: todo lo explicado sobre el subtexto encuentra su conversión en imágenes, que se cargan de significado y transmiten infinidad de detalles sin necesidad de recurrir a la palabra.
El resultado es impactante. Ocurre con cada intervención del vehículo tenebroso que da título a la obra, con la mirada del protagonista, con los matices de su comportamiento, con el juego de transparencias que simulan las apariciones fantasmales de los diferentes personajes del mundo de los muertos… Este drama de tintes sobrenaturales encuentra su complejidad en el manejo de los planos, en las ideas que se sugieren mediante gestos, miradas y silencios. Todo en ella es una apología del cine entendido como narración en imágenes, que no por prácticamente prescindir de diálogos se convierte en banal. La historia es bien sencilla, si se entiende sencillo como algo fácil de comprender, pero no es nada simple, pues lo que narra son las complejidades, contradicciones y la autodestrucción de un personaje oscuro en su particular calvario hacia la redención. Todo ello desde la imagen, desde las múltiples capas de lectura, desde los matices. Sjöström sabe transmitir ideas desde lo visual y confía plenamente en el poder de sus fotogramas, que invaden el subconsciente del público para no abandonarlo jamás.
Puedes ver LA CARRETA FANTASMA en FILMIN
LA CARRETA FANTASMA
Dirección: Victor Sjöström.
Intérpretes: Victor Sjöström, Hilda Borgström, Tore Svennberg, Astrid Holm, Concordia Selander.
Género: drama. Suecia, 1921.
Duración: 107 minutos.
Muy buen título para el artículo. Periodismo del bueno, Yago.
Me gustaMe gusta