Hay personajes más grandes que las propias novelas que los contienen. Incluso, a veces, se les quedan pequeñas. Personajes que, sin saber cómo ni por qué, se han convertido en mitos colectivos e individuales, y ahora forman parte de la médula espinal del arte en todas sus formas. Desde sus primeros años de existencia, el cine, medio que nos reúne a todos, ha buscado la inspiración entre las páginas de los libros, pues en ellas se encuentran descritas algunas de las personalidades más singulares y fascinantes de la historia. 

Aquí hemos querido recoger a esos grandes e ilustres personajes, aprovechando la llegada un año más del Día del Libro. Todos ellos, en una o más ocasiones, se han visto reflejados en la gran pantalla. Quizás como una adaptación, o quizás simplemente como una libre inspiración. El caso es que todos ellos son especiales para a cada uno de los firmantes de esta lista, y por eso invitamos a cualquiera a que se enamore de ellos tanto como nosotros lo estamos ya.

Alicia, por Cristina Aparicio

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Hay nombres asociados a un imaginario concreto y al que remitimos con tan solo oírlos. Ese es el caso de Alicia, personaje creado por Lewis Carroll en 1865 en su libro Alicia en el país de las maravillas y su continuación, Alicia a través del espejo. La popularidad de este personaje se debe a las adaptaciones de esta obra en distintos ámbitos artísticos, entre los que destaca el cinematográfico. Con más de una veintena de versiones distintas, la obra de Carroll ha sido llevada a la gran pantalla desde 1903 hasta hoy, con variaciones formales (y argumentales) pero con una misma constante: Alicia.

La Alicia de Carroll es el paradigma de la curiosidad. Se atreve a adentrarse por una madriguera tras un conejo que habla para terminar viviendo una serie de aventuras que le llevan a cuestionarse lo que sabe y lo que ve. Cambios físicos y nuevas situaciones, para las que no hay respuestas aprendidas, sugieren que toda la construcción de este relato refleja ese momento crucial de superación de la infancia. Las Alicias que han desfilado por la gran pantalla han mostrado un espíritu intrépido, rebelde, capaz de cuestionar normas establecidas y asumir contratiempos. Desde la adaptación de Disney de 1951 hasta la de Tim Burton (las adaptaciones más populares), en la que Alicia pasa a ser una mujer adulta que ha borrado los recuerdos del País de las Maravillas, al igual que en la adaptación televisiva de 2013, Once Upon a Time in Wonderland, donde intenta adaptarse al mundo “real”. Pudiendo considerarse un referente feminista, su actitud desafiante y su osadía se han relacionado más con las características de la infancia que con las de una mujer valiente y autosuficiente. Es esa representación adulta de la Alicia de los últimos tiempos la que nos permite encontrar en esta heroína un personaje referente feminista en la representación de la mujer en el cine.

 

Alex DeLarge, por Mar Nolasco

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A medida que crecemos vamos abandonando el interés por los héroes, que nos enseñan en qué queremos convertirnos, y nos van atrayendo más los antihéroes, que nos muestran precisamente lo contrario. Para mí, tras leer La naranja mecánica con apenas quince años, Alex De Large fue ese primer monstruo fascinante y terrorífico a partes iguales. Representante de una crueldad que me era desconocida, una violencia extrema, sin justificación y con víctimas escogidas al azar. Sin embargo, su personaje me cautivó desde las primeras líneas por su lenguaje elocuente y la dualidad en la que se debate entre su frialdad ética y su pasión estética, entre la agresividad y la belleza.

Kubrick supo conservar la literalidad de la novela (a excepción del último capítulo, como bien lamentó siempre Burgess) pero al mismo tiempo la elevó, dotándola de una fuerza visual y musical impactantes. Para el papel de Alex el director estadounidense eligió a Malcolm McDowell, un joven actor con una corta trayectoria cinematográfica que logró una caracterización simplemente inolvidable. McDowell construye una radical evolución desde la perversidad hacia la ternura que nos hace llegar a plantearnos quién es la víctima y quién el verdugo.

La naranja mecánica fue mi primer contacto con la distopía, aunque evidentemente no le puse nombre a este concepto hasta mucho después. La novela de Burgess me abrió la puerta a las sociedades futuras imaginadas por H.G. Welles, Philip K. Dick, Aldous Huxley, Ray Bradbury, Alan Moore, Katsuhiro Otomo o Koushun Takami, entre otros. Gracias Burgess, gracias Kubrick, gracias por hacernos pensar en lo que somos y en lo que podemos llegar a convertirnos.

 

Carmilla, por Santiago Alonso

Carmilla

A diferencia del conde Drácula, el insigne colega transilvano, la vampiresa Carmilla ha paseado en el cine la condición de arquetipo con bastante peor fortuna. La novella homónima, escrita por Joseph Sheridan Le Fanu en 1871, es la obra de literatura vampírica más importante de las letras inglesas después del libro de Bram Stoker, pero las veintimuchas versiones (y libérrimas inspiraciones) poca justicia hacen a esta historia, casi un cuento de hadas entre lo onírico y lo gótico. No digamos al tratamiento del lesbianismo que recorre el relato y a la misma encarnación de la mujer vampiro. Porque Carmilla Karnstein, recordemos, se aleja de la figura del súcubo a la caza de varones: su objeto principal de deseo y alimento son las jovenzuelas inocentes.

Es imposible negar que hemos disfrutado mucho la Trilogía Karnstein –The Vampire Lovers (1970), Lust for a Vampire (1971) y Twins of Evil (1971)- y las carnalidades de todas las chicas Hammer que en ella campaban, o la modernización – ¡gallega y a escopetazo limpio! – emprendida por Vicente Aranda en la brutal La novia ensangrentada (1972). Sin embargo, aún está por llegar la película que recoja la atmósfera y la hipnótica conjunción entre sexo y muerte del librito, que muestre con veracidad su erotismo entre mujeres. Se echa en falta todavía ver la extraña belleza, la languidez y el ardor de la Carmilla original. Hay ahora una webserie canadiense, versión cómica para adolescentes, que ya incluye con naturalidad varios personajes queer. Y en 2011 Mary Harron pulsó bien las teclas al realizar un acercamiento muy certero al mundo de la obra, sin adaptarla directamente, en la infravalorada The Moth Diaries: transcurría en un internado femenino, una princesa de la noche acechaba a las estudiantes a la luz de la luna y, por supuesto, la víctima leía la pieza inmortal de Le Fanu.

 

Doc Sportello, por Jaime Lorite

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Aproximadamente, lo que ocurriría si cruzásemos células madre de Philip Marlowe y del Shaggy de Scooby-Doo, Doc Sportello fue durante unos pocos años casi un secreto reservado a los fanáticos de Thomas Pynchon. Publicada en 2009, la novela Vicio propio retomaba el ambiente de represión gubernamental contra las drogas que el autor ya abordó en su soberbia Vineland (1990). Si ésta adoptaba un tono post-apocalíptico para capturar el espíritu de la etapa Reagan, Vicio propio se encontraba recorrida por la amargura crepuscular del colapso: es 1970, un año después de los crímenes de Manson y, con ellos, el desvanecimiento del sueño hippie. En el centro, Sportello, un tipo que se resiste a despertar y sobrevive trabajando como detective privado mientras lucha por aplacar la nostalgia de sus días con Shasta, su ex-novia.

En Puro vicio, Paul Thomas Anderson demuestra comprender de maravilla a Pynchon, focalizando su versión en tres motivos: el amor (la ex), la muerte (la ouija, el saxofonista fantasma) y la inocencia (el teniente Bigfoot: un arquetipo viviente), para hablar del tema rector de toda esta historia, la pérdida, la desesperación porque todo lo bueno se marchite. Ambos utilizan un concepto jurídico para ilustrarlo, el “vicio propio”, aquello que por su condición no puede evitarse, como que el cristal se rompa en un envío. Disfrazando su melancolía de ligereza, y con la ocurrencia de incorporar slapstick a su errática actitud, Joaquin Phoenix mimetiza a Doc Sportello. Como Marlowe, es lúgubre pero sus ideales le hacen brillar en medio de tanta corrupción. ¿Nos brinda Anderson una insólita invitación a la esperanza con ese rayito de sol que aparece ante él y Shasta en el último  plano? ¿O es la luz al final del túnel? Lo que está claro es que, igual que bajo los adoquines siempre estará la playa, Sportello prevalecerá.

 

Mr. Darcy, por Mireia Mullor

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Al igual que el Don Juan se convirtió en el paradigma del personaje seductor y pícaro, el señor Fitzwilliam Darcy, aunque con un arquetipo menos consolidado, ha sido el precedente de otro prototipo literario y cinematográfico: el hombre de las segundas impresiones. Como digo, no es este un personaje al que se le rinda pleitesía fácilmente entre aquellos que analizan fervientemente la literatura desde hace dos siglos, pero, como todo, tiene una posible explicación. Darcy fue la visión de una mujer, de la británica Jane Austen, que rompió los moldes de lo establecido en su tiempo y creó sobre el papel a su hombre perfecto. No tiene el don de la retórica, ni unos modales sociales demasiado depurados. Tiende a hablar desde el orgullo cuando se siente indefenso, y por ello acaba diciendo cosas que en realidad no piensa. Ama, y ama de verdad, y sus actos (y no sus palabras) lo demuestran. Darcy representa la sensibilidad, la cultura, la delicadeza y la falta de pretensión, aunque sí provisto de algún que otro prejuicio fruto de su elevada clase social. 

La influencia del señor Darcy es ya centenaria. Y no sólo a través de las adaptaciones de la novela, Orgullo y prejuicio, que han sido muchas, desde la primera versión con Laurence Olivier en 1940 hasta la más reciente versión mata-zombies de Sam Riley, pasando por el imprescindible Matthew MacFayden y el Darcy más inmortal, el de Colin Firth en la serie de la BBC de 1995. No, también ha habido Darcys en todo aquel personaje (habitualmente de comedia romántica) que pasaba de una fachada odiosa a un fondo irresistible, con notables ejemplos como el evidente homenaje que le brinda El diario de Bridget Jones. En un momento en que el amor sólo significaba un matrimonio ventajoso, Jane Austen fue esa mujer que osó pensar que había algo más, y que los hombres podían ser una pareja sentimental, y no un trofeo social. 

 

Ofelia, por Laura Pavón

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Hablar de Ofelia es discutir la relación entre el cine y el teatro. En el drama de Shakespeare, con la muerte de Ofelia, ocurre como en la tragedia griega: que no se representa en escena sino que se narra. Esta ausencia de performatividad aleja a Ofelia del realismo y la sumerge en lo simbólico, siniestro y onírico. En el territorio del deseo. La Ofelia que hoy imaginamos se la debemos a la pintura del siglo XIX y al cine.

Hay quien dice que las ondas del cabello se mueven al compás de las ondas del agua y que todo ello es una metáfora del tiempo. Nadie sabe si Ofelia murió por accidente o si realmente se quería matar. Algo similar sucede con otras heroínas suicidas. ¿Quién sabe cuándo termina la enajenación y comienza la voluntad? Dicen que Hitchcock rinde un homenaje a Ofelia cuando Kim Novak en Vértigo arroja flores en la bahía de San Francisco y se arroja ella detrás… Jean Simmons, la Ofelia de Laurence Olivier, es tan bella como fría. Mi favorita es sin duda Kate Winslet, Ofelia o la sensualidad según Kenneth Branagh. Branagh se sitúa en las antípodas de la versión teatral: Hamlet y Ofelia hacen el amor, mientras Shakespeare nunca concretó el grado de intensidad de esos amores. Hablar de Ofelia es hablar de lo femenino, del patriarcado, de por qué ella obedece al hermano, al novio, al padre y no sabe lidiar con que su príncipe no esté dispuesto a salvarla. Este príncipe tiene otras prioridades: el poder, la política, la venganza. ¿Quiso ella morirse de verdad? Greta Garbo es Ofelia cuando interpreta a Anna Karenina, que escucha la llamada de las vías del tren, y según Tolstoi recupera un instante la lucidez y se arrepiente. Pero que ya era tarde.

 

Osha, por Yago Paris

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El fenómeno de la saga de literatura fantástico-medieval Canción de Hielo y Fuego (habitualmente denominada Juego de Tronos) traspasa océanos y conquista a públicos heterogéneos, lo que la ha convertido en un evento de escala global. Tal es su capacidad de enganche, que la adaptación a imágenes era simple cuestión de tiempo. Adoptando el formato de serie televisiva, en un acertado intento de abordar en mayor profundidad cada una de las múltiples tramas que pueblan Los Siete Reinos, el traslado catódico se ha dado antes de que la propia saga literaria haya llegado a su fin, lo que ha permitido que ambos medios dialoguen y se complementen para crear un tercer producto, mestizo, en el que la caracterización de uno de los personajes se convierte en paradigma de esta simbiosis creativa y en rara avis de la adaptación literaria.

La salvaje Osha, que en los libros no pasa de ser una llave que abre la puerta al desarrollo de personajes más relevantes, en la serie toma un rol de casi protagonista. Interpretada por la actriz española Natalia Tena, de su actuación surge un magnetismo con el público, que, encandilado con su autenticidad, reclama más de ella. Si bien en la serie ya se le otorgaba mayor relevancia que en los libros, ha sido la recepción por parte del público la que ha provocado unas consecuencias sublimes por atípicas. George R.R. Martin, escritor de la saga, involucrado en la producción de la serie y uno más de los millones de espectadores de este producto audiovisual, también ha caído rendido ante los encantos de esta renovada Osha, lo que ha provocado que no sólo él mismo haya admitido que es mejor que la de su saga literaria, sino que en las dos novelas –como mínimo– que quedan por publicarse, el escritor ha anunciado que este personaje pasará a tener mayor importancia de la que en principio iba a concederle. En la era de la comunicación, literatura y televisión dialogan en busca de nuevas sendas del desarrollo de ficciones.

 

Invitado especial: Superlópez, por Gerard Alonso Cassadó

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Pese a que durante mi infancia fue siempre relegado a un segundo plano, siempre a la sombra de Mortadelo y Filemón o Zipi y Zape en mis preferencia literarias, con el tiempo he entendido que el Superlópez de Jan es, probablemente, el mejor personaje de cómic nacido en la casa Bruguera, de la que fue su último gran éxito. La profundidad de las historias creadas por su autor, las excelentes recreaciones de ciudades como Barcelona o Camprodón en algunas de sus aventuras (entre las mejores, La caja de Pandora, de 1983, o La Espantosa, Extraña, Terrífica Historieta De Los Petisos Carambanales, de 1987), y la fuerza de un personaje que era mucho más que una parodia de Superman, le convierten en una maravillosa reliquia que habrá que tratar con mucha precaución en su traslación al cine de la mano de Javier Ruiz Caldera.

El director catalán ya supo captar la esencia del Anacleto de Vázquez en su primera adaptación de un cómic a la gran pantalla, aunque su película sea una adaptación muy libre de las aventuras del agente secreto. Que Dani Rovira haya sido elegido para interpretar a Superlópez nos hace temer que el personaje parezca más torpe y bobalicón de lo que en realidad mostraban sus viñetas, en las que sufría mucho más como Juan López que al vestirse con el traje de superhéroe. Adueñarse de esa dualidad entre una existencia terrestre mediocre, y un alter ego superpoderoso será una de las claves del éxito de la adaptación. Uno no puede sino lamentar que al personaje no llegara a interpretarlo en su día alguien como José Luis López Vázquez, tan creíble como españolito de clase media, como potencialmente capaz de interpretar cualquier papel a la perfección, incluso el de superhéroe.

Cabe destacar, finalmente, que Zeta Cinema, la Marvel española que hay detrás de las últimas películas de Mortadelo y Filemón o Zipi y Zape, tiene en Superlópez la materia prima para crear unos Vengadores a la ibérica. Y es que ya en el número 2 de la colección de Jan, el personaje conocía a otros superhéroes (el Capitán Hispania, El Bruto, La Chica Increíble, Latas y El Mago) con los que formaba El Supergrupo, con el que viviría a lo largo del tiempo numerosas aventuras, que, muy probablemente, se cuenten entre las más divertidas y entrañables de Superlópez.

 

 

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