El oficio de mentir


Poco antes de su primer gran clásico, Rashomon (1950), y después de dos amargas e intensas películas, El ángel ebrio (1948) y Perro rabioso (1949) -retratos inclementes del Japón de la posguerra, ya protagonizados por el joven Toshiro Mifune, que habría de convertirse en su actor fetiche-, Akira Kurosawa dirige Escándalo (Shûbun, 1950). Estamos ante un filme más reposado, que podríamos considerar de transición y que, a pesar de su evidente interés, dejó insatisfecho a Kurosawa.

El filme se centra en las difamaciones y escándalos construidos por la prensa rosa, y en las repercusiones que tienen para sus víctimas. Es un asunto cinematográficamente novedoso, no sólo en Japón, donde este tipo de publicaciones no existía hasta la llegada de los ocupantes estadounidenses, sino en el propio cine norteamericano, que tanto había influido en Kurosawa, voraz consumidor de películas junto con su padre (militar cinéfilo) y su hermano (cineasta). Ben Hecht, curtido en la profesión periodística, ya había descrito los excesos cometidos por profesionales como él mismo en su obra teatral The Front Page, llevada al cine en varias ocasiones, dos de ellas antes de esta película de Kurosawa (la homónima The Front PagePrimera plana-, de Lewis Milestone, en 1931; y His Girl FridayLuna Nueva-, de Howard Hawks, en 1940). Pero Hecht había recurrido al humor –con tintes negros- para retratar ese mundo carente de escrúpulos, en tanto que Kurosawa, aunque en esta ocasión sin la gravedad y la sordidez de otras de sus películas de esos años, pone aquí el foco en sus nefastas consecuencias y aprovecha, de paso, para retratar la tensión existente entre la cultura nipona y la estadounidense, así como para denunciar las penurias que sufren aún los japoneses (ejemplificadas en el abogado Hiruta y su hija tuberculosa, que malviven en un barrio pobre).

Kurosawa describe en Escándalo una sociedad que, para bien o para mal, está dejando de ser lo que era. La llegada de los vencedores extranjeros ha traído ciertas libertades (y también la censura de cualquier alusión cinematográfica a la ocupación, que el propio director había sufrido en películas anteriores), pero el Japón de la posguerra es una sociedad nostálgica y doliente, que ha dejado atrás el medio rural -simbolizado en las montañas con las que se inicia la película- para encerrarse en ciudades hostiles que han ido creando en su seno sucesivas capas carcelarias, retratadas con una poderosa imaginación simbólica en esa especie de palomar en el que el abogado tiene su bufete o en la redacción del periódico sensacionalista, que más bien parece una jaula en la que los periodistas traman sus fechorías.

Ichiro Aoe, el personaje encarnado magistralmente por Toshiro Mifune, aquí en una interpretación insólitamente comedida, ajena a su habitual vehemencia expresiva, es un pintor que, a la manera de los impresionistas, busca captar con fidelidad el paisaje, su inmensidad y su pureza. Se enfrenta, junto a la abúlica actriz con la que injustamente le han relacionado sentimentalmente, a una maquinaria mediática que escapa a su control, y lo hace poniéndose sin saberlo en manos de un abogado pusilánime y corrupto, Hiruta (el inquietante Takashi Shimura). Pero Aoe es demasiado bondadoso, una especie de James Stewart carente de nervio, que no comprende lo que se le viene encima: un juicio amañado, dirigido por periodistas inmisericordes, con la complicidad de su propio abogado. Es un personaje que expresa sus emociones con dificultad, a veces haciendo rugir su motocicleta, en una fusión hombre-máquina en la que quizá podríamos ver un antecedente del “chico de la moto” de Rumble Fish, dirigida por Francis Ford Coppola, kurosawiano de pro.

En Escándalo parece que solo algunas mujeres tienen lucidez suficiente para entender lo que está ocurriendo y alertar al pintor. Son Masako (Yoko Katsuragi), la hija enferma de Hiruta, que sí mueve verdaderamente a Aoe, y Sumie (Noriko Sengoku), la desenvuelta amiga del pintor. A esos personajes “salvadores”, tan presentes en el cine de Kurosawa (como el médico alcohólico e impulsivo de El ángel ebrio, que no deja de exponerse a que le maten, o el viejo vagabundo de Bajos fondos, impertinente conciencia de los desheredados), acabará uniéndose, casi a su pesar, el corrupto Hiruta tras la muerte de su hija, que tiene para él un efecto catártico.

En su Historia del cine, Mark Cousins, comparando a Kurosawa con John Ford, señala que el japonés, al contrario que el estadounidense, estaba “más interesado en la capacidad de sacrificio que posee el ser humano que en su instinto de conservación”, y Escándalo evidencia esa presencia del sacrificio a través de un drama judicial en el que no sólo se juzga al periodismo llamado “del corazón”, capaz de todo para vender ejemplares, sino a un sistema que permite los juicios paralelos de la prensa y las injusticias que conllevan.


SCANDAL


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ESCÁNDALO

Dirección: Akira Kurosawa

Intérpretes: Toshirô Mifune, Shirley Yamaguchi, Yôoko Katsuragi

Género: Drama. Japón, 1950

Duración: 104 minutos

 

 


(Fotografías: A Contracorriente Films)


 

1 Comentario »

  1. Tras la derrota de Japón en la 2.ª Guerra Mundial las autoridades americanas controlaban la industria del cine prohibiendo la representación de la era feudal y exigiendo que las películas fomentasen los valores democráticos y describieran la realidad social de la posguerra. Akira Kurosawa, que hasta ese entonces se había visto presionado para realizar films propagandísticos e históricos, tales como «La Más Bella» o «La Leyenda del Gran Judo», destacaría en este nuevo ámbito dejándose llevar por una tendencia neorrealista, moderna y crítica.
    Tras el poderoso drama «El Perro Rabioso», enmarcado en el cine negro y con el que el director daba así una de sus obras maestras, decidió alejarse hacia terrenos opuestos con su siguiente propuesta, «Escándalo», escrita junto a su colaborador Ryuzo Kikushima y donde pondría el dedo en la llaga de un tema bastante moderno y ciertamente irritante: los abusos de la libertad de expresión de la que gozaba (y por desgracia seguirá siempre gozando) la prensa rosa, prensa de sensacionalismo, de falsa información, prensa movida únicamente por la avidez de poder y dinero, sin tener en cuenta los daños a sus víctimas.

    Además de cargar contra esta peligrosa «libertad» (la violencia de las palabras se asemeja a un abyecto crimen, como bien afirma el protagonista), se escudriña en los derivados de la permisividad democrática, consecuencia de la americanización de la sociedad nipona, todavía muy afectada por la derrota y las penurias del conflicto. Cuando el anticonformista pintor Ichiro Aoe, con el que Kurosawa ejemplifica de mejor manera la tendencia juvenil de imitar modelos extranjeros (aquél se compara con el artista francés Maurice de Vlaminck), se halla en plena composición en las montañas, ofrece llevar en su motocicleta a la cantante Miyako Saijo, que pasaba por allí por casualidad, y cuyo destino parece ser el mismo.
    Dicha gentileza les costará cara, pues ignoran haber sido seguidos hasta una posada por dos paparazzi que les toman una fotografía juntos en el balcón de la misma; Hori, el director de la revista para la que trabajan, no tendrá reparos en convertir una inocente imagen en la noticia del momento, inventando así un romance entre Ichiro y Miyako. Kurosawa ataca sin pelos en la lengua a las diversas artimañas de aquellos que trabajan en la prensa rosa, nueva forma de invadir la intimidad de las personas y levantar falsos testimonios que no existía en Japón (hasta la ocupación americana).

    El argumento en este tramo se centra en la guerra declarada entre Ichiro, abandonado por la mujer temiendo los maliciosos rumores, y Hori, lo que recuerda a films anteriores que ya trataron los excesos del periodismo sensacionalista (tales como «Primera Plana» o «Luna Nueva», aunque el humor satírico de aquellas no tiene cabida en esta ocasión). Kurosawa decide entonces huir del cliché con la introducción de Hiruta, un abogado un tanto oportunista que se ofrece a defender al pintor; entraremos en su casa, situada en un barrio pobre, remanente de la guerra, y conoceremos a su hija Masako, enferma de tuberculosis (reminiscencia de la hermana mayor del cineasta, fallecida siendo adolescente).
    Se establecerá así una relación triangular entre el pintor, el abogado y la chica, consciente de que su padre es un hombre caído en desgracia, débil de espíritu, corrompido a lo largo de los años, y con graves problemas de alcoholismo (versión nipona del Curtayne que Spencer Tracy interpretase en «El Caso O’Hara»); sin embargo Ichiro solicitará sus servicios conmovido por la fotografía de Masako colgada en el despacho (que Hiruta volteará antes de ir al encuentro con Hori, pues no desea que su hija sea la mirada interior de su mala conciencia).

    Lejos de las intrigas entre el pintor y la cantante y el director de la revista, «Escándalo» se transforma en una fábula moral sobre la pérdida de ética (la cual Hiruta dice defender nada más hacer su entrada), la vergüenza y la posibilidad de reconciliación con uno mismo, pues el Mundo, pese a estar dominado por seres codiciosos y cínicos, también se puede convertir en un reducto de esperanza y redención, demostrado por Kurosawa en dos significativos momentos: la emocionante secuencia en la que todos los clientes del local cantan al año nuevo y cuando las estrellas se reflejan en las aguas del sucio estanque, materialización de la metamorfosis de Hiruta.
    Metamorfosis alcanzada tras la tragedia en la escena final, donde el director hará del juicio un circo mediático (cámaras, focos y risas invadirán la sala), tomando más importancia que la situación de los protagonistas iniciales. Pinceladas de neorrealismo heredado directamente del cine italino y una puesta en escena tan sobria como conmovedora envuelven al plantel, donde un Toshiro Mifune más comedido de lo normal, una soberbia Yoko Katsuragi y la preciosa actriz de privilegiada voz Yoshiko Yamaguchi (cuya turbulenta vida inspiró también al director), son eclipsados por un impagable Takashi Shimura, brillante en todos los aspectos, y quien se lleva nuestra atención desde la primera vez que aparece en pantalla.

    A los héroes concebidos por Kurosawa les mueven el deber y la deuda, cada uno de sus actos compromete su vida respecto a una sociedad y existencia a las que tendrán que rendir cuentas. Este argumento, que alcanzaría su máxima expresión en «Vivir», está en el corazón de «Escándalo».
    Maravilloso drama social y moral cuyas influencias se apreciarían en el cine de Lumet, Pollack, Frankenheimer o Coppola relegado a obra menor por los seguidores del director e incluso por él mismo, que lo consideró poco centrado e insatisfactorio.

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