Sin olvido (Tlmocník)
La culpa que nos corresponde Santiago Alonso Saber o no saber, esa es la cuestión. ¿Seguro? He aquí otra formulación mejor: querer saber o no querer saber. Resulta que quizás […]
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La culpa que nos corresponde Santiago Alonso Saber o no saber, esa es la cuestión. ¿Seguro? He aquí otra formulación mejor: querer saber o no querer saber. Resulta que quizás […]
Saber o no saber, esa es la cuestión. ¿Seguro? He aquí otra formulación mejor: querer saber o no querer saber. Resulta que quizás esa es la cuestión. La primera frase la diría el austriaco Georg, un jubilado vivaracho y ligón cuyo padre perteneció a las SS, y con el que, como buen ciudadano de la Europa democrática del siglo XX y primera parte del XXI, siempre marcó las obvias distancias. Ya de pequeño le fue revelado que su progenitor había sido nazi y había matado a mucha gente, pero todavía no sabe qué hizo en concreto, a quién, cómo y dónde lo hizo. Total, si eso pertenece al pasado. La segunda frase bien podría resumir la obsesión vital de Ali, un desabrido intérprete profesional eslovaco de ochenta años. Quedó huérfano durante la guerra y sí sabe a quién, cómo y dónde mató el padre de Georg, porque el pasado sigue latiendo no solo dentro de él, sino en el paisaje humano de la Eslovaquia profunda, un país que abrazó el nacionalsocialismo y donde, según varias estimaciones, puede que se exterminara al 80% de la población judía.
Meter a individuos antagónicos en un coche y ponerlos a recorrer kilómetros y más kilómetros es una premisa clásica para arrancar una road movie. Lo complicado en el planteamiento de este largometraje de Martin Sulík pasa por haber sentado a estos dos, a Georg y Ali, sin que chirríe el desarrollo argumental ni que la gravedad del tema se diluya a causa de los momentos más distendidos. Por fortuna, en Sin olvido funciona la química entre extraños-pero-compañeros-a-la-fuerza y, sobre todo, se percibe plenamente la idea de viaje al (re)descubrimiento de la barbarie. Ello se debe, por un lado, a que Peter Simonischek (el recordadísimo «papá al rescate» de Toni Erdmann) y Jirí Menzel (director y actor fundamental del cine checoslovaco: firmó la célebre adaptación de Trenes rigurosamente vigilados y Alondras en el alambre) encarnan con justeza sus personajes y no llegan a traspasar nunca la línea de la comicidad y del dramatismo sobreactuados. Por otro, está el trayecto que les prepara (y al público también) Sulík. Empieza con trazos amables, casi de comedia sobre viejos refunfuñones; después pasa a un costumbrismo de carreteras secundarias e, incluso, al deleite del atractivo paisajístico; y, mientras, poco a poco se va adentrando en la oscuridad de la culpa.
El director presenta una cinta que va siempre de menos a más, pues a la intensidad creciente siempre la acompaña paso a paso la profundidad ética. Además, lo que acaba de completar el sentido de compromiso que atesora su relato es la sagacidad con la que va sumando cuestiones al eje central de la vergüenza del Holocausto: la voluntaria desmemoria que muestra un austriaco, el escaqueo moral de un eslovaco respecto al colaboracionismo de sus antepasados y a la comodidad del silencio, el subsiguiente sufrimiento provocado por el régimen comunista, el polvorín ucraniano que no queremos ver en los noticiarios… Son recordatorios y señalamientos que se dirigen al espectador europeo de 2020.
SIN OLVIDO
Dirección: Martín Sulík.
Intérpretes: Jirí Menzel, Peter Simonischek, Zuzana Mauréry, Réka Derzsi, Anna Jakab Rakovska.
Género: drama. Eslovaquia, República Checa, Austria, 2019.
Duración: 113 minutos.