Fotomatón humanista

Santiago Alonso 


Cuando dos exploradores deciden aunar inquietudes y compartir el camino pueden surgir experiencias tan hermosas como la recogida en Caras y lugares. A la mítica cineasta Agnès Varda y el singular artista urbano JR les interesa conocer gente corriente, empatizar con ella y, si es posible, retratarla procurando que las imágenes capturen su esencia. La mecánica de este proyecto común es muy sencilla y consiste en emparejar las virtudes que distinguen a cada uno: ella sabe escuchar a las personas que encuentra y darles relevancia; él sabe fotografiarlas y, pegando copias inmensas de sus retratos en papel sobre muros u otras superficies, hacer que su presencia protagonice visiblemente los espacios donde habitan o trabajan. El documental es el resultado, pues, de las distintas visitas de ambos al campo francés. Las hacen en una peculiar furgoneta con forma de cámara gigante que funciona como fotomatón que imprime las fotografías a tamaño extragrande casi al instante. Y a todo esto se añade la entrada que se da a algo muy apreciado desde siempre por Varda: el azar, las sorpresas del camino.

Por ejemplo, protagonizan las distintas etapas del viaje algunas familias mineras envueltas en los recuerdos de unos tiempos pasados durísimos; un agricultor y dos ganaderos que afrontan, cada uno a su manera, los desafíos de la productividad; los trabajadores de un complejo químico; las esposas de los estibadores en huelga; una joven camarera con dos hijos a su cargo; e incluso un viejo hippie genuino, hijo del sol y de la luna. Varda y JR también devuelven al presente a gente que ya no vive, empleando fotografías antiguas y, al final, no pueden evitar entrar abiertamente en terrenos personales concernientes a la realizadora, tiñendo el discurso de tonos crepusculares. Es así como el trabajo sobre un búnker a los pies de un acantilado, donde pegan el retrato que le hizo Varda sesenta años atrás a un amigo ahora muerto, se convierte, a merced de las mareas, en símbolo de la fugacidad de la existencia. O cómo la idea de colocar los ojos de la casi nonagenaria realizadora en un vagón de tren para que puedan viajar y seguir viendo los lugares que ella no llegará a visitar refleja la serena asunción de lo cerca que está ya lo inevitable.

Pese a estos aspectos, Caras y lugares es un documental eminentemente alegre y divertido, que hace partícipe al espectador de un acercamiento humanista a las realidades existentes fuera del ámbito de las ciudades. La cinta no posee la espontaneidad ni el arrojo guerrillero de Los espigadores y la espigadora —hay diálogos, por ejemplo, que parecen reconstruidos después en off—, pero vibran intensamente el espíritu dinámico, la sinceridad, el deseo de que la vida entre por sí misma en escena. Tanto es así respecto a esto último que el único momento realmente desestabilizador se produce a pesar de Varda, cuando se da entrada in absentia al mismísimo Jean-Luc Godard, quien ejerce de manera rastrera como, podríamos decir, insospechado tercer artífice de la película durante una secuencia. Más allá del dolor y la decepción experimentados por la directora, ella nos viene a confirmar a continuación que las cuentas tanto con la vida como con el cine las tiene ya hechas, y muy bien hechas, desde hace tiempo.



 

CARAS Y LUGARES

Dirección: Agnès Varda, JR

Género: Documental. Francia, 2017

Duración: 89 minutos

 


 

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