El viaje de la princesa prometida
Irene Bullock Los viajes en el tiempo y en el espacio de Ijon Tichy, uno de los personajes ficticios del escritor polaco de ciencia ficción Stanisław Lem, son sustituidos por […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Irene Bullock Los viajes en el tiempo y en el espacio de Ijon Tichy, uno de los personajes ficticios del escritor polaco de ciencia ficción Stanisław Lem, son sustituidos por […]
Los viajes en el tiempo y en el espacio de Ijon Tichy, uno de los personajes ficticios del escritor polaco de ciencia ficción Stanisław Lem, son sustituidos por las andanzas de la actriz Robin Wright en El congreso (The Congress, Israel, 2013), del director israelí Ari Folman. Así el mundo distópico, satírico y paródico, que Tichy recorre en la novela corta Congreso de futurología, se transforma también en una distopía, aunque envuelta de melancolía y tristeza, donde una madre busca a su hijo. Pero Folman logra atrapar la extrañeza del universo de Lem, y absorbe esa narración circular para plasmar un universo visual hipnótico dominado por la farmacología donde a través de la psicoquímica (todo tipo de drogas y alucinógenos), el ser humano quiere alejarse de la verdad y del mundo real. Y, de este modo, también reflexiona sobre el futuro del cine, que se convierte en un consumo individual donde cada cual se encierra cada vez más en un mundo imaginario y lo manipula a su gusto para huir totalmente de la realidad que duele.
Ari Folman construye una extraña y bella película estructurada en dos partes. La primera se centra en una reflexión demoledora sobre la actual industria del cine y el papel de los actores dentro de ella. Y la segunda se empapa del universo de Lem para dejar constancia de que, por mucho que se luche contra la realidad, al final todo ser humano posee un subconsciente donde esconde una verdad de la que es imposible alejarse.
La princesa prometida
El congreso arranca con un primer plano de Robin Wright, que se interpreta a sí misma. Un rostro que llora y que escucha la voz de su agente (Harvey Keitel). Esta tiene la difícil edad de los cuarenta. Con esa edad, en Hollywood, una actriz puede volverse invisible. Su agente le dice que lo tuvo todo, pero que ella misma con sus elecciones pésimas pisoteó sus sueños. Le explica que el estudio cinematográfico le va a ofrecer una última oferta, si bien él mismo no sabe cuál es.
También descubrimos el mundo personal de la actriz: vive en un hangar cerca de un aeropuerto con su hija adolescente, Sarah (Sami Gayle), y su hijo, Aaron (Kodi Smit-McPhee), que tiene una enfermedad degenerativa que afecta a ojos y oídos. Pero a la vez, Aaron posee un rico mundo interior, con una obsesión particular por las cometas y los aviones. La enfermedad de Aaron, en la que Wright está volcada, es el síndrome de Usher, que le dibuja un futuro poco esperanzador. A pesar de todo, el niño tiene una fijación con el vuelo y con la historia de los hermanos Wright, así como con los avances de estos en el mundo de la aviación.
Robin va al corazón de los estudios Miramount (un nombre paródico que fusiona Miramax y Paramount) para entrevistarse con el productor todopoderoso, Jeff (Danny Huston). Este recuerda su llegada a los estudios: una tejana rubia que era «tan guapa». Comenta que ella era el futuro, la princesa elegida por todos. Pero le habla también de sus elecciones erróneas y de su edad. Y le advierte que la estructura que existe alrededor de los actores pronto desaparecerá. Lo que le ofrece es la opción de escanearla. El estudio quiere su cuerpo, su rostro, sus emociones, sus sueños y sus miedos. «Queremos digitalizarte». Lo tiene claro, Miramount desea ser propietario de la marca Robin Wright. «Haremos todo lo que no quisiste hacer en su momento». El magnate es claro: «Necesito a la princesa prometida, a Jenny de Forrest Gump y a la del Clan de los Irlandeses, no a ti. No puedo salvarte de ti misma». En esta película, rodada antes de los tiempos del MeToo, la protagonista le dice que prefiere tener su capacidad de decidir intacta y que por eso nunca quiso acostarse con él (aunque se intuye que eso le restó oportunidades), y que en ese momento no la seduce en absoluto ser un chip en su ordenador.
Pero su agente le hace reflexionar y pone ante sus ojos el sistema de estudios, y sus últimos coletazos: «Siempre fuiste una marioneta». Le recuerda cómo los directores y los productores le decían qué tenía que hacer en cada momento. Pero ella insiste en que si dice que sí le quitan «la puta elección». Ella es consciente de que la digitalización elimina la libre elección de los actores. La libertad para elegir proyectos o para equivocarse con sus decisiones. Pero este la mira, triste, y le pide que reflexione si realmente tendrá posibilidad de elección según vaya envejeciendo más. «No sois más que herramientas. ¿No lo entiendes?». Y añade: «Despierta. Esto es la puerta de la libertad».
El mundo que refleja El congreso no está tan alejado de la realidad. No hay más que repasar la actual historia del cine y observar los experimentos digitalizados con Andy Serkis, el rodaje de Avatar o los conciertos que prometen la presencia de María Callas en el escenario o incluso de cantantes inventados. No hace mucho se anunciaba un próximo estreno con una aparición estelar en su reparto: un James Dean digitalizado.
Finalmente una conversación con el doctor de su hijo (Paul Giamatti) abre los ojos a Robin para no cerrar las puertas a la oportunidad que se le ofrece. Este le explica que Aaron tiene una mente maravillosa y augura que así cree que será el cine del futuro. Su hijo procesa la información que le llega y la traduce como puede, como demuestra en la prueba de audición. Aunque ya apenas oye, el niño con los estímulos sonoros que capta siempre busca palabras similares. «Los del cine dispondrán del estímulo electrónico que la mente traducirá de acuerdo con el subconsciente. Se darán datos de la historia a la gente, y la madre o la novia interpretarán a Marlene Dietrich o a ti, según lo que haya en cada caja mental». Y es que lo que Robin desea es no perder el vínculo comunicativo con su hijo por nada del mundo.
Así, Robin llegará a protagonizar uno de los momentos más hermosos de la película de Folman: su proceso de escaneo. Lo lleva a cabo con un director de fotografía, que se siente afortunado porque todavía trabaja con la luz y con los actores. La actriz es encerrada en una esfera gigante y se la pide que se desnude emocionalmente, pero en un principio no puede, hasta que su agente le cuenta una historia para que empiece a tener sentimientos. Es la historia verdadera de cómo llegó a ser agente, cómo la conoció y cómo se quedó unido irremediablemente a su suerte. Le cuenta una vida en el Bronx y el secreto de su trabajo: «Sabía reconocer una tara, una debilidad, un defecto… y explotarlo como agente». Cuando la conoció, intuyó su miedo, y lo explotó. Pero entonces Robin tuvo a sus hijos, y ese miedo desapareció. «Nunca me había sentido tan perdido. Entonces me di cuenta de que no era tu agente, sino que simplemente te quería». Después, este le cuenta que Aaron empezó a empeorar y que ambos se quedaron atrapados en «esa maquinaria». La mira con ternura y le dice que esa es su última actuación y, con lágrimas, repite: «No te merecías esto». Lo que ha hecho es, quizá por última vez, hacerla sentir de verdad.
La madre
Han pasado ya veinte años, justo lo que duraba su contrato de digitalización. Nada sabemos sobre qué ha ocurrido durante estas dos décadas. Robin, una bella anciana, va en un coche por una carretera sin fin para acudir como invitada a un congreso, en calidad de vieja gloria del estudio. Está a punto de entrar, como le dice un operario, en «una zona de animación restringida», que le hará penetrar en la ciudad de Abrahama. A partir de este momento, en la película, la lógica salta por los aires. Lo único real en ese mundo de animación en el que penetra la protagonista es su comunión íntima con su hijo Aaron, con quien se comunica incluso en la zona restringida.
Robin sucumbirá no solo a una revolución psicoquímica, sino que la atraparán de nuevo mediante un contrato, pues «esta estructura que conocemos dejará de existir». Un mantra que no deja de repetirse una y otra vez. Como le advierte el productor: «Las películas son cosa del pasado, Robin». Y le confiesa su futuro: «A partir de ahora te beberán, te comerán en una tortilla o en un flan». Será pura química en la «era de la libre elección». Sin embargo, Robin, animada o no, nunca deja de lado la rebeldía, y avisa de la nueva era en un acto multitudinario que organiza la productora. Se dirige a las masas enfervorecidas. Les pide que despierten, que espabilen, que solucionen los problemas, que no dejen que la culpabilidad les devore, que no sepulten la conciencia… que no huyan de la verdad. Pero Robin es expulsada del hotel, que está sufriendo además un ataque feroz, parece ser que de fuerzas rebeldes contra el dominio de los fármacos. De pronto, en plena rebelión, se cruza en su camino Dylan Truliner (Jon Hamm), que se convertirá en su compañero de aventuras. Truliner es el animador que durante veinte años manipuló su imagen digitalizada. Este conoce a fondo su melancolía y la ha amado todos estos años, aunque nunca coincidiese con la de carne y hueso. Rebeldía y sacrificio de la «princesa»… en este mundo sin lógica, de saltos en el tiempo y en el espacio, que no puede dominar. Robin pierde el contacto con su hijo, pero nunca la esperanza de volver a verlo. De su hija Sarah también va teniendo noticias en esa zona restringida de animación, esta pertenece al cuerpo rebelde contra el sistema de fármacos.
Después de sus andanzas en un mundo donde «el tiempo es subjetivo», encuentra la llave que le puede devolver otra vez a su hijo. Y esa llave se la proporciona el propio Truliner: «Si él no quiere formar parte de la fiesta química, estará al otro lado». Y ante la pregunta de que habrá al otro lado, la respuesta es simple: la verdad. «Ahí están los que no cruzaron». Su encuentro con la verdad es dura. Dylan le proporciona una píldora para regresar a la realidad. Y el mundo no es bello, pero allí ha estado todo este tiempo su hijo esperándola. Robin busca al doctor de Aaron y lo encuentra. Tiene con él una conversación reveladora, este le dice: «Ahora reinventamos la verdad» y le señala que no es muy diferente a la labor que realizaban los antidepresivos. También le explica que su hijo dejó de esperar hace apenas seis meses y que cruzó al otro lado. Robin se queda desolada, el encuentro parece ya imposible, pues no sabe en qué se ha podido transformar su hijo en ese mundo animado. Pero de nuevo el doctor le da una triste fórmula: «Irás donde tu mente y la química te lleve». Y ella solo tiene un lugar posible donde regresar: allí donde no tiene miedo, cuando está junto a su hijo.
Un mundo imaginado
El mundo que diseña Ari Folman es rico y de interminables referencias. Desde la animación de los hermanos Fleischer, hasta aquellos maravillosos cortos de animación de la Warner, espolvoreados con las imágenes alucinógenas de George Dunning en un mundo de submarinos amarillos. Un paseo por las pesadillas oníricas de El Bosco, y por los mundos de Brazil de Terry Gilliam, revoloteando por el universo de Gulliver y los paisajes del barón Münchhausen. Pero el director israelí, al mostrar un mundo dominado por la farmacocracia, por entes poderosos y superiores que someten a los seres humanos y trastocan una realidad superpoblada, no puede evitar además la influencia de Stanley Kubrick, uno de sus directores favoritos, que revolucionó el género de la ciencia ficción a partir de los años sesenta del siglo XX. La presencia y los homenajes a Kubrick envuelven El congreso, desde esa entrada con un hermoso travelling a la ciudad animada, con la música clásica de fondo que podía escucharse en Barry Lyndon, hasta la recreación de Teléfono rojo, volamos hacia Moscú y el viaje del mayor T.J. King Kong (Slim Pickens) en la bomba atómica, un personaje transformado en una galáctica Robin Wright.
Es más, Ari Folman convierte en protagonista de su película a una actriz real, con nombre y apellido, con una carrera y unas elecciones determinadas. Robin Wright es real y mítica a la vez, pero el creador imagina para ella un relato cinematográfico. Así, la princesa prometida, o la tejana que conquistó el culebrón Santa Barbara, es a la vez un atractivo personaje de ficción.
Al final, el complejo mundo visual de El congreso esconde una sencilla, simple y triste historia verdadera: la búsqueda de una madre y de un hijo que solo quieren estar juntos, que no quieren perder el vínculo.
Puedes ver EL CONGRESO en Filmin
Recuerdo que una vez enganché esta película en televisión y me quedé mirando un poco. Recuerdo el tema de la primera parte y el proceso de escaneo que describís pero luego de esa escena, no quise seguir mirando. Es muy horrible el mundo que construye la película (tan horrible como un espectáculo ofrecido por el holograma de Maria Callas) y no lo soporté… prefiero vivir en la negación supongo, porque sé que a algo parecido a eso vamos (vuelvo a los espectáculos de Callas, no imagino quién en su sano juicio iría a verlos por más que echemos de menos su presencia en la Tierra).-
Y aquí me peleo conmigo misma, porque en un punto me lo paso «resucitando» gente que ya no está con mis visionados de clásicos pero al menos ellos estuvieron verdaderamente aquí al momento de construir su legado. Un cine generado parcialmente por computadora ya es bastante feo, imaginate uno en el que ni siquiera haya actores en la escena…
De modo que no voy a decirte esta vez que buscaré ver la película pero sí prometo leerte siempre para seguir tomando tus recomendaciones. Sólo por esta vez me aparto.-
Un beso enorme, Bet.-
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Mi buena amiga Bet, es que es una película tremendamente triste, y el futuro que augura (que efectivamente está más presente de lo que pensamos) del cine no es en absoluto hermoso. Es una distopía en toda regla. Sin embargo, me parece una película, en su melancolía bellísima, porque finalmente lo que nos dice es que no podemos huir de la verdad. Que las caretas en algún momento caen y que por mucho que queramos inventar un mundo, la realidad nos acecha.
A mí me pasa lo mismo que a ti. Soy todavía hija del universo analógico, así que Maria Callas en holograma o películas donde todo es digitalizado me parece un mundo tan frío y carente de emoción…
Por eso entiendo perfectamente que te apartes de esta película (aunque insisto, es muy hermosa y extraña), pero ¡creo que la próxima entrega lo mismo te vuelvo a conquistar un poquito!
Con mucho cariño
Irene Bullock
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Hola Irene:
Me gustan mucho tus entradas.
Me ha extrañado que no menciones que esta peli (que no he visto) tiene un posible «antecedente/otra cara de la moneda»; se trata de S1m0ne (lo mejor el titulo SIMulator ONE, Simone). Es una película fallida, que tiene parecidos… y grandes diferencias con esta.
Un saludo.
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Manuel, muchísimas gracias por tus palabras.
Y me encanta que hayas nombrado a S1m0ne , justo cuando Al Pacino, actor que me apasiona, cumple 80 años. Te confesaré que no la he visto. En su día, cuando la estrenaron en los cines, me la perdí. Y las veces que la han pasado por televisión no la he pillado. Aunque estoy segura de que terminaré viéndola.
Aun así qué bueno que una película lleve a otra, que las películas dialoguen entre sí y que enriquezcan mucho más los textos y los análisis. Así que gracias por señalarla. Pues efectivamente sí que sé de qué va la película y, además, me he ido corriendo a ver de nuevo el tráiler, y trata un tema que toca también de otro modo «El congreso», y que está muy cerca ya en el cine actual, la digitalización y el mundo virtual en el universo cinematográfico. Y el tema a mí me da escalofríos, porque soy una enamorada del cine analógico…, pero también me interesan los caminos y senderos que sigue el séptimo arte.
Con mucho cariño
Irene Bullock
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