Regalarle una motosierra al buen salvaje I AWFF 2020
Santiago Alonso En el año que el debate existencial planetario podría resumirse a todas las escalas en una simple y esencial decisión entre el «sálvese quien pueda» y la «conciencia […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Santiago Alonso En el año que el debate existencial planetario podría resumirse a todas las escalas en una simple y esencial decisión entre el «sálvese quien pueda» y la «conciencia […]
En el año que el debate existencial planetario podría resumirse a todas las escalas en una simple y esencial decisión entre el «sálvese quien pueda» y la «conciencia de lo común es lo único que nos ayudará a salir de aquí (o, al menos, a intentarlo)», los festivales de cine también hacen todo lo posible para sobrevivir y ofrecer al público sus programaciones, de la manera que sea y manteniendo hasta donde pueden sus señas de identidad. Entre ellos, tenemos los próximos días el Another Way Film Festival, la iniciativa de cine sobre progreso sostenible, que no falta a su cita de finales de octubre y celebra su sexta edición en la ya habitual doble modalidad marcada por los tiempos actuales, presencial (en Madrid) y en línea (dos espacios: la plataforma del festival y Filmin).
El lema de este año resulta elocuente y positivo malgrado tutto: «Sorprendamos al futuro». Ahora bien, cuidado con las asociaciones fáciles. Sostener que 2020 es el año que da sentido a las motivaciones de esta muestra de documentales de impacto equivaldría a caerse del guindo y no haber querido reflexionar antes sobre el choque entre individualismo y colectividad. Desde su primera edición, el Another Way Festival se ha caracterizado por un evidentísimo activismo, porque siempre ha ofrecido películas de denuncia en sus distintas secciones, con el triple objetivo de informar, enseñar y sensibilizar a la ciudadanía mientras pone el foco en los retos medioambientales, la peligrosa trampa de cierto ensueño tecnológico y los derechos humanos. Antes de 2020, no es una revelación, los seres humanos ya esquilmábamos, agredíamos y, consecuentemente, matábamos el planeta, haciendo insostenible un desequilibrio global donde la naturaleza tarde o temprano acabará (¿ha acabado?) devolviéndonos el guantazo. Si acaso, la pandemia ha contribuido a que más gente abra los ojos y empiece a descifrar el panorama que ya tenía delante. Con su característico espíritu no derrotista, que a muchas personas les cuesta compartir, el festival ahonda en el concepto de que la única solución pasa por apuntar hacia una coexistencia responsable y respetuosa, como bien exponía en el blog de la página del festival Antonieta Agustí, quien ya en una entrada del 27 de marzo escribía lo siguiente: «Son tiempos de incertidumbre, miedo, ansiedad y sentimientos encontrados. El COVID-19 nos ha obligado a detenernos, observar y respetar. Nos hemos dado cuenta de nuestra vulnerabilidad, pero también de nuestras fortalezas. Nos hemos dado cuenta de la fuerza colectiva, frente a la individual; las calles no se limpian solas, los almacenes no se reponen por obra de magia, las enfermedades no se curan con agua bendita, lo online nunca podrá sustituir lo presencial y sobre todo, nada podrá reemplazar el contacto humano. La entrada del COVID-19 en Occidente es un ejemplo más de nuestra relación tóxica con la naturaleza, que de nuevo, no se queda callada y ahora nos pide a gritos que le demos atención y respeto».
El número de títulos seleccionados este año asciende a un total de 31, dando cabida también como otras veces al formato cortometraje y al rescate de obras de ficción que se ajustan a las temáticas del Another Way. Las dos secciones principales, destinadas al documental, son la Oficial e Impacto, con un total de 14 producciones internacionales. De entre ellas vamos a detenernos en dos que seguramente son buenos ejemplos de lo que el festival ofrece al público. Son Newtopia del noruego Audun Amundsen, la cinta que inaugura el festival, y Res Reata: seres humanos y otros animales, una producción italiana dirigida por Alessandro Cattaneo.
El chamán y su peluca sintética
Alejarse de la civilización y resguardarse en los últimos lugares donde, en contacto con la naturaleza, no se han extinguido los (supuestos) ecos de una mítica Edad de Oro del hombre: este impulso vital de escapada y reencuentro con la esencia primitiva ha conducido a muchos a una clase de aventura, digámoslo así, demasiado complicada. Ahí tenemos las experiencias del pintor impresionista Paul Gauguin o, como vimos hace unos años en la película basada en hechos reales Hacia rutas salvajes, la vida del excursionista estadounidense Chris McCandless. No es difícil que nos vengan a la mente estos dos nombres al ver a Audun Amundsen, el joven noruego que ha tardado quince años en completar Newtopia, el documental sobre sus estancias en las islas Mentawai, un pequeño archipiélago volcánico situado a 150 kilómetros de la costa occidental de Sumatra. En su caso, también le da muchas vueltas a su conflicto íntimo, pero Amundsen ejerce de coprotagonista, cuando no de secundario, porque el motor de su proyecto es la fascinación que siente por su amigo Aman Paksa, un mentawaiano de la isla Siberut que conoció casualmente durante su primera visita a Indonesia y con quien vivió un mes y medio. Desde entonces el europeo volvió más veces, en una ocasión quedándose en la cabaña de Paksa más de un año, con la intención de comprobar, primero, si el cuento de hadas era real y, segundo, si su anfitrión —chamán, cazador y recolector de la selva— se estaba aproximando con consecuencias fatales a la modernidad.
La inclusión en el festival de un documental con aspectos tan incómodos habla bien de los organizadores y de su intención de promover el debate, porque la película no soslaya lo problemático de intentar ajustar el concepto de un prístino paraíso a la realidad. A nuestro lado de la pantalla van a surgir muchas dudas. ¿Hasta qué punto Amundsen está idealizando la existencia tropical? ¿Son tan deseables las condiciones en las que vive esta gente? Incluso, por qué no, cabe preguntarse si el joven está manipulando en cierta manera a Paksa para obtener sus grabaciones. Lo mejor que tiene el filme es que no se esconden las puntualizaciones a la premisa general. Como cuando Amundsen debe recurrir a los antibióticos porque su salud corre serio peligro, o cuando no se puede negar a la petición del mentawaiano de que le lleve a trabajar a la ciudad de Padang y le enseñe después Yakarta. Y admite, además, que una motosierra es un instrumento que parece hecho para las habilidades de este hombre de la selva.
La experiencia «civilizadora», asimismo, no puede tener un saldo menos negativo —impresionan la secuencia de la montaña que desaparece o el alucinante encuentro con un antiguo hampón—, hasta llegar al descorazonador momento en que el chamán, con el pelo corto en su versión urbana, compra una larga peluca sintética para poder reconocerse en un espejo. Las respuestas dadas al final de Newtopia no son definitivas ni despejan las dudas acerca de la viabilidad o no del sueño dorado, pero su artífice —Amundsen ha filmado todo solo y las únicas intervenciones ajenas están en la posproducción— entra de manera honesta en el debate, sin que tampoco cunda la desilusión en su ánimo. Y, con inteligencia, invita a los espectadores a que lo continúen una vez se acaba la proyección.
Animali movie
A la ínclita cinematografía italiana le corresponde el muy dudoso mérito de haber difundido uno de los formatos fílmicos más cuestionables que han existido. Se trata de las mondo movies —que toman su nombre del considerado título inaugural, Mondo cane (1962) de Jacopetti-Cavara-Prosperi, aunque esto no sea para nada exacto, pues no fue el primero—, todo un filón de escandalosos (semi)documentales sobre diferentes manifestaciones culturales captadas a lo largo y ancho del planeta tierra. Algunas de estas revistas audiovisuales de viajes para europeos que se sentaban tranquilamente en la butaca de su cine, a veces fenomenalmente bien rodadas, no dejan de sorprender aún hoy día por lo abominables que podían resultar y también por los sorprendentes hallazgos expresivos que presentaban. Aparte de ciertos aspectos ideológicos que solían traslucirse (por ejemplo, el tufo colonialista en el tratamiento de lo exótico), muchas mondo tenían en las imágenes reales de crueldad hacia los animales uno de sus abyectos recursos. Maltratos, cacerías y matanzas…
Ya desde el mismísimo principio de Res creata, con las tomas del inmenso cadáver de una ballena que quedó varada en la costa de Sassari, y de las personas que se acercan a mirar y hacerse selfis como si la muerte fuese un espectáculo, el director Alessandro Cattaneo parece estar estableciendo una conexión con aquellas películas, pero precisamente para darle la vuelta tanto ética como estética a su concepto. Nada de bajezas ni salvajadas: a Cattaneo le mueve el ánimo de reflexionar con calma sobre la milenaria y a menudo conflictiva relación entre «el ser humano y el resto de los animales». Al igual que una cinta mondo, Cattaneo propone un caleidoscopio de diferentes viñetas sin argumento estructurado, en este caso recorriendo la península itálica de norte a sur y mostrando ejemplos de una coexistencia milenaria que oscila entre la necesidad, a veces hasta afectiva, y la explotación. El filósofo que plantea cuestiones como el antropocentrismo, el pastor que no puede vivir sin sus ovejas, el musicólogo que dedica sus estudios a los sonidos emitidos por diferentes especies, los visitantes a un museo-terrario que se echan por encima las serpientes, el viejo cantante punk que retorna a las raíces rurales para montar una compañía de espectáculos ecuestres, los cetreros con sus aves rapaces, el rapsoda obsesionado por las indescifrables cercanías que pueden llegar a establecerse con ciertas criaturas vivas, la apicultora que vive feliz con sus abejas y sus perros… Sus historias y comentarios se van alternando con elegantes composiciones fotográficas de los paisajes, más unos pocos fragmentos que parecen sacados de un reportaje zoológico.
Res creata se presenta, en suma, como un largometraje serio y sobrio, quizás demasiado parsimonioso en ocasiones y en el que se echan en falta apuntes organizativos que amarren el conjunto. Al final, las reflexiones quedan dispersas como si fuera un trabajo sin rematar, pero como obra más o menos termina ajustándose a las razones que explican su inclusión en el Another Way Film Festival: que nos detengamos, observemos, aprendamos a entender los desequilibrios generados por el hombre y, por último, nos atrevamos de una vez y de verdad a alzar la voz.
Del 22 al 29 de octubre
Aquí puedes ver toda la programación del AWFF en sus distintas sedes de Madrid.
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