Los doctores del futuro

Santiago Alonso 


—¿Sabes algo de química?

—Muy poco.

—¿No has estudiado?

—Sí; pero se me olvida todo en seguida.

—Es que hay que saber estudiar. Salir bien en los exámenes es una cuestión mnemotécnica, que consiste en aprender y repetir el mínimum de datos hasta dominarlos…

Este diálogo de la primera parte de El árbol de la ciencia (1911) de Pio Baroja podría aparecer tal cual en Mentes brillantes. La célebre novela, que empieza con la vida de estudiante de medicina del protagonista, y el tercer largometraje del francés Thomas Lilti comparten aspectos similares en sus correspondientes radiografías universitarias: los aspirantes a galenos que se enfrentan a la incertidumbre, las aulas atestadas de alumnos, el sistema de exámenes que parece hecho para desmotivar… Eso sí, mientras que el libro rezuma desencanto y hastío, a la película le mueve una fuerza mucho más vital. Es cierto que distan mucho las épocas y las sociedades —una oscurísima España de finales del siglo XIX frente a la Francia de principios del XXI—, aunque la diferencia fundamental entre ambas obras estriba en la biografía de los respectivos autores: el novelista apenas ejerció la medicina, porque fue siempre para él una actividad problemática y prefirió ser narrador; el cineasta es precisamente narrador porque le gusta ser doctor, su otra profesión, tal y como dejó patente con sus anteriores cintas, Hipócrates (2014) y Un doctor en la campiña (2016).

Lilti dirige una mirada crítica hacia el sistema pedagógico que forma a los nuevos médicos, basado en un primer año de criba que consiste solo en estudio demencial y en una evaluación final de pocas horas. Más que el aprendizaje y el interés, se potencia la competencia en grado sumo, así como la uniformidad personal; cualquier reflexión humanista, por supuesto, queda excluida. Para conseguir su propósito, el realizador lleva a la pantalla dos modelos de estudiante muy contrapuestos: uno empieza la carrera y posee las herramientas de estudio; otro es tripitidor, pero algo le impulsa a seguir insistiendo. En cualquier caso, ambos se enfrentarán a lo que no deja de ser un juego teórico que jamás podrá dictaminar quién será mejor médico en el futuro. ¿Vale más la memorización o la pasión? ¿Dónde queda la plena conciencia de la vocación?

Mediante algunas secuencias prácticamente documentales, como las que muestran los multitudinarios exámenes realizados dentro de gigantescas naves, y diálogos sobre anatomía o nomenclatura científica que le sonarán a chino al espectador no familiarizado con la materia, Lilti consigue trasmitir sus cuestionamientos de manera muy fluida y emocional. Parece que en determinados momentos su crítica no quiere adentrarse en profundidades, aunque con los actos de uno de los chavales deja clara al final una postura contracorriente. Quizás la sensación de beligerancia atenuada obedezca más a una voluntad de ofrecer un análisis abierto. Y tampoco cabe esperar una demolición al estilo barojiano por parte de alguien que, según se percibe, sigue amando la medicina y no tiene cabreos existenciales.



 

MENTES BRILLANTES

Dirección: Thomas Lilti.

Intérpretes: Vincent Lacoste, William Lebghil, Darina Al Joundi, Graziella Delerm.

Género: drama. Francia, 2018.

Duración: 92 minutos.

 


 

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