A puerta cerrada

Jesús Cuéllar


El escenario de Alma mater, muy teatral, y su puesta en escena, son sencillos: prácticamente toda la acción se desarrolla en un piso de clase media con varias habitaciones, libros y cedés en los estantes, y una tranca en la puerta. De no ser por algún detalle suelto, como la tetera típicamente oriental de la cocina, podría tratarse de una vivienda de un país europeo del sur. La luz entra a raudales en ese espacio, pero sabemos que fuera hay una guerra. Lo vislumbramos por las ventanas del piso, como el viejo que fuma incesantemente en su interior. Debe de ser la guerra de Siria (el título original de la película es Insyriated), porque hablan en árabe, pero podría ser Irak, Libia, quizá incluso Yemen. El caso es que aquí hay varias personas encerradas, temerosas de salir a una calle destruida y llena de escombros, donde se escuchan tiroteos y bombas.

En ese piso, Um Yazam (la siempre emocionante Hiam Abbas) dirige la convivencia con mano férrea, como queriendo aparentar que la vida sigue igual, que afuera no hay una guerra. Se esfuerza por mantener el orden entre sus hijas adolescentes; insta a la asistenta oriental a mantener la casa limpia, aunque el agua escasee; dirige las comidas familiares; pide al novio de una de sus hijas que no duerma medio desnudo en el sofá y acoge en su piso a una joven pareja con un bebé que, aunque Um Yazam no lo sepa, tiene intención de huir del país.

Al contrario que el notable documental Los últimos hombres de Alepo, de Firas Fayyad (2017), en el que las mujeres adultas están prácticamente ausentes, supuestamente protegidas por los hombres que se juegan la vida en los rescates de los cascos blancos, y siempre ocultas bajo sus velos, el nuevo largometraje del belga Philippe Van Leeuw se centra en la experiencia bélica femenina. Aquí no se evidencia el sometimiento de raíz religiosa que también asfixia a las mujeres sirias (y que sí denunciaba ya en 2014 la protagonista de Silvered Water, Syria Self-Postrait, de Wiam Berdixan y Ossama Mohammed). Ni un solo velo cubre la cabeza de las dos valerosas protagonistas de la cinta y las únicas muestras de religiosidad son el templete budista de la asistenta y las cuentas del rosario musulmán que acaricia el viejo que fuma (yerno de la señora de la casa). Lo que pesa sobre estas mujeres es el miedo a morir y ver morir a los suyos en los incesantes bombardeos o bajo el punto de mira de los francotiradores, pero también el de ser violadas en cualquier momento por enemigos o correligionarios. Y es que los hombres armados que llegan a acceder a ese reducto de impostada normalidad no siempre tienen buenas intenciones.

Van Leeuw, que ya se había interesado en El día que Dios se fue de viaje por el genocidio ruandés, dirige con pulso firme este claustrofóbico drama, que sitúa a sus personajes ante decisiones desgarradoras. El conjunto, excelentemente interpretado, se defiende bien al describir la forzada cotidianidad de los atrincherados habitantes del piso y, en general, logra mantener la tensión, pero adolece de cierta torpeza en las escenas violentas y en los escasos momentos en los que los personajes se ven obligados a abandonar su reclusión. Sin embargo, sí capta en toda su crudeza algo que nos esforzamos por olvidar: que esta guerra, como todas, no está tan lejos de nosotros, ni geográfica, ni temporal, ni moralmente.


Entrevista a PHILIPPE VAN LEEUW en REVISTA INSERTOS



 

ALMA MATER

Dirección: Philippe Van Leeuw

Intérpretes: Hiam Abbass, Diamand Bou Abboud, Juliette Navis

Género: drama. Bélgica, Francia, Líbano, 2017

Duración: 85 minutos

 

 


 

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