Jaulas

Dejar el cautiverio

Solo dos semanas de diferencia han mediado entre el estreno de dos obras de naturaleza muy similar: tanto la estupenda Lazzaro feliz, dirigida por Alice Rohwacher, como Jaulas, el debut en el largometraje de Nicolás Pacheco, comparten un tono fabulesco que se adapta a unos tiempos presentes más o menos reconocibles, y cuentan una historia protagonizada por gente humilde. En ambas el germen narrativo proviene de sucesos reales —la segunda empieza tomando como inspiración la noticia del desmantelamiento del asentamiento chabolista de los Bermejales (Sevilla)—, y también se detalla, en la travesía hacia la superviviencia de los protagonistas, un viaje que va del campo a un entorno urbano periférico. Después de esto, los caminos de la película italiana y la española se bifurcan, llegando una bastante más lejos y la otra quedándose bastante a medias.

Es muy interesante el modo en que Pacheco conjuga registros que van desde la denuncia social hasta una tensión más propia de un thriller quinqui, mientras va añadiendo comedia a cuentagotas. Buena parte de que la variedad se sostenga en pantalla se debe a un reparto de bravísimos intérpretes de la que podríamos llamar escuela andaluza (Estefanía de los Santos, Belén Ponce de León, Antonio Dechent) y al buen tino del director para no dejarse seducir, sobre todo en lo referente a los añadidos líricos, por tentaciones de una fantasía grandilocuente o una extrañeza descontrolada. Tiene mucho que ver en esto último el trabajo de atrezo y vestuario, que consigue plasmar una armonía cromática y de texturas nada estridente, tirando a lo intimista. Después, como palos entre las ruedas del proyecto encontramos principalmente unos estallidos de incontinencia dramática que chirrían bastante (¡menudos gritos fuera de lugar!), es decir, un problema en la dirección de actores; y un planteamiento metafórico demasiado básico y unidimensional (los pájaros que intentan volar y dejar su cautiverio) como única idea rectora.