Inspiración subrogada

Mireia Mullor


(Este texto se publicó anteriormente como parte de la segunda crónica del Festival de San Sebastián de 2017)

Hay momentos que recordaremos cuando acabe esta 65ª edición del Festival de San Sebastián, y uno de ellos es cuando Javier Gutiérrez se marca un Hemingway en la escena más delirante de El autor. Guardaremos el misterio sobre la acción por el bien de nuestros lectores. El español Manuel Martín Cuenca pasa de la austeridad narrativa de la inquietante Caníbal (2013) a una comedia que intenta desentrañar la esencia de las historias y, sobre todo, de quien las escribe. Y no está hablando sólo de literatura: el cineasta abre interesantes líneas de debate sobre el arte en general, sobre la alta y la baja cultura, sobre la personalidad narrativa y la escritura de masas, sobre la realidad como materia artística y los sueños como autoengaño profesional.

La película narra la historia de Álvaro (Gutiérrez), un hombre que sueña con escribir una gran novela. Pero una de las buenas, de aquellas de Tólstoi, Cela o Roth, y no esos best-sellers de pacotilla – como el que le ha dado la fama a su mujer (María León) – que tanto desprecia. No, Álvaro no está para esas tonterías. Tras mudarse a un nuevo edificio, comenzará a tomar prestadas las vidas de sus vecinos para escribir su primera gran historia. Martín Cuenca elabora un retorcido ensayo sobre el oficio de crear, lleno de momentos pesadillescos frente a la página en blanco. Este ejercicio de metarelato, de reflexión del arte desde el arte, es una adaptación de la primera novela de Javier CercasEl móvil (1987), con la que el cineasta regala momentos cinematográficos memorables, desde la escena de Adelfa Calvo cantando con la intensidad de Isabel Pantoja en un karaoke vacío hasta el arranque de ira de un Antonio de la Torre en estado de gracia.


 

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