Atreverse a jugar
El puzle, el rompecabezas, el acertijo… el laberinto intelectual, a fin de cuentas, es lo que ha definido el grueso de la filmografía de Christopher Nolan. Esta tendencia en el cine no es nueva. Si ya se manifestaba en el cine de autor modernista —Alain Resnais y su El año pasado en Marienbad—, a partir de los noventa se convirtió en una constante en el cine comercial, con filmes como Sospechosos habituales, El club de la lucha u Oldboy como icónicos representantes. Se trata de un modelo de cine difícil de catalogar y que diferentes teóricos han intentado etiquetar de varias maneras: esas películas, son mind games para Thomas Elsaesser, database-based stories según Lev Manovich o puzzles movies en palabras de Warren Buckland. En cualquier caso, estamos ante una aproximación creativa que, entrega tras entrega, Nolan ha ayudado a popularizar, con cintas como Memento, Origen o Interstellar.
Desde el punto de vista cinematográfico, el punto de partida de la película-puzle es potencialmente problemático. Debido a que el principal gancho de la propuesta reside en la arquitectura del guion y no en la composición de las imágenes, resulta muy tentador apostarlo todo a lo primero y dejar que lo segundo sea un elemento secundario de la función, sin que ello le reste potencial comercial, pues, ¿a quién no le tienta el reto de resolver un intrincado acertijo? Para no caer en esta tendencia se requiere de un director astuto, capaz de captar los conceptos abstractos del guion y de transformarlos en ideas visuales que, en combinación con una valiosa utilización del lenguaje cinematográfico, den como resultado una obra que en última instancia se vertebre a partir de la esencia del cine, que es la imagen en movimiento. Ejemplos como el de la filmografía de David Fincher demuestran que es perfectamente posible combinar un texto complejo, de suculenta trama, con una narrativa visual portentosa. Como contraposición existen ejercicios perezosos de puesta en escena como Sospechosos habituales, El efecto mariposa o Las posibles vidas de Mr. Nobody, cintas que se vuelcan en la complejidad de la trama, sin que la abierta irrelevancia de sus imágenes parezca preocuparles a sus creadores. Y el principal problema del cine de Nolan es que el grueso de su filmografía pertenece de manera abierta a este segundo caso.
Al mismo tiempo debe destacarse la brillantez con que el director y guionista británico intenta distanciarse del citado modelo. Es cierto que por lo general las escenas de sus películas están rodadas de manera perezosa, con una evidente incapacidad o desinterés por planificar movimientos de cámara y actores con los que conectar los diferentes espacios escénicos, algo que resuelve de manera burda mediante cortes de montaje y un desasosegante uso del inexpresivo plano medio. En ese sentido, la puesta en escena no parece diferenciarse demasiado de otros ejemplos por el estilo. Sin embargo, la clave artística de Nolan consiste, por un lado, en que profundiza en una serie de fijaciones personales que lo llevan a convertir sus historias en inherentemente suyas —la temporalidad, la obsesión por el control, la literatura como gran referente cultural, la mirada trascendente y solemne sobre la existencia—, y, por otro, en que eleva el nivel de complejidad del guion a una dimensión poco habitual en cintas comerciales. Se suele decir con frecuencia que este tipo de cine pierde su gracia una vez se conoce la resolución de la trama. Esto no sucede en el cine de Nolan: el cineasta es tan inteligente que complica la historia y las leyes del universo en el que transcurre hasta el punto de que nunca es suficiente con ver el filme una vez para entenderlo en su totalidad —en algunos casos, incluso para entender algo.
El mejor ejemplo que refleja cómo funciona este modelo es Origen. La cinta de 2010 es una construcción colosal sobre el mundo de los sueños, desde la perspectiva del thriller de acción y mediante una aproximación realista que implica la elaboración de una serie de intrincadas normas de funcionamiento del universo, basadas en mayor o menor medida en conceptos científicos. El filme es uno de sus ejercicios más complejos y, al mismo tiempo, también uno de los peor dirigidos. No hace falta irse a lo más evidente, como el hecho de que puede que sea una de las reconstrucciones del subconsciente más insípidas que se hayan filmado en la historia del cine; basta con analizar el clímax de acción. En el momento en el que los diálogos desaparecen, en esos escasos instantes donde la acción pura y dura toma el control, lo que realmente mantiene al espectador interesado en el filme es conocer la resolución de la trama para ver si las piezas que ha ido recopilando en su mente finalmente encajan, y no el (escaso) potencial de impacto de sus imágenes.

Origen es el mejor ejemplo para entender el lado más problemático del modelo cinematográfico acuñado por Nolan, y al mismo tiempo es el mejor punto de partida para entender qué hace de Tenet una película aparentemente similar pero tremendamente distinta en realidad. La última obra del cineasta británico es también un thriller de acción, en este caso perteneciente al subgénero del espionaje, donde los avances científicos de la física cuántica han dado con un algoritmo que permite viajar en el tiempo —lo que otorga un matiz de ciencia ficción al universo descrito. La principal gracia de la propuesta consiste en que, puesto que el tiempo se describe de manera lineal, viajar del futuro al pasado describe la trayectoria exactamente inversa a la que va del pasado al futuro. En otras palabras: a diferencia de lo que suele ocurrir en este tipo de historias, quien viaja al pasado no se integra en dicho pasado, sino que avanza en dirección opuesta, dando lugar a que la consecuencia se observe antes que la causa.
Esta rocambolesca explicación, que probablemente causará más de un problema de comprensión al lector, podría ponernos en alerta ante un nuevo ejercicio de complejidad textual combinada con vacuidad visual por parte de Nolan. Sin embargo, la clave del filme reside en que, esta vez, la verdadera protagonista es la imagen. Esto se observa en dos aspectos. Por un lado, es la primera vez que el director es capaz de convertir, de manera constante durante el relato, los conceptos del guion en ideas visuales. Por otro lado, la cinta es perfectamente disfrutable se entienda o no el armazón cuántico que la recubre, y si esto es así es principalmente porque, por fin, las imágenes de Nolan importan y se valen por sí mismas. En Origen costaba encontrarle la gracia al asunto si uno no entendía los diferentes niveles del mundo de los sueños o las claves del plan maestro que diseñaba el grupo de protagonistas. En Tenet, a la hora de la verdad, da absolutamente igual entender exactamente cómo funciona el universo, por qué las cosas suceden como suceden. El mero hecho de asistir a set pieces donde unos elementos se mueven en un sentido mientras otros lo hacen en el contrario, mientras unos avanzan y otros retroceden, es motivo suficiente para quedar alucinado, hasta el punto de que, probablemente, cuanto menos se entienda la premisa teórica, más se disfrutará el espectáculo visual.
Pero la prueba de fuego que confirma el valor cinematográfico de Tenet es la apuesta firme de Nolan por el poder de sugestión de la imagen. No es solo que la cinta impacte desde lo visual, sino que, a la hora de decidir cuán lejos se quiere llegar con la propuesta, esta vez por fin no hay duda. Tampoco nos llevemos a engaño: Nolan sigue siendo Nolan, aquí no aparecerán, ni por talento ni por voluntad de experimentación, narraciones portentosas o juegos con la imagen que ofrecen cineastas contemporáneos como Fincher o como Quentin Tarantino. Nolan sigue destacando por su limitación como narrador en imágenes, pero esta es la primera vez que quien esto escribe aprecia un riesgo real en la propuesta visual, incluso unas ganas de juego en un cineasta que tanto destaca por una sobriedad que por momentos puede convertirse incluso en insustancial. Porque, más allá de lo inteligente, complejo y coherente que sea el universo descrito, lo cierto es que es la primera vez en la filmografía del realizador donde uno puede encontrar como constante en el metraje situaciones que, si uno las piensa, en realidad son delirantes, gozosamente ridículas. Por poner algunos ejemplos: el antagonista se comporta como un auténtico orangután, cual malo mafioso de cinta de acción de serie B; en una escena de acción un avión en pista se empotra contra un almacén; en otra, un coche que, puesto que viene del futuro se mueve en dirección contraria, debe perseguir a otro marcha atrás; en un momento dado se decide que la mejor manera de arrastrar un cadáver consiste en echar crema solar en el suelo. Estos ejemplos, solo algunos de los muchos que aparecen en Tenet, son pruebas de que el autor de Interstellar esta vez sí se ha atrevido a abrazar el género de acción sin (demasiados) tapujos, hasta el punto de que podríamos atrevernos a afirmar que da la impresión de que es la primera vez que Christopher Nolan se lo ha pasado verdaderamente en grande en un set de rodaje.


TENET
Dirección: Christopher Nolan.
Reparto: John David Washington, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Kenneth Branagh, Dimple Kapadia, Aaron Taylor-Johnson, Michael Caine, Clémence Poésy.
Género: thriller de espionaje. Reino Unido, 2020.
Duración: 150 minutos.