De cuando en cuando regresan a las pantallas del país películas míticas estrenadas hace varias décadas. Si hace menos de un mes le tocaba el turno a la restauración de 2001: una odisea del espacio de Stanley Kubrick, a cargo de Christopher Nolan, este viernes vuelve a las salas El padrino, la primera entrega de la familia Corleone y probablemente una de las mejores películas de la historia del cine. 39 Escalones Films nos trae una de las joyas de la filmografía de Francis Ford Coppola, —a quien ya le dedicamos otro especial; en aquel caso hablamos sobre La conversación— en una copia restaurada en 4K. Un acontecimiento cinéfilo que no podíamos dejar pasar en Revista Insertos. Si la distribuidora ha rescatado una de las cumbres de la cinematografía mundial, este grupo de críticos, junto con tres firmas invitadas para la ocasión, ha hecho lo propio con sus recuerdos de un filme mítico, que ya forma parte del imaginario popular.

 

Santiago Alonso

Es pensar en El padrino y automáticamente me viene a la mente la vida siciliana del fugitivo Michael Corleone. Tres son las razones. Una porque también fui colpito da un fulmine la primera vez que vi a la hermosísima Simonetta Stefanelli, la actriz que hacía de Apollonia, la futura y efímera esposa del mafioso italoamericano. Dos, por lo chocante que resulta encontrar una presencia tan pasoliniana como la de Franco Citti, y además sin su acentazo romano, interpretando al pastor guardaespaldas, un personaje que aparecerá otra vez en El padrino III, donde protagoniza el asesinato más imaginativo de toda la saga (¡con unas gafas!). Y tres, porque las escenas del bar, la pedida de mano y el casamiento funcionan como concisos apuntes sociológicos que contextualizan un relato de crimen organizado con raíces en el terruño y extensas ramificaciones transnacionales. Asimismo son esos seguramente los momentos estelares del celebérrimo tema musical de Nino Rota. Por cierto, una anécdota sin salir del ámbito italiano: el compositor no ganó el Óscar por una denuncia de Dino De Laurentiis, ya que la melodía principal se trataba de un autoplagio en todo regla, pero, ay, dentro de una película de ese productor: los espectadores ya la habían disfrutado casi quince años atrás en Fortunella (1958), comedia de Eduardo De Filippo con Giulietta Masina.

Apollonia Vincenzi El padrino

 

Tomás Cuadrado Pescador

Hay una escena de El padrino que suele pasar inadvertida y que, para mí, es donde se hace patente la verdadera magnitud de la tragedia que cuenta. No reparé en ella la primera vez que vi la película, y tampoco la segunda. Y cuando volví a ella muchos años después, por tercera o cuarta vez, se me hizo evidente que en ese instante convergían todos los demás momentos y los dotaba de significación, como el agujero en el que convergen los radios de una rueda. La escena no figuraba en el guion original de Coppola y Puzo, y tampoco aparece en la novela de este último. Supongo que se le ocurriría a Coppola introducirla durante el rodaje, y fuera de toda planificación; uno de esos hallazgos geniales de última hora.

Bien avanzada la película, Michael y su padre están sentados en el jardín de casa; beben vino y disfrutan de uno de los últimos días apacibles del otoño. Se oye piar a los pájaros de fondo. El Don ya se ha retirado de los negocios y Michael es ahora el jefe de la familia, y por tanto objetivo prioritario para los Barzini y los Tattaglia, que tratarán de asesinarlo. Aunque ni padre ni hijo han sido nunca muy dados a las confidencias personales, en un momento de la conversación el primero hace balance de lo que ha sido su vida y le pregunta al segundo si es feliz con la suya, si lleva bien ser el capo. El padre parece preocupado así que el hijo, para tranquilizarlo, le contesta que sí, que todo va bien. Pero el Don no puede reprimir un gesto de dolor. «No era esto lo que quería para ti, Michael», viene a decir más o menos el anciano Don Vito Corleone. «Este tipo de vida la había planeado para tus hermanos mayores, porque para ti tenía reservado algo mejor; había querido que hubieses entrado en el mundo legal y fueras de los que mueven los hilos: un senador o un gobernador, no esto. Pero el tiempo no fue suficiente, Michael. Simplemente no hubo tiempo suficiente».

La verdadera tragedia de la familia Corleone es su lucha contra un enemigo mucho más poderoso que Sollozzo, los Barzini o los Tattaglia, porque a todos estos se los puede vencer si se es más astuto, si se sabe prever sus movimientos y anticiparse a ellos. Pero ese otro gran enemigo contra el que se enfrentan los Corleone y ante el que el anciano Don admite su derrota en esta escena es en el fondo el mismo contra el que luchamos todos: el tiempo.

el padrino crítica insertos

 

Jesús Cuellar

Cuando se estrenó El padrino en Madrid en 1972 yo tenía ocho años, coleccionaba los afiches cinematográficos que reproducían los periódicos que entraban en casa y aconsejaba a mis padres qué películas debían ir a ver, sin haberlas visto yo, evidentemente. En esa época había multitud de cines en el barrio madrileño de Tetuán, que yo frecuentaba con mi madre y mi hermana, y los cines de la Gran Vía, donde se estrenó la película de Coppola, quedaban lejos y en su mayoría era sólo para adultos (salvo el Imperial, especializado en pelis de Walt Disney).

Ya no recuerdo cuándo llegué a ver El padrino, pero sí que, allí solo en el salón de mi casa con ocho años, recortando periódicos sin parar, me fascinaba esa historia de gánsteres, y que me encantó que mi madre me la contara, sobre todo lo de la cabeza del caballo, aunque después, con el tiempo, a mí la escena que se me quedó más grabada fue la tensa espera del aún inexperto asesino Michael Corleone (Al Pacino) para matar al capitán McClusky y a Sollozo en un restaurante italiano.

 

Mª Carmen Fúnez (firma invitada)

Al pensar en mi primer recuerdo sobre El padrino, la primera imagen que se me viene a la cabeza es, curiosamente, la de Robert De Niro esperando en la penumbra del rellano de una escalera para matar a Don Fanucci en El padrino II. Vito Corleone se convertía en ese preciso momento en el padrino mientras su secuela pasaba a ser una de mis películas favoritas para siempre. Fue precisamente esa escena la que me hizo volver a ver la primera parte porque, aunque ya lo había hecho, era demasiado joven para recordarla o para verla con una capacidad de análisis que por aquel entonces ya tenía y, sobre todo, para analizarla conociendo el germen del estatus de Don Vito Corleone. Así, mi segundo visionado de la película de Coppola fue como el redescubrimiento de una historia que tenía olvidada y que en aquel instante recuperaba y me sorprendía y fascinaba a partes iguales con cada escena que ya nunca saldrían de mi cabeza cinéfila. ¿La que más recuerdo e impacto me dejó? La brutal muerte de Sonny en el peaje, principio del fin de la condición de jerarca de Don Vito conseguida tras el asesinato de Don Fanucci y su posterior “abdicación” en Michael.

El padrino sonny

 

Miguel Martorell

No recuerdo cuándo vi por primera vez El padrino. De seguro, no fue cuando se estrenó. Yo contaba por entonces nueve años y no me hubieran permitido entrar solo en el cine a ver una película clasificada con un (3) —mayores de 18 años—; entonces las salas eran estrictas con esto, so pena de multa. Mis padres tampoco me habrían llevado: no me dejaron leer la novela de Mario Puzo, por su carga de violencia, hasta que cumplí los trece. Así que debí de verla tiempo después, a finales de los setenta, o principios de los ochenta, en alguno de los cinestudios que proliferaban entonces por Madrid. Quizá el Griffith… Aun cuando no recuerde fecha ni lugar, desde aquel primero de los muchos encuentros que vendrían después ya anidan en mi cerebro varias escenas. Por encima de todas, la muerte de Luca Brasi: la mano clavada con el cuchillo en el mostrador (aún cierro instintivamente la mía al revivirla); la cabeza a punto de reventar, cercada por el alambre, con la lengua presionando el carrillo; el paquete de pescado y la frase: «Luca Brasi duerme con los peces». Desde entonces, también duerme conmigo: en mis peores pesadillas le he visto agonizar una y mil veces. Y me consta que no soy el único.

 

Yago Paris

El padrino es de esas películas que impactan desde la primera escena. Cuando la vi por primera vez apenas tendría catorce años y un escueto bagaje cinematográfico, pero la apertura del relato me dejó atornillado al asiento. Vista a día de hoy, en esa misma escena encuentro infinidad de motivos cinematográficos que justifican por qué es colosal y por qué me fascinó en su día y lo sigue haciendo. La primera imagen que vemos ya es una genialidad. En un primer plano y con una tenebrosa iluminación, asistimos al impactante testimonio de Bonasera. Mediante un lento zoom el encuadre se abre hasta que entra en el plano la misteriosa figura de quien posteriormente descubriremos que es Vito Corleone. A la decisión formal se suman otros factores clave, como el acento italiano de los interlocutores, el tipo de asunto que se traen entre manos y, como descubrimos de pasada, el hecho de que lo resuelvan en medio de la boda de la hija del capo. Con un tono solemne y pausado, con buena parte de los subtextos que recorren la saga ya presentes y con una puesta en escena que alcanza la excelencia desde la certera sencillez, la primera escena de El padrino define en apenas seis minutos la esencia de la que probablemente sea la mejor saga de la historia del cine.

el padrino crítica insertos

 

Daniel Pérez Pamies

La primera vez que vi El padrino ya había visto El padrino. Fue en la televisión. No recuerdo el momento exacto, pero sí que la película ya había llegado a mí antes, filtrada a través de otras piezas que, por una cuestión puramente generacional, había consumido antes. Ya había visto la cabeza de caballo en la cama, el tiroteo de Sonny o a Tony el Gordo como capo de la mafia en esa inmensa fábrica de reciclaje que es Los Simpson; el asesinato de Luca Brasi en la muerte de Jabba el Hutt (El retorno del Jedi, 1983) o incluso al propio don Corleone imitado por Kramer en Seinfeld bajo la inconfundible melodía de Nino Rota… Ya había visto El padrino antes de verla: conocía trama, desenlace, incluso la anécdota de Brando y los gajos de naranja. Nada, ni un spoiler —y eso que los conocía todos—, cambió mi disfrute ni mi perplejidad cuando vi el filme por primera vez. Y eso que ya lo había visto.

 

Dani Rodríguez (firma invitada)

El padrino está considerada como el paradigma del cine clásico, a pesar de estar fecundada en una de esas cimas cronológicas que lo cambió todo: la efervescente y rebelde década de los setenta. En esta reconocida obra maestra, bajo la perspectiva de un primer y ya lejano primer visionado de quien esto escribe, convergen diatribas que escupen el aliento del mentado clasicismo cinematográfico: la excelencia narrativa, la descomunal emotividad de un grupo de personajes enjaulados en un cúmulo de conmociones, la sensación de choque generacional entre unos actores que parecen saber que están haciendo historia en cada fotograma… Pero si ver El padrino impacta también en la órbita del espectador, además de por sus incuestionables valores cinematográficos, es por ese sentimiento palpable del cineasta enrabietado al calor de una nueva ola, que le permite trazar esa emotiva fortificación familiar en una incesante lucha ante el mundo de ahí fuera: la batalla de los Corleone mostrada a través de un hálito decadente, arropado por la pulsión de la inminente fatalidad, y apropiándose de gestos, miradas y emociones para contar una de las más duras historias jamás filmadas; enardecida por el tono, y donde la humanidad irradia la estoica manera de escapar a las barreras de la ficción.

 

Rafael S. Casademont (firma invitada)

El padrino es una de esas películas que conoces escena por escena sin haberla visto, sin ni siquiera saberlo, aunque sea solo por Los Simpson. Antes de aprender un poquito más, crees que no hay discusión acerca de que esa es La Película, la mejor sin discusión. Por tanto, como amante del cine uno de mis primeros pasos calculados fue verla. Por aquel entonces no me preocupaba mucho de las condiciones de visionado, era un simple preadolescente que encontró un pack con la afamada trilogía de Coppola en una estantería familiar. La vi en verano, con otros amigos menos aficionados al cine pero igual de intrigados por la leyenda, en castellano y en una pequeña tele. Como curiosidad, recuerdo que un amigo aseguraba que todo el mundo decía que la mejor era la tercera. Pobre, ni con doce años pudo engañarnos. Marlon Brando emergió de entre las sombras y una parte de mí se quedó allí para siempre, dentro de esa perfecta obra que no solo es el último clásico, sino El Clásico, sin más.


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Imágenes: IMDb.


 

2 Comentarios »

  1. Buenos días:
    Te dejo algunas frases y la cita de dónde las saco. Felicidades.

    PUZO, M., El Padrino, Ed. Círculo de Lectores, Barcelona, 1970.
    – “Siempre llega el momento en el que el más humilde de los hombres, si está al tanto, puede vengarse de los más poderosos” Pág. 18.
    – “Pero los grandes hombres no nacen, sino que se hacen, y eso fue lo que sucedió en el caso de Vito Corleone” Pág.257.
    – “No hay forma de evitar que la gente se dedique a ese negocio. (…) El dedicarnos a los narcóticos no es tan malo, después de todo, pues debe existir un control, una protección, una organización (…)” Pág. 345.
    – “Había mucho dinero que ganar (…) La naturaleza humana no podía cambiarse”. Pág. 346.
    – Habla Vito Corleone: “Todo hombre tiene derecho a cometer una locura en su vida”. Es aquí donde cuenta que quiere plantar un huerto y retirarse a la vida tranquila. Pág. 353.
    – “El saber no ocupa lugar” Pág. 357.
    – En Sicilia no se nombra la palabra “mafia”. Se pregunta: ¿Es usted amigo de sus amigos? Pág. 398.
    – Dilema del Doctor abortista. Evitar que se suiciden las embarazadas. Pág. 441.
    – “La venganza es un plato que sabe mejor si está frío”. Pág. 480.

    https://ernestocapuani.wordpress.com/

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  2. Una escena que pasa despercibida, pero para mi lo explica todo. Especialmente la evolución de Michael y su camino al infierno.
    Es cuando Michael va al hospital a ver a su Padre.
    Aparece un amigo de la familia y trae un ramo de flores. Pero Michael tira el ramo y le pide ayuda al amigo. Van a la puerta del hospital, delante de la calle. Aparecen en coche unos de una banda rival, y Michael le dice al amigo que simule que va armado, poniendo su mano en el bolsillo interior del abrigo.
    Los rivales creene que van armados, y se largan.
    Entonces viene la escena:
    El amigo de Michael está muy nervioso, intenta encender un cigarrillo, pero el temblor de sus manos se lo impide.
    Entonces Michael coge el encendedor y enciende el cigarrillo.
    Mira sus manos y es consciente que no tiemblan, y se asombra de ello. Sabe en ese momento que controla la situación, y que ante otras situaciones mucho más complicadas, no le temblará el pulso.
    Ahí es la primera vez que toma consciencia que está predestinado a lo que no tenía ni idea.
    Memorable.

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