Exhaustos y con la sensación de haber envejecido una década en una semana, llegamos a la clausura de la cuarta edición de Nocturna, que arrancó con colapso en la calle Luchana de Madrid para recoger las entradas gratuitas de Expediente Warren: El caso Enfield (James Wan, 2016), estreno mundial (la película no llega a los cines hasta dentro de tres semanas) abierto de forma insólita al público. En la noche en que los dos grandes equipos de fútbol de la ciudad se disputaban la Copa de Europa, ¿sería posible conseguir lleno en una sala tan grande como la del Palafox? Pues, contra la opinión de todos los agoreros, así fue.

Las proyecciones arrancaron con el que seguramente fuese el gran evento encubierto y secreto de Nocturna, la cita en la que había que estar. Si algo brillaba por su rareza entre toda la programación (que ya es decir), era el homenaje a Escalofrío (Carlos Puerto, 1978), película S recóndita, casi imposible de encontrar a día de hoy y directamente desconocida para una parte bastante amplia del público del certamen. Fue, con creces, la sesión más emocionante de todos estos días: a la presencia de grandes figuras del terror español de la Transición, como Jordi Grau, José Lifante o la legendaria Lone Fleming –que ya estuvo el miércoles presentando un cortometraje–, se unía la sensación de estar compartiendo un momento irrepetible y único en el tiempo, de acceder a un rincón verdaderamente privado de nuestra cinematografía, un regalo a privilegiados. La proyección de la película estuvo precedida del cortometraje El último guion (David García, 2016), homenaje a la saga de los templarios de Amando de Ossorio, que juega con la idea de un guion perdido del cineasta gallego embrujado por una maldición que atormenta a Lone Fleming. También antes se presentó un documental concebido en exclusiva para el festival, Satan’s Blood: Recuerdos de Escalofrío (Luis Esquinas, 2016), sobre la gestación de la película, con valiosas y jugosísimas entrevistas a su principal artífice, Carlos Puerto, a su actriz Sandra Alberti y a su montador, Pedro del Rey (célebre colaborador de Buñuel). Apoyado de manera casi exclusiva en las declaraciones, el mediometraje logra retrotraernos a las circunstancias de su tiempo y del estreno de la obra: finalizado el franquismo, se produce el estallido de un cine configurado casi de manera exclusiva en lo que hasta entonces habían sido tabús, y entre ese cine del destape para mayores de dieciocho y el interés por los temas esotéricos que crece a pasos agigantados, destaca con fuerza Escalofrío, definida por el periodista Jesús Palacios como la única verdaderamente satánica de su época. Con alucinante prólogo del doctor Fernando Jiménez del Oso, la película, mayormente inenarrable, es una colección de imágenes memorables y perturbadoras –el acuchillamiento múltiple, el Sagrado Corazón consumiéndose– que viene a culminar una manera de entender y razonar el cine ya absolutamente extinta, con el placer epidérmico y la incursión en los límites de lo prohibido (literalmente prohibido muy poco tiempo antes) como puntas de lanza. La pureza y genuinidad auténtica de su ejecución, obviamente sin las dobleces irónicas y la autocomplacencia con que hoy se enfrentaría un proyecto así, deriva en una poesía primitiva que parece provenir de lugares próximos al núcleo de La Tierra. Hay otros mundos (muy siniestros), y están en este. 

Polder

A la misma hora del partido de fútbol, Nocturna exhibía musculo con unas ochocientas almas abarrotando la sala grande del Palafox para su gala de clausura y la proyección de Expediente Warren: El caso Enfield. Igual que el pasado año, el palmarés principal del festival recayó al completo en una misma película: Polder (Julian M. Grünthal y Samuel Schwartz, 2015), controvertida ganadora de Oficial Fantástico que gustó a muy poquitos el día de su proyección… y, entre esos pocos, a la comitiva de esta revista. Es coherente que, en una edición tan extraña como la que acaba de cerrarse, se alce con el triunfo toda una ambiciosa celebración del riesgo como esta cinta suiza de ciencia-ficción, elaboradísima intriga a varios niveles narrativos dentro de un mundo virtual dominado por el subconsciente de un jugador cuyos fetiches (la heroína asiática de pelo rosa y tendencias lésbicas) o gustos culturales (el expresionismo alemán, con homenaje a El doctor Mabuse de Lang) determinan también el transcurso de la película. Solo otra competidora logró colarse en el palmarés: Camino (Josh C. Waller, 2016), representada por una estupenda Zoë Bell que obtuvo el premio a la mejor actriz ex-aequo con la protagonista de Polder, Nina Fog. En la sección Dark Visions venció la notable Patient (2016, Jason Sheedy), eficaz película de terror en torno a una secta, a cuyos responsables tuvimos el placer (y el olfato) de entrevistar exclusivamente en este medio hace días: entramos en la carrera por el Pulitzer. Finalmente en el apartado de Madness, victoria inesperada de Patchwork (Tyler MacIntyre, 2015), hasta ese momento todavía sin proyectar. De la segunda entrega de Expediente Warren no podemos hacer comentario ninguno: su distribuidora, Warner, puso como condición a la prensa firmar un embargo vigente hasta el 8 de junio.

El triunfo de Patchwork nos obligó, en el sagrado nombre del periodismo, a prescindir de la fiesta de clausura y acudir a su sesión golfa. A cualquiera que haya seguido estas crónicas no le resultará difícil imaginar el cansancio del enviado especial, llegado este punto de la semana: sirva esta introducción para aclarar la posibilidad de estar siendo injusto con una película que tenía el horario más desafortunado del festival, y que, siendo sinceros, dejó a un servidor bastante frío. Se trata de una parodia de títulos de serie B en la órbita de títulos como La novia de Re-Animator (Brian Yuzna, 1990), donde lo más destacado es una ingeniosa solución visual a los conflictos internos de su monstruo protagonista: integrado por trozos del cuerpo de tres chicas unidos por un mad doctor, todas sus consciencias siguen vivas y operando a la vez, de manera que cada duda o movimiento suyo en su búsqueda de venganza (contra el científico, contra el ex–novio de una de ellas…) es expresado a la manera de un debate, con todas sentadas a hablar. Además de su buen planteamiento, es innegable que también hay gags afortunados como el del gato–búho e inspiradas interpretaciones… pero, en una sección en la que hemos visto dos propuestas tan valientes como Harvest Lake (Scott Schirmer, 2016) o The Hexecutioners (Jesse Thomas Cook, 2016), premiar a una comedia tan ligera e inofensiva es una decisión que se antoja decepcionante. Buen colofón, en todo caso, a un festival cuyo compromiso inquebrantable con las zonas marginales del fantaterror ya nos tiene aguardando la edición del próximo año. 

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