El martillo y el estilete

Santiago Alonso 


Como en el cara a cara definitivo de un wéstern, solo una persona ganará el partido de tenis. Eso sí, nadie sale físicamente herido porque las armas son las raquetas; y las municiones, pelotas y más pelotas. Jugando la final de Wimbledon de 1980, Björn Borg tuvo su particular duelo en Ok Corral contra John McEnroe. El primero pretendía mantener su reinado optando a ese podio por quinta vez, mientras que el segundo ansiaba arrebatarle al otro la condición de número uno mundial. Es uno de los partidos más recordados de la historia. El hielo sueco contra el fuego estadounidense. La olla a presión bien cerrada contra la máquina de exabruptos y desahogos. El martillo contra el estilete, como le oímos retrasmitir a un periodista en Borg McEnroe, un relato tanto de los días previos al enfrentamiento, con abundantes flashbacks a la infancia de los jugadores, como de los momentos determinantes del juego en pista. Lo ha llevado a la pantalla el danés Janus Metz, un realizador que viene del mundo documental, y eso se percibe en su reconstrucción de los ambientes.

La película es un ejercicio frenético e inquieto de suspense con una resolución que solo intrigará al espectador que no siga la evolución del tenis y desconozca quién ganó aquel día, pero cuyo planteamiento apela directamente a las emociones de los aficionados a un deporte protagonizado, en puridad, por solitarios que se enfrentan a solitarios. La parte física de la contienda se resuelve mediante un montaje cuidadísimo, mostrando el director maña para hacer comprensible algo tan difícil de rodar como son los puntos, las ventajas o los servicios sin recurrir a un plano general de la pista, mientras que el grueso de la narración se la lleva la parte correspondiente al retrato psicológico de cada rival. Ahora bien, conviene señalar que en realidad la cinta se centra en la figura del sueco —he aquí una pista: del título original Borg se ha pasado al Borg McEnroe para el lanzamiento internacional—, mientras que la del estadounidense se sitúa en un segundo plano, lo que no significa que no la hayan planteado con cuidado, un mérito que tiene su principal artífice en el actor Shia LaBeouf.

También es determinante el trabajo de Sverrir Gudnason en la creación del protagonista, pues además de prestar la percha perfecta para encarnar a un deportista que parecía más una estrella del rock and roll, su mirada fría y apacible trasmite un fondo de insatisfacciones a las que rodea siempre un aura de misterio. Al espectador le quedará, con todo, la duda razonable respecto a si la cinta cuenta un episodio donde se detectan realmente las claves que pueden desentrañar dicho misterio, porque el único conflicto más relevante que se detalla es el de un volcánico carácter atemperado por el entrenador (Stellan Skarsgård) cuando el tenista era joven. Encontrarse en el reparto al hijo de Borg interpretando a su padre de adolescente indica que esto sabe a operación biográfica autorizada y, por ende, no cabe esperar muchas cuestiones problemáticas. Al menos, Metz deja entrever que puede haber épica durante una final, pero no necesariamente en carreras deportivas de alto rendimiento. 



 

BORG MCENROE

Dirección: Janus Metz

Intérpretes: Sverrir Gudnason, Shia LaBeouf, Stellan Skarsgård

Género: drama, biografía. Suecia, Dinamarca, Finlandia, 2017

Duración: 107 minutos

 


 

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