De espaldas a la cámara, un niño aporrea una batería mientras canturrea el estribillo de Sufre mamón, el tema de Hombres G. Fuera de campo, la voz de su padre le recrimina en tono jocoso y cómplice que esa canción es una mierda. O algo así. En esa idea de transferencia de la ley paterna al hijo, cristalizada en la imagen de Oro (así se llama el niño) cantando de memoria los raps de su padre (David, alias ‘Niñato’), hay algo profundamente fordiano. Pero Niñato, la primera película de Adrián Orr, tiene más puntos de contacto con Los cuatrocientos golpes de François Truffaut que con el cine de John Ford.

Es difícil no pensar en el joven Antoine Doinel al ver a Oro peleando con sus deberes del colegio. Igual que Truffaut, Adrián Orr filma la infancia – y la vida familiar – difuminando o borrando la delgadísima línea que separa el documental de la ficción. Utiliza una estructura narrativa y un lenguaje convencionales, propios del cine institucional, pero coloca en su centro a la familia Ransanz al completo. Por el camino, la cámara desvela unos paisajes que dejan entrever un contexto social marcado por la crisis, pero lo más valioso de Niñato son el desarrollo de las dinámicas familiares y el cariño que respira la película de Orr, llena de luz a pesar de transcurrir en una permanente penumbra. Ni siquiera el sonido termina de ser perfecto: algunas frases cuesta entenderlas, emborronando todavía más una película que necesariamente tiene que ser pobre, por la pobreza de la situación que refleja. Pero el dispositivo siempre mantiene la distancia, nunca interviene, se hace invisible, se somete a los pactos tácitos de la ficción (los personajes nunca miran a cámara) y el hechizo, a diferencia de Los cuatrocientos golpes, nunca se rompe. Esa distancia, sin embargo, no impide a Orr acariciar a sus personajes, muchas veces en la nuca, ni filmar a los niños – y a todos los que aparecen – desde una posición de horizontalidad que no juzga, solo (re)presenta. Conservar o restablecer la dignidad de lo filmado debería ser uno de los valores a tener en cuenta en todo el cine, y Niñato lo consigue. Menuda sorpresa ha sido descubrir esta pequeña gran película en la sección oficial del festival, en una proyección llena de jóvenes (como si yo fuera muy viejo…), que reían con las bromas del padre y contenían la respiración en los momentos más tensos. La alternativa al pop no tiene por qué ser el rock, también puede ser el rap.

 


 

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