El bucle que no cesa

Santiago Alonso 


Al igual que se ha acuñado la expresión «efecto Rashomón» para hablar del modelo narrativo de películas en las que, siguiendo el esquema de esa obra maestra de Akira Kurosawa —Rashomón (1950)—, se describen de manera diferente unos mismos hechos, según los vivió o vio cada personaje —por poner solo algunos ejemplo: Cuatro confesiones, Quante volte… quella notte, Sospechosos habituales y La doncella—, tal vez es hora de que se empiece a hablar del «efecto Día de la marmota» o algo similar. La original premisa fantástica de Atrapado en el tiempo, todo un clásico con mayúsculas dirigido por Harold Ramis en 1993, es tan afortunada que también ha inspirado largometrajes en donde el protagonista, vagando siempre por las mismas veinticuatro horas, una día tras otro y otro, no puede salir de un bucle que no cesa. Vimos el préstamo en la vigorosa Al filo del mañana, una de ciencia ficción con bichos extraterrestres; tuvo una felicísima conjunción con el slasher en el díptico Feliz día de tu muerte; y ahora se inserta en el subgénero cómico de «este enlace matrimonial es un desastre y/o hay que evitar que se celebre» . De eso va Boda sin fin de la realizadora y guionista Maggie Peren, donde la atrapada en el tiempo es una joven que no cree en el amor ni en la durabilidad de las parejas, y que intenta con denuedo, pero sin éxito, arruinar la boda de su mejor amigo.

Mientas el «efecto Rashomon» tiene unas implicaciones epistemológicas evidentes —que, por cierto, también se han trasladado a estudios de sociología, psicología y derecho—, con el «efecto Día de la marmota» entramos de cabeza en terrenos del existencialismo y el pesimismo filosófico: el cautivo debe reexaminar su existencia y, lo quiera o no, cuestionarse las motivaciones humanas, el libre albedrío y la prioridades para poder (sobre)vivir. Parecía difícil que estos planteamientos pudieran combinarse con una narración arquetípica sobre amores verdaderos y personas equivocadas, en plan humorístico y con una ceremonia nupcial hortera de fondo, pero eso es lo que, más o menos, nos encontramos en esta cinta alemana.

Que nadie se asuste, porque no faltan elementos obligatorios como el vómito en el vestido de novia y las mujeres tirándose de los pelos; tampoco los tira y afloja sentimentales que espera encontrarse un espectador que va a ver una película romántica. Eso sí, a Peren no le tiembla la mano a la hora de recurrir al mismísimo Arthur Schopenhauer, es decir, el filósofo que escribió El mundo como voluntad y representación. Más claro, el agua. Su famosa máxima: «Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no elegir lo que quiere», que saca a colación una misteriosa mujer de la limpieza, corona las explicación de la trama y, a la vez, provoca que queramos ver otra vez Boda sin fin, para enterarnos más y mejor. Por lo demás, la dinámica de asistir a un aprisionamiento en el tiempo, aderezado con nuestros problemillas con la existencia como seres humanos, queda muy bien plasmada con una banda sonora consistente en versiones diferentes de la canción «Mr. Sandman». Las hay hasta punk o trip-hop. Pues eso, que cada persona tiene un mundo propio, y cada mundo sus propias reglas.



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