Ángeles, bestias y seres humanos

Cristina Aparicio Miranda


Los 613 mandamientos que contempla la Halajá (el cuerpo de reglas derivadas de la Torá) guían todos los aspectos religiosos de la tradición judía, además de las formas de comportamiento relacionadas con la vida diaria. El contacto físico queda así normativizado en unas comunidades donde los hombres solo pueden tocar a sus esposas y tienen vetados los abrazos o apretones de mano con otras mujeres. Por eso, el reencuentro entre Dovid (el nuevo rabino de la comunidad) y su amiga de la infancia Ronit queda marcado por la distancia que impone el protocolo religioso; una regulación del afecto y sus formas de expresión que condiciona la relación entre las personas.

En su último largometraje, Sebastián Lelio se adentra en una congregación judía de Londres cuando Ronit (Rachel Weisz), establecida en Nueva York, regresa para el entierro de su padre, el rabino de dicha congregación. De nuevo, al igual que sucedía en Una mujer fantástica, enfrentarse a la muerte de un ser querido supone no solo encarar un duelo, sino confrontar todo un sistema de creencias con el del resto de la sociedad. Ahora, con todos los privilegios de parte de la protagonista (a diferencia de lo que sucedía en el film anterior), la realidad golpea con fuerza a quien huyó de los prejuicios y de las anticuadas leyes en busca de una libertad que, para ella, allí no existía.

Las mujeres son el eje central de una historia donde los hombres ostentan el poder y los privilegios. El aislamiento es la marca de identidad de Ronit y Esti, la esposa del nuevo rabino (Rachel McAdams), que viven la soledad desde posiciones muy distintas. La construcción de ambos personajes permite abordar el retrato de la condición femenina dentro y fuera de las comunidades judías, y la determinante decisión entre sumisión o rebeldía. Lelio insiste en recrear el mundo de quien se siente diferente, colocando su cámara en medio de una situación que aprisiona a sus personajes para mostrar su asfixia. Todos los elementos formales se ponen al servicio de la angustia: los incómodos y largos silencios que preceden cada conversación, los tensos encuentros familiares, el escrutinio constante de las miradas de los vecinos; todo ello acompañado de la partitura de Matthew Herbert, cuya sensibilidad da cuenta del momento de reafirmación y conflicto que atraviesan sus personajes.

Es en la composición del plano donde el realizador termina por hacer visibles las emociones enterradas a través de metáforas visuales. Los muros que encierran a los protagonistas se expresan en pantalla mediante el motivo visual recurrente de los espejos: el reflejo de los personajes —ya sea como imágenes invertidas (la de Dovid) o nítidas y claras (las de Ronit y Esti)— les permite reconocerse o encontrarse. Algo parecido sucede con los cristales opacos que desdibujan las figuras de autoridad que hay detrás, o con las fotografías de una cámara que preserva momentos que sobreviven así a la censura social. Los muros que tanto costó derribar parecen intactos y sólidos en una puesta en escena que pasa del estatismo en que vive la comunidad al movimiento constante que imprime la llegada de Ronit, filmada siempre con una cámara más ligera y nerviosa.

El statu quo imperante se tambalea a través del dinamismo del personaje: es una mujer que a pesar de estar marcada por su pasado, no solo está definida por un sistema de creencias, sino también por las elecciones que se atrevió a tomar por sí misma. Porque Disobedience no habla de la negación, del reproche o de renegar de una biografía personal. Ya desde el inicio de la cinta, el sermón sobre la libertad de las personas (cuya voluntad no está determinada por Dios, como la de los ángeles, ni por sus pasiones, como la de las bestias) deja clara su vocación de insubordinación social como pilar fundamental para el ser humano. Pues por encima de las creencias, de la sociedad e incluso de la familia, está el derecho de la persona a ser libre, a decidir y a buscar la felicidad, aunque para ello sea necesario romper todas las ataduras y los constructos sociales inventados por el hombre.



DISOBEDIENCE

Dirección: Sebastián Lelio

Intérpretes: Rachel Weisz, Rachel McAdams, Alessandro Nivola, Mark Stobbart, Cara Horgan, Sophia Brown, Lasco Atkins, Bernardo Santos

Género: drama. Reino Unido, 2017

Duración: 114 minutos

 


 

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