Cine de la memoria

Yago Paris


Una película puede tratar temas políticos o sociales sin convertirse en cine político o social. Algo así es lo que sucede en Roma. La nueva película de Alfonso Cuarón no es cine político ni social, a pesar de que ambos temas, especialmente el segundo, tienen gran presencia a lo largo del metraje. De igual manera, tampoco es cine nostálgico a pesar de que realice un viaje al pasado. Roma no es nada de esto. Roma es, ante todo, cine de la memoria. El cineasta reconstruye su infancia, que transcurrió en la colonia Roma, un barrio de clase alta de Ciudad de México. La cinta narra el día a día de una familia acomodada formada por la abuela materna, el matrimonio y cuatro hijos. La protagonista, sin embargo, no es ninguna de estas personas, sino Cleo, una criada de origen mixteco que no solo lleva a cabo las labores domésticas, sino que se convierte en una suerte de madre que cuida y educa a los menores, hasta el punto de convertirse en una pieza indispensable del núcleo familiar.

No es casual que Cuarón le ceda el protagonismo a Cleo, el personaje ficticio que se inspira en Libo, a quien dedica el filme. Libo era la criada que trabajó en casa del cineasta y al que también cuidó, hasta el punto de que incluso puede que este asocie el concepto de madre más a ella que a su progenitora. Apenas hay planos en los que no aparezca Yalitza Aparicio, la actriz que interpreta a la sirvienta, y cuando la narración abandona el hogar, lo hace siguiendo los pasos de la joven, mostrando su tiempo de ocio, sus ilusiones, sus inquietudes y sus problemas, lo que funciona como un evidente contraste entre la vida acomodada de la familia para la que trabaja y su precaria situación. Sin embargo, a pesar de todos estos argumentos, el filme sigue sin ser cine social, y no lo es, en buena medida, porque aunque la cámara filma los actos de la chica, el punto de vista no es el suyo, sino el del propio Cuarón, una idea que se refuerza por el hecho de haber sido el operador de cámara durante el rodaje, lo que convierte la mirada de la cámara, más que nunca, en la mirada del director.

El realizador, quien también ejerce las funciones de guionista y productor, establece un doble juego con la narración: por un lado, revisa sus recuerdos del pasado, mientras, por otro lado, trata de imaginar la posible vida del personaje inspirado en Libo. Cuarón se vale de parsimoniosas panorámicas y largos planos fijos con los que establece una distancia con respecto a la acción que se retrata. A la hora de construir los planos, la intención no es mostrar el punto de vista de Cleo, sino retratar a alguien observando las escenas desde fuera, y este alguien no sería otro que el propio director, quien plasma el viaje introspectivo por sus recuerdos, como si volviera a ellos para analizarlos con su mirada adulta. El uso de profundas elipsis elimina la sensación de una continuidad espaciotemporal marcada, permitiendo que la narración se suspenda en un limbo en el que el tiempo parece no existir. Como ocurre con los recuerdos que marcan los primeros años de vida, la cinta se compone de momentos, de detalles sueltos, de aquello a lo que le prestamos atención desde nuestra mirada infantil y de aquello que dejamos en fuera de campo por no afectarnos o por carecer de madurez suficiente como para comprender sus implicaciones —la figura del padre ausente, o la Matanza del Jueves de Corpus, que aunque aparece en pantalla, lo hace como una nota al pie de página.

Al construirse como cine de la memoria, Roma muestra la mirada en retrospectiva de una persona sobre su propio pasado, y al no hacerlo desde la nostalgia, la idea no es tanto idealizar la infancia como establecer un diálogo con uno mismo, revisar las claves que comenzaron a definir la personalidad del autor y, en un gesto de humildad, dar pie a que el público saque sus propias conclusiones sobre lo que ve. En esta situación de ventaja con respecto al cineasta, resulta tentador acusar a su propuesta de blanqueado por parte de un niño bien que quisiera restarle importancia a las consecuencias de una sociedad desigual en la que personas como Cleo eran explotadas sistemáticamente. Pero tomar semejante decisión no solo sería la posición más cómoda y reduccionista que podrían adoptar los espectadores, sino que se caería en una interpretación errónea de un proyecto que no se centra en el aspecto social o político de la historia. Lo que se propone es una mirada personal, necesariamente subjetiva, fragmentaria, por momentos esquiva, que no llega a ninguna conclusión, porque la idea nunca fue transmitir un mensaje, sino abrir debates y compartir experiencias.


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ROMA

Dirección: Alfonso Cuarón.

Reparto: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira, Marco Graf, Diego Cortina Autrey, Carlos Peralta, Daniela Demesa, Nancy García García, Verónica García, Latin Lover, Enoc Leaño.

Género: Drama. México, 2018.

Duración: 135 minutos.

 


Imágenes: IMDb.


 

2 Comentarios »

  1. Me parece una crítica muy acertada. Totalmente de acuerdo en que se trata sobre todo de los recuerdos de una infancia y no una película social o política. Yo añadiría que el sonido, en apariencia sonido ambiente como en un documental, tiene una importancia esencial (escenas del hospital y la sala de partos, por ejemplo) que recuerdo en pocas películas. También que la película tiene algo de oportunista al presentar a las mujeres (Cleo, doña Sofía, la abuela, hasta la doctora) como las buenas buenísimas casi sin matices, mientras que los hombres adultos (el padre, el novio Fermín) son los malos malísimos, aquí sin matiz ninguno: se ve que Cuarón conoce las teclas que hay que tocar para ganar premios, incluyendo el Óscar.

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  2. La película sí llega a una conclusión, expone lo que se ha dado en llamar “sororidad”, la solidadaridad que se da entre mujeres al sufrir la misma discriminación y problemas por su sexo (“no importa lo que te digan, nosotras estamos solas”) por encima de las diferencias sociales y de clase. Las diferencias y la jerarquía permanecen pero pese a eso ellas se ayudan, se cuidan y se quieren.
    Es muy impactante y sugerente la aparición en escena del padre, el coche potente, la mano manejando; todos expectantes esperándolo y cuando sale del coche no se le ve cara, el personaje no importa, solo la figura simbólica: un hombre como otro cualquiera.

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