Son buenas gentes que viven

Santiago Alonso 


Hay una circunstancia que al agricultor Alexandros le gusta recordar a sus interlocutores, como se comprueba hasta tres veces en Los tomates escuchan a Wagner, el lúcido documental que refleja la lucha por la supervivencia de una minúscula comunidad rural de Tesalia, la región centro-oriental de Grecia. Cuenta que los europeos llegaron a América hace cinco siglos y se trajeron a nuestro continente semillas de plantas nuevas que han acabado formando parte de la cultura culinaria del Mediterráneo, sobre todo el tomate. Y que hoy día son pequeñas fincas agrícolas como la suya las que siguen utilizando la misma simiente de entonces para cultivar tomates apellidados «ecológicos» u «orgánicos», mientras que exportan sus productos a países americanos donde ya no se utilizan ni las semillas ni las técnicas originales, porque la agricultura se ha convertido en un mastodonte capitalista centrado en sacar el máximo rendimiento mediante la ingeniería genética y bajo una concepción industrial.

Esta paradoja (o lección o como quiera llamarse) propia del loco, loco, loco mundo que padecemos también da un sentido general al largometraje dirigido por Mariana Economou, quien con su cámara sigue a Alexandros, a su familia y a sus vecinos, trabajadores heroicos todos de una pequeña empresa que intenta zafarse, en la medida de sus limitadas capacidades, pero con humor y sabiduría popular, de unas leyes del mercado que los ahogan con fuerza. Frente a costosos y complicados estudios empresariales, siempre queda la infalible posibilidad de que unas tías mayores saboreen el producto que su sobrino quiere vender, para dar o no su visto bueno a la operación.

Los tomates escuchan a Wagner comienza cuando Alexandros y su primo colocan unos altavoces en los campos de labranza con la finalidad de que la música mejore el crecimiento de las plantas, discutiendo si conviene poner piezas del egregio compositor alemán, la Pequeña serenata nocturna de Mozart o varias melodías populares griegas. Este apunte entre lo simpático y lo excéntrico da pie a lo que parece una propuesta observacional sin un particular atractivo. Sin embargo, muy pronto la mirada de Economou se adentra apaciblemente en la aventura vital de las personas que retrata, y la profundidad de los temas aflora con cada secuencia. Para ello no necesita una voz en off que nos guíe, la inclusión de largas entrevistas u otras marcas que expliciten el discurso. Este se muestra casi siempre de manera natural, prescindiendo de los rodeos, pero también de los énfasis, al hilo del trabajo, el esfuerzo, la ilusión y la bonhomía de quienes aparecen en pantalla.

Un viaje a Bruselas, realizado para ver cómo los comerciantes de los productos bío (otro frente de lucha en realidad) venden las conservas que los protagonistas elaboran en su pequeño rincón del mundo casi despoblado, constituye uno de los momentos más emocionantes de un relato donde se celebran las relaciones humanas en el contexto de una Europa que, estando a merced de la globalización, abandona a su suerte a muchos de sus hijos. Resulta hermoso ver cómo varios de ellos, en este caso los pocos que van quedando en el medio rural, se sacuden la amargura y miran hacia los campos buscando una solución esperanzadora que les permita continuar existiendo mientras comparten un poco más el futuro con los suyos. He aquí un valiosísimo soplo de vida y resistencia con unos aires casi machadianos que, además, ha sido seleccionado por Grecia para ir a los próximos Óscar.


Puedes ver LOS TOMATES ESCUCHAN A WAGNER en FILMIN



 

LOS TOMATES ESCUCHAN A WAGNER

Dirección: Marianna Economou.

Género: documental. Grecia, 2019.

Duración: 71 minutos.

 


 

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