78/52. La escena que cambió el cine
El señor con esmoquin que mataba Santiago Alonso En un momento concreto de 78/52. La escena que cambió el cine, uno de los entrevistados dice que su hija de siete […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
El señor con esmoquin que mataba Santiago Alonso En un momento concreto de 78/52. La escena que cambió el cine, uno de los entrevistados dice que su hija de siete […]
En un momento concreto de 78/52. La escena que cambió el cine, uno de los entrevistados dice que su hija de siete años ya le ha hecho la típica broma de acuchillar el aire mientras gritaba las famosas notas estridentes de violín que Bernard Hermann compuso para la banda sonora de Psicosis (1960). El padre no tiene ni idea de dónde lo ha sacado, ya que la pequeña no puede haber visto esa obra maestra de Alfred Hitchcock. Concluye entre risas, aunque trasmitiendo un sentimiento sincero de admiración hacia la película, que debe tratarse de una cuestión evolutiva: es como si ya naciéramos conociendo la escena de la ducha. Esta humorada resume a la perfección la idea de un documental que trata dicha escena como un imprescindible capítulo de la historia cultural de los últimos sesenta años, dando las suficientes y cumplidas razones para explicarlo. Y si alguien dudaba que hablar de la escena del asesinato de Marion Crane daba para completar un largometraje entero, Alexandre O. Philippe no solo demuestra que sí es posible, sino que aprovecha la oportunidad firmando una lección magistral entre el didactismo más enjundioso y un alborozo cinéfilo ante el cual es imposible no caer rendidos.
Aquellos revolucionarios 78 planos, 52 cortes y 45 segundos tienen la suficiente sustancia como para establecer lazos con otros fragmentos de la cinta y algunas de las obsesiones de Hitchcock (¡esas madres terribles!); para certificar una condición pionera, en cuanto a representación y práxis, en el devenir del cine posterior; y para sacar a la luz las primeras señales de la agitación sociocultural estadounidense que marcarían los sesenta y la ruptura de muchísimos tabúes. Analizando todos los aspectos por arriba y por abajo —el original literario, la preparación del storyboard, el trabajo con la doble de Janet Leigh, el rodaje, la música, el montaje de imágenes, la mezcla de sonidos, los significados…—, este trabajo reúne un coro de voces pertenecientes a estudiosos, profesionales y personas que participaron directamente (o sus familiares) en la creación del momento homicida. El discurso es variado, siempre entusiasta y sin desperdicio.
El saber llegar a todos, tanto a principiantes como a quienes saben ya mucho del tema, es posiblemente la gran virtud de un documental que proporciona conocimientos y gozos a espuertas. Para muestra, dos botones en forma de enunciados, que oiremos durante la proyección. «Esta escena es la colisión perfecta entre el caos y el orden». O la explicación de Psicosis en boca de Mick Garris: «Es muy raro que quienes nos dedicamos al terror llevemos esmoquin. Y esta película tampoco lo lleva. Es mucho más de vaqueros y camiseta. Pero la cuenta un tipo que sí que lleva esmoquin». Poesía pura.