Entrevista con el director de Génesis
Santiago Alonso
Tras el rotundo éxito que cosechó el año pasado en la Seminci de Valladolid —la película se llevó, nada más y nada menos, que el triplete de la Espiga de Oro, el premio a mejor director y el de mejor actor (Théodore Pellerin)—, se estrena por fin Génesis, un intenso relato sobre la adolescencia y la complicada educación sentimental de tres jóvenes personajes que viven en la ciudad de Montreal. Su autor, el canadiense Philippe Lesage (1977), ya había llamado poderosamente la atención hace cuatro años en el Festival de San Sebastián, donde tuvo lugar la presentación mundial de Los demonios (2015), su primer largo de ficción después de haber rodado cuatro documentales. Los demonios era un drama psicológico sobre un niño que empieza a descubrir con bastante temor cómo es el mundo de los adultos que lo rodean. Su planteamiento formal revelaba que detrás había un cineasta muy concienzudo que asumía muy conscientemente la postura del narrador que pretende conducir al público por el camino de lo inesperado, mientras juega con las estructuras del relato y los mecanismos de puntos de vista.
Aunque parta de otros planteamientos y desarrolle un estilo diferente, Lesage apuesta en Génesis por la misma valentía narrativa, combinando dentro del mismo marco las historias de Guillaume, un estudiante de 16 años que se ha enamorado de su mejor amigo; de su hermanastra Charlotte, quien, desengañada de su relación, empieza otra relación con un chico diez años mayor que ella; y la reaparición de Felix, el protagonista de Los demonios, cuya presencia sirve, quizás, para redimensionar las emociones y los dolores (sobre todo los dolores) de los distintas transiciones a la edad adulta que se exponen en pantalla. El director incidió en estas y otras cuestiones relacionadas con su manera de entender el cine durante una breve charla con la Revista Insertos, que tuvo lugar en Madrid a finales de junio.
Tanto esta como tu anterior película llevan puesta la etiqueta de que contienen un alto componente autobiográfico, pero no se especifica más. ¿En qué sentido o medida se halla dicho componente? ¿Hablamos de una inspiración general o libre? ¿Reconstruyes episodios concretos que viviste?
Los demonios estaba muy, muy cerca de mi propia infancia. En esta otra historia, sin embargo, he jugado más con las cartas de la baraja. Y hay elementos de mí divididos entre los tres personajes. Estuve en una escuela solo de chicos; tuve profesores muy parecidos a los que aparecen en la película; descubrí la alegría y los placeres de cuando cumples los 18 años, como salir de bares con los amigos, buscar el amor, enamorarse de la persona equivocada, estar en relaciones en las que te sientes mal… Me veo también en el personaje de Charlotte. Incluso en el de su primer novio, en unos comportamientos pasados de los que ahora no estoy muy orgulloso. Y después, al final, en el segmento de campamento de verano, vuelve el personaje de Felix, que es como mi alter ego oficial.
Es curioso, porque Los demonios también acaba en un paisaje parecidísimo, con un bosque y un lago. De hecho, no sé es el mismo. ¿Tiene algún sentido?
¡Sí! Es verdad, acaban así. Pero no hay ninguna intención metafórica. Viví un amor parecidísimo en ese contexto natural.
También llama la atención que tú procedes del mundo del documental y, de repente, te has centrado en la ficción, aunque tenga esa base de experiencia propia que comentábamos. No sé si es un paso intencionado o un fruto de la circunstancias de tu carrera.
Empecé en el documental porque era la manera más barata de rodar y ser independiente. Cuando acabé mis estudios de cine en Dinamarca, llegué a Montreal desesperado por hacer películas. Escribí un guion inspirado en mis ídolos del momento, Bergman y Tarkovski, que más bien era un remedo de sus películas. Me vi con productores, pero me tenían miedo porque yo era muy pasional. Les dije que no quería que nadie me estresara. Tampoco quería hacer cortos. Era un poco megalómano, un megalómano de veintiséis años. Fue duro, y al poco tiempo me di cuenta de que con la oportunidad de filmar documentales en barrios periféricos podía explorar el hecho cinematográfico y expresar mi lenguaje del mismo modo que con cualquier otro cine. ¿La diferencia? Que me permitió entrar en universos que no conocía. No sabía nada de los suburbios de París, nada de la vida en un hospital o nada de chicas jóvenes que viven en un ambiente rural. Pero lo convertí todo en algo personal. Por ejemplo, hice una película en un hospital, sobre un doctor y seis pacientes, siendo yo hipocondriaco, asustándome muchísimo las enfermedades y un lugar como aquel. El peor lugar en el que podías meter a alguien como yo, pero a la vez era muy interesante porque, pese a encontrarnos en la línea entre la vida y la muerte, había mucha sensación de que palpitaba la primera. Laylou, por ejemplo, que trata sobre el verano de unos adolescentes en el que no pasa nada, puedes ver mi interés en filmar la infancia. Lo que sucedió es que, al final, mi parte de escritor cinematográfico acabó impacientándose después de cuatro documentales.

Entre el primer largo de ficción y Génesis, encontramos Copenhage A Love Story. No lo he visto ni he encontrado muchas referencias. ¿Tiene algún tipo de encaje con estos dos o algún elemento también autobiográfico?
Lo rodé, en realidad, antes de Los endemoniados. Es ficción, sí. Lo hice con amigos y con mis alumnos de cine daneses, ya que también doy clases allí en ese país. Es una mezcla entre algo cómico y trágico, una sátira personal, pues nos interpretamos a nosotros mismos. Lo que pasa es que como no tenía dinero para comprar los derechos musicales no lo pude llevar a festivales hasta después de presentar Los endemoniados. Me gusta mucho y quiero hacer de nuevo algo en este estilo, ya sabes, tipo guion de cuatro páginas. ¡Me da pena que casi nadie lo haya visto!
En Los endemoniados prima poderosamente la mirada del niño que mira a los adultos y empieza a sentir miedo según va descubriendo el mundo. Para el tratamiento de la juventud parece que has buscado más una pluralidad de miradas y tipos humanos. Empezando porque hay dos chicos y una chica, o porque retratas también a alguien con una sensibilidad particular, quizás más intelectual o artística. Has abierto el abanico de posibilidades, ¿no?
Considero que en Los endemoniados hay una visión de la rica vida interior de un niño muy silencioso. Dicha vida interior era lo principal que quería trasmitir, era el reto. Tienes razón, todo se basa en cómo observa el mundo exterior. Cuando eres adolescente se produce una especie de explosión. Y la palabra cobra mucha importancia. Por esa razón esta es una película con mucho bla, bla, bla. La adolescencia es la edad en la que te empiezas a expresar de verdad, que peleas con tus amigos, que exteriorizas tus deseos y atracciones. Y consecuentemente hay algo violento en esta evolución. Sabía que iban a ser películas muy diferentes. Pero no me gusta la escuela narrativa que indica que los personajes deben cambiar [por la historias]. Prefiero detenerme en la observación y que estos busquen, como decirlo, que busquen… sus recursos, la salida.
Esto se une un poco también a algo que has comentado en alguna ocasión y que creo que se ve estupendamente en Génesis. No entiendes mucho que como espectadores cinematográficos no estemos acostumbrados a estructuras u otras cuestiones narrativas que aceptamos con total naturalidad cuando somos lectores. Es de agradecer que en tu trabajo apliques los mismos modos a las narraciones fílmicas. El último segmento de Génesis es un claro ejemplo de ello.
Sí, por supuesto. Es lo que busco también como público, que las películas me lleven por caminos que yo no esperaba, que me den un margen de confianza y pueda activar mi propia inteligencia y mi creatividad como espectador. Me gusta cuando el cineasta me respeta. Y me estimula cuando lo que veo es un juego con las estructuras. Yo creo que el final transforma esta película en algo diferente a lo que era hasta ese momento. Percibes que se convierte en algo documental, en una poesía, en una coda musical… no sé. Lo que me gusta es que te lleva a otro sitio.
Sin embargo, aparte de no descuidar tu papel consciente de narrador, piensas muy concienzudamente en el estilo que quieres imprimir a tus obras. ¿Podría decirse que, a la vez, eres un cineasta formalista? No es una combinación muy habitual.
En realidad, no me veo a mí mismo como formalista. Quiero que las películas me sorprendan. E incluso, a veces, no quiero entender todo lo que estoy haciendo. Pero sí, yo soy muy, muy preciso cuando ruedo y cuando estoy con los actores, eso sí. Si bien también abro la puerta a cosas que no esperaba y creo contextos en los que pueda perder el control…

Agradecimientos a Philippe Lesage, Owen Thompson y los compañeros de Surtsey Films.
Fotografías: Nacho López.
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