Venganza en rojo neón
Nicolas Cage se ha convertido en una persona devorada por el personaje público. Más allá de los posibles motivos que hayan provocado que una de las mayores estrellas del star system hollywoodiense de los años noventa se haya convertido en figura omnipresente del cine de serie B, parece evidente que hoy en día el actor se siente cómodo en su nuevo papel de freak, que explota sin tapujos. Si bien lo fácil es juzgarlo con condescendiente simpatía, probablemente lo más interesante sea analizar la manera en que, gracias a su enorme fama, la presencia del intérprete en el reparto posibilita que directores prometedores puedan encontrar financiación para sus proyectos. La situación no solo es relevante por el hecho de que, de esta manera, los autores de las obras se aseguran una distribución internacional, sino que, en ocasiones, la única manera de sacar adelante sus proyectos pasa por contar en los créditos con semejante personaje mediático. A su peculiar manera, Cage ha desarrollado una filmografía de autor, en la que combina auténtica morralla con cintas en las que se involucra porque sabe que hay talento tras las cámaras.
Uno de estos casos es Mandy (2018), lo nuevo de Panos Cosmatos, el hijo del mítico director de acción George Pan Cosmatos, artífice de obras como Rambo: acorralado parte II o Cobra: el brazo fuerte de la ley. Parece que el interés por la forma que mostraba el padre en las citadas películas, especialmente en la segunda, se ha traspasado a su sucesor, quien lo radicaliza al trasladar la narración al plano de la abstracción alucinógena. Con una querencia obsesiva por el rojo sangre y las luces de neón, que combinan a la perfección con los sintetizadores de ultratumba que componen sus bandas sonoras, el autor canadiense alcanzó altas cotas de viaje lisérgico utilizando como vehículo la serie B de los años setenta y ochenta en su debut, Beyond the Black Rainbow (2010). Se trataba de un filme de ciencia ficción sin apenas trama ni diálogos, que basaba su interés en la colosal capacidad del realizador para crear imágenes apabullantes. Con un ritmo parsimonioso, que potenciaba el impacto de cada plano, y una construcción narrativa que aspiraba a prescindir del concepto del tiempo, su modelo cinematográfico se podría definir como una poética de lo sórdido.
En la misma línea estética se mantiene Mandy, aunque en este caso la presencia de lo narrativo es mayor. El filme cuenta la historia de Red (Nicolas Cage), que vive en el bosque con su pareja, Mandy (Andrea Riseborough), a quien secuestra una secta religiosa que, para atraparla, se alía con un grupo de motoristas que parecen venidos del infierno. A partir de entonces se desencadena una historia de venganza en la que aparecen litros de sangre y kilos de vísceras en la pantalla. Cosmatos, quien parece decidido a profundizar y reformular los diferentes rincones del cine de género, realiza en su segunda cinta una mezcla de cine de venganzas con el de bandas de moteros y el de terror sobrenatural, todo ello tamizado con el filtro de la fantasía medieval, en un festival de pirotecnia estética que utiliza la violencia como herramienta de expresión artística. Con Cage a la altura de las circunstancias, dejándose la piel en su habitual espectáculo de sobreactuación, Mandy se postula como uno de los bombazos del año, y Cosmatos, como uno de los directores del panorama actual a los que no hay que perderles la pista.
MANDY
Dirección: Panos Cosmatos.
Reparto: Nicolas Cage, Andrea Riseborough, Linus Roache, Bill Duke, Richard Brake, Hayley Saywell, Line Pillet, Ned Dennehy, Clément Baronnet
Género: terror, acción, fantasía medieval. Estados Unidos, 2018.
Duración: 121 minutos.