Algo se rompe en el documental Taste of Cement de Ziad Kalthoum. La idea de crisis, de brecha, como en espacio del que algo emerge, parece más estimulante todavía si tenemos en cuenta que nos encontramos en el primer día de L’Alternativa. Ya sea como forma o fondo del relato, la de la crisis podría ser una de las líneas que unen las tres proyecciones de hoy, martes 14 de noviembre, en el teatro del CCCB: la ya citada Taste of Cement, Acts and Intermissions y A Fábrica de Nada, todas ellas en la sección oficial.

Eso que se quiebra en la película de Kalthoum podría localizarse, más o menos, en el instante preciso en que una panorámica conecta una grúa en Beirut con el cañón de un tanque en Siria. A partir de ese movimiento, se produce una concatenación de imágenes que alternan la guerra con el proceso de construcción de un edificio. Taste of Cement, que hasta ese momento había optado por una puesta en escena distante y contemplativa, en la que se reflexionaba -voz en off mediante- en torno a la figura de los obreros en el exilio, convierte su cámara en un voyeur nervioso que escarba entre las ruinas de una ciudad devastada. Si el travelling era una cuestión moral, el zoom también lo es, y lo que hace Kalthoum ampliando los cuerpos sepultados merece probablemente el mismo desprecio que el famoso travelling de Kapo. El sabor del cemento en Taste of Cement acaba pareciéndose más a morder el polvo, y una de las secuencias finales del documental (en la que la cámara gira sobre sí misma en un excesivo ejercicio de virtuosismo) termina por desvelar una visión más preocupada por hacerse notar que por notar lo que hace.

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Taste of Cement, de Ziad Kalthoum

El ejercicio formal está, sin embargo, presente desde el primer minuto en Acts and Intermissions. El último documental de Abigail Child parece una versión exaltada de las Histoire(s) du Cinéma de Jean-Luc Godard. En apenas 57 minutos, Child se sirve de la figura de la anarquista lituana Emma Goldman y su paso por Estados Unidos para hacer un estudio comparado entre el movimiento anarquista  de principios del siglo XX y el contemporáneo. A través de un ejercicio en el que se combinan superposiciones, grafismos (que aparecen con el teclear de una máquina de escribir invisible) y una voz en off que genera una tercera vía de reflexión, Child trenza un extenuante discurso en el que las imágenes no generan un nuevo significado, sino que más bien persisten en la idea de la permanencia del pasado en el presente, revelando así la imposibilidad del anarquismo como vía alternativa actual, u otros motivos como el poder opresor del Estado. «El amor es como una escena de teatro con actos muy breves e interludios muy largos», dice en un momento una de las líneas de texto. Por la distancia que separan los momentos históricos que captura en Acts and Intermissions, y la relativa brevedad de estas insurgencias, tal vez la alternativa al capitalismo sea para Child algo tan fugaz como estéril. Virados en negro, ejercicios de glitch, deformaciones de la imagen… todo un repertorio de recursos que convierten la película de Child en un barroco ensayo audiovisual.

Así, después de un documental exhibicionista y una pieza de videoarte (alternativas dentro de las alternativas), llegaba un servidor a la tercera y última proyección del día.

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Acts and Intermissions, de Abigail Child

En Pasión (1982), una vez más Jean-Luc Godard, el personaje de Isabelle Huppert se preguntaba por qué nunca se veía a la gente trabajar en las películas. “Porque está prohibido filmar en las fábricas”, era la respuesta de entonces. Me pregunto qué pensaría a día de hoy cuando resulta que, después de que las cámaras hayan conquistado ese espacio, ya no hay nada que filmar porque el trabajo ha desaparecido, fruto de una crisis económica que se ha convertido en un estado de excepción permanente. El capitalismo, al parecer, se encuentra al borde del colapso (si es que no ha colapsado ya), o al menos esa es la tesis que plantea Pedro Pinho en su película La fábrica de nada. ¿Y qué hacer con esa grieta, con ese agujero que ha dejado la fractura del sistema económico? ¿Qué pasa con los trabajadores que, al igual que los personajes de La fábrica de nada, ven desaparecer sus puestos de trabajo?

Como ya hiciera Miguel Gomes también en su trilogía Las mil y una noches, Pedro Pinho ahonda en las consecuencias de la crisis económica sobre Portugal en clave de ficción, pero lo hace despojando a su relato de cualquier elucubración fantástica y concentrando toda su trama en un único foco: en esa fábrica que, desmantelada por completo, se ha visto convertida en una fábrica de nada. Pinho filma las habitaciones vacías y el tiempo muerto durante cerca de tres horas, dando voz y trama a unos trabajadores que, en el fondo, tal y como les recrimina uno de los personajes, no tienen mucho que contar más allá de lo cotidiano. En cierta forma, Pinho necesita de la duración para dejar la huella del tiempo, para dejar constancia de ese vacío generado por la desaparición de la rutina del trabajo para desplegar otras alternativas, articuladas a través de ese grupúsculo de teóricos que se dedican a disertar sobre el futuro de la fábrica, mientras son otros sobre los que recae la llamada a la acción práctica.

La crisis del capitalismo, después de todo, es también la crisis de un modelo de discurso. Al igual que la trilogía de Gomes, la película de Pinho vuelve a dar cuenta del agotamiento del relato en el cine contemporáneo, pero lo que con Gomes se solucionaba a través de una multiplicación infinita de los puntos de vista (la narración podría perfectamente haber generado muchos más relatos), en La fábrica de nada se convierte en un ejercicio lúdico con el género, algo que culmina en una secuencia tan maravillosa como inesperada, allá por el tercio final de la película. El paseo por La fábrica de nada de Pinho puede llegar a parecer tedioso por momentos, pero la recompensa al final es muy grande.


 

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