El otro lado de la ceremonia

Santiago Alonso


Como ceremonias donde confluyen a chorro los sentimientos efusivos con las tensiones menos oportunas, las bodas son materia que ha servido para establecer una categoría cinematográfica cuya premisa varía dependiendo del ojo de la cerradura por las que se espíen, además de su contexto sociocultural y de la simpatía o no que nos susciten contrayentes, familiares e invitados. Otro factor, sin duda, de esta asociación proviene de la explícita naturaleza escénica de cualquier enlace matrimonial, casi una obra de teatro que esconde toda una organización entre bastidores. Y es, precisamente, el trabajo en las sombras hacia el que se dirige la cámara de Olivier Nakache y Éric Toledano en C’est la vie. No es la primera vez que aparece en pantalla un organizador de bodas (hace poco se estrenó la también francesa La wedding planner de Rhem Kherici), aunque lo potencialmente interesante aquí es la atención particular al funcionamiento del engranaje de una máquina que debe funcionar con la precisión de un reloj y de sus piezas, básicamente la troupe hostelera de cocineros y camareros a las órdenes del director de escena, a quien da vida Jean-Pierre Bacri, jefe riguroso con una reputación y una empresa que mantener. La foto colectiva pretende retratar el otro lado de la ceremonia.

Siendo manifiesta la voluntad de Nakache y Toledano de plantear algo diferente a las trascendencias exhibidas en Intocable (2011) y Samba (2014), esta comedia apunta decididamente hacia lo festivo y deja para otra ocasión la carga de mensajes edificantes. Hay una apuesta por el humor de intensidad media, no se busca la risotada ni la sutilidad en exceso, y se condiciona la historia tanto al escenario (el castillo de Courances, famoso por su estilo Luis XIII) como a una serie de intérpretes (Bacri, Gilles Lellouche, Vincent Macaigne) que apenas se mueven un milímetro de la imagen que el público general tiene de ellos. Con esto último empiezan los problemas de C’est la vie, un filme que, pese a exhibir de principio a fin una construcción muy consciente de su andamiaje, planta en escena a unos personajes sin progresión alguna: nos despediremos de ellos tal y como los conocimos cuando nos los presentaron; o si acaso, como mucho, habrán corroborado el escaso recorrido de cada subtrama, cantado desde el minuto uno.

Es posible que los directores tuvieran en mente una búsqueda particular del tono, concretamente un tono contenido, pero parece que han dado por hecho que fijar bien un armazón los eximía de elaborar a continuación el juego cómico, cualquiera que fuera la cuerda del humor elegida. Es decir, como si con la mera presencia de los actores, la batería de jazz a lo Birdman para contribuir al ritmo trepidante y los barnices amables se completara el resto. ¿El resultado? Este tan señalado día, marcado por un sinfín de problemas e imprevistos, tiene tan poca vida que la promesa de divertirnos con las trapacerías de los organizadores de banquetes no se cumple, más allá del truco de servir hojaldres de anchoa cuando ha fallado un plato. Ni siquiera se activa la capacidad para el cabreo por cuestiones como la vista gorda que se hace ante la costumbre del jefe de tener siempre en negro, con cada trabajo realizado por la empresa, a tres o cuatro empleados.



C’EST LA VIE

Dirección: Olivier Nakache y Éric Toledano

Interpretes: Jean-Pierre Bacri, Gilles Lellouche, Vincent Macaigne

Género: comedia. Francia, 2017

Duración: 117 minutos

 


 

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