David Arratibel: “El cine de lo personal me parece mágico”
Al enterarse de lo que va a grandes rasgos Converso, es muy fácil que uno imagine una comedia de argumento delirante y posibilidades para activar la sorna. O que hablamos […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Al enterarse de lo que va a grandes rasgos Converso, es muy fácil que uno imagine una comedia de argumento delirante y posibilidades para activar la sorna. O que hablamos […]
Al enterarse de lo que va a grandes rasgos Converso, es muy fácil que uno imagine una comedia de argumento delirante y posibilidades para activar la sorna. O que hablamos de una película de terror, dirán los ateos y los anticlericales. O que parece una parábola pensada para el consuelo y la esperanza, sostendrán los creyentes, católicos concretamente. Sin embargo, lo primero que llama la atención es que estamos, en realidad, ante un documental. Más aún, un documental ideado y realizado por uno de sus protagonistas, con todo lo que implica situarse a ambos lados de la cámara, como reacción ante hechos personales que le tocaban muy de cerca. El pamplonés David Arratibel cuenta en la cinta que, en cuestión de pocos años, toda su familia directa se ha convertido a la fe católica, un proceso al que ha asistido hasta hace poco tiempo con una mezcla de estupor y rabia, pues la religión jamás antes había estado presente en casa.
Desde los primeros momentos de la entrada de la espiritualidad en el seno familiar, la distancia se instaló y fue creciendo entre el director y el resto, haciendo que él se sintiera cada vez más excluido. La decisión de filmar un documental al respecto nace por tanto de necesidades profundas. Busca respuestas ante lo que no se comprende, pero también activa una voluntad de acercamiento a las personas que se quiere. Él lo expresa así en un comentario de la presentación promocional: “Me propuse hacer una película para entender cómo el Espíritu Santo había entrado en sus vidas y, de alguna forma, también en la mía”. Y también remarca la homonimia del título, entre el que se convierte y el verbo conversar en primera de singular del presente de indicativo. En Converso, pues, se habla y mucho. Habla el director, pero sobre todo sus dos hermanas, su madre y su cuñado. Los cinco intentan mediante las respectivas entrevistas delante de la cámara dar luz al gran interrogante de la conversión, fuera de un confesionario, dentro de una película.
Antes se sentarse con Arratibel para charlar acerca de su segunda obra – Oírse (2013) fue su ópera prima, otro documental-ensayo con vinculación personal que trataba el fenómeno de los acúfenos, los sonidos percibidos por algunas personas en el oído y que no proceden de ninguna fuente externa – este periodista espera junto a otros compañeros y constata que quienes han acudido a la proyección escriben en su mayor parte para medios de inspiración o, abiertamente, temática católica. Cerca, alguien comenta satisfecho que el relato sobre cómo vive una persona la experiencia de la conversión se explica en pantalla de manera muy fidedigna. Que hacía falta que, por fin, se contara así. De manera instintiva, al rato, lo primero que hacen director y periodista es comentar esta circunstancia. Para Arratibel no constituye ya una sorpresa, aunque sí lo ha sido, como revela, que el medio que ha precedido a Revista Insertos, uno muy importante para la comunidad católica internacional, prácticamente sólo haya hablado con él de cine.
No sé si eras consciente cuando empezaste el proyecto de que, ante el resultado, habría dos tipos de espectadores, los que creen y los que no. Y pensando ahora, podríamos añadir dos categorías específicas más, la de aquellas personas que se estén planteando la conversión y las que tengan dudas de fe.
Mira, cuando empecé a pensar en la película, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo ni qué tipo de película quería hacer. A la gente de mi entorno del cine le decía que quería hacerla sobre el proceso de conversión de mi familia para entender cómo se llega a la convicción de que Dios existe. Mi entorno decía que me tenía que posicionar. “¡Te van a ganar! ¡Te van a ganar!”, me decía uno. Joder, si no voy a una competición. Un amigo muy querido, no voy a decir el nombre, dijo una bestialidad: “Esta película solo puede hacerse para dejarlos en ridículo o meterlos en la cárcel”. Joder, que son mi familia. De hecho, fue tan beligerante la posición de la gente a la que le contaba el proyecto, que empecé a grabar las conversaciones telefónicas que tenía con ellos. En alguno de los montajes estuvieron. Esta peña… porque no sé qué y no sé cuántos, el integrismo… Después metí las conversaciones de esa persona que te he dicho, la del ridículo y la cárcel. Me dijo: “Te mato, no quiero saber nada de esta puta película”, tal y cual. “Te mando la película, la ves y luego hablamos”. Cuando la vio, me escribió un mail muy bonito: “Me has engañado, esta película no va de la fe. Esta película va sobre ausencias, vacíos, cariños y distancias”. Me importaba mucho su opinión porque me daba la visión de alguien que tenía mucho apriorismo de la película. Y además que encanta que lo diga porque para mí la película es eso. Una hermana mía que me dice hace seis años que le pasó esto y que yo, hasta hoy, no lo he querido hablar. Y de una puta vez, hemos podido hablar.
Se percibe viendo la película que has tenido que tomar una decisión antes de empezar a grabar. Cuestionar o comprender.
Eso es. Intentar comprender. ¿Sabes?, también había una cuestión cuando me decían que me tenía que posicionar. Si me posiciono, va a ser la argumentación de un paleto en la barra de bar, que es lo que yo puedo aportar al pensamiento contemporáneo. Tampoco yo voy a estar ahí: “Mira, según la teología contemporánea o de Stephen Hawking”, o yo qué sé. No me iba a poner en ese papel porque iba a ser patético. Aparte que no creo que fuera la premisa de la película. La premisa era intentar entenderles. Y desde esa intención de entenderles, pues escucharles. Yo dejo un poco mi opinión en un momento, con mi hermana pequeña, porque sí quería que un poquín quedara. Luego, con la escena del canto, la gente cree que me he convertido. (Ríe)
Sin duda un tema que planea a lo largo de la película es el de la comunicación y sus mecanismos, cuándo estos están rotos y cuándo no. Es muy significativa la cita de Kaspar Hauser que incluyes al principio: “Madre, qué lejos estoy de todo”.
Sí, es sentir que no tienes ni la capacidad de hablar con los que tienes alrededor. Estás perdido, solo. Además, dentro de ese entorno más pequeño, porque de repente la familia era eso, sentías que ellos tenían un código de comunicación. Esa metáfora del órgano, que dice mi cuñado. Las diferentes voces forman una armonía, porque el órgano es la Iglesia. Es una metáfora.
Precisamente al principio nos muestras a los espectadores cómo unos trabajadores lo montan dentro de un templo.
Eso y cómo lo intento yo romper, y buscar después la armonía. Yo estoy fuera de esa cosa que es la Iglesia, del órgano. La armonía la habéis generado vosotros con un código, y yo voy a intentar generarla, después de la conversación, con otro. Sin instrumentos de por medio, con las voces, porque la voz es lo que nos une. Buscamos esa polifonía y la cantamos en armonía.
Después de contar la construcción del órgano, te centras en la historia individual de cada uno. Hay cuatro conversiones. Están los relatos de tu cuñado, tu hermana mayor, la menor y tu madre. Y después quedas tú, la figura contrapuesta que se hace más precisa en el último tramo. Dentro de dichas conversiones, la que podríamos llamar más tradicional es la de tu cuñado…
No, no te creas.
¿No?
Mi cuñado es un personaje tremendo. Hay un plano de diecisiete minutos, que quise meter en la película, de por qué está convencido de que Dios existe. Cómo fue su proceso para llegar a la convicción de que Dios existe y que la Iglesia católica es la verdadera. Diecisiete minutos que son la hostia. Él es un tipo lleno de contradicciones y luego, sobre todo, de matices a nivel personal. Está metido en los movimientos de consumo responsable, de cooperativas eléctricas, de cooperativas de telefonía… Lleva a los niños vestidos del Redín, el colegio del Opus Dei en Pamplona, y luego va a la compra a Landare, que es un colectivo de consumo muy cercano a la izquierda abertzale. Va a [la librería] Katakrak, está en [la banca ética] Fiare, en lo otro y tal y cual. Si le quitarás el componente católico, sería eso, un combativo social y político.
Tu hermana mayor dice abiertamente que para ella es todo un acto de liberación participar en la película y poder hablar contigo.
Nosotros tenemos lo que dice ella, una relación muy animal. Y que estuviera ese nudo… Cuando ella, de repente, nota que se está soltando el nudo, es feliz. Y yo también. A mí una de las cosas que más me impresionaron, a nivel de reflexión sobre el proceso de una conversión, fue cuando mi hermana pequeña dice que es muy duro admitir que han cambiado tus convicciones en lo más profundo. Al admitir que cambias, te hace muy vulnerable ante el otro. Admitir que te has convertido tiene mucho de despojarte ante el otro. “Es que todo lo que era yo se ha ido a la mierda. En lo más profundo de mí algo ha cambiado”. Aunque mi hermana es muy petarda hablando, hace, para mí, una de las reflexiones más potentes de la película.
Otra historia que pienso que tiene mucho interés, a pesar de no estar desarrollada del todo, es la de tu madre. Una joven de izquierdas que comienza una andadura de compromiso partiendo del cristianismo de base. Con los años, el sentimiento de justicia social persiste y se intensifica, pues se hace del Partido Comunista, al tiempo que abandona la fe. Y ahora, muchísimo tiempo después, la recupera.
Creo que es lo que dice mi hermana mayor, que nunca la perdió. Yo nunca fui consciente de que mi madre tenía esa identidad religiosa, en absoluto. Eso no está al final en la película, pero ella dice: “Me di cuenta que todo lo que había hecho en mi vida eran las bienaventuranzas”. Que son un texto político tremendo… si le quitas esa parte… (Ríe mientras su gesto expresa un “eso que ya sabemos”).
¿Es Converso todavía una obra en marcha? Has hablado de varios montajes previos al que hemos visto. ¿Es el definitivo?
Podría, podría haber más, y hay alguna cosa que me planteo. Este es el montaje veintiuno o veintidós. Pero son todos muy diferentes. No es que entre el dieciocho y el diecinueve cambiaran dos planos, no. ¿Las conversaciones? Las quitamos. ¿Los capítulos? Los quitamos. ¿Ponemos más de mi cuñado? ¿El plano de los diecisiete minutos? Como en todo este tipo de cine, hay un montón de cosas grabadas, conversaciones con mi cuñado maravillosas, con mi madre. No sé lo que haré. Igual otro montaje, no te digo que vaya a ser de dos horas, pero sí setenta u ochenta minutos.
En las entrevistas que te han hecho siempre resaltas tu pasión por el género del diario filmado.
Yo decido hacer cine viendo los diarios de Perlov. Siete horas de un tío grabando en su casa, con una cámara y ¡buah!, me ha dejado… ¡Me ha conmovido! Ese tipo de cine, ese punto de vista, grabado en la intimidad. Y de ahí salí con un colega y le dije que me iba a comprar una cámara: “No sé qué hostias voy a hacer, porque no tengo ni idea ni sé cómo se graba”. Ese cine también te interroga a ti, te obliga a girar la cámara y pensar qué está pasando contigo. Una película que tiene Márgenes [la distribuidora independiente que también lleva Converso], E Agora? Lembra-me de Joaquim Pinto… Hostias, es que esa película no la puede hacer otro más que él. Él es que está viviendo esa historia. El cine de lo personal me emociona, me parece mágico.
Agradecimientos a David Arratibel y Pablo Caballero de Márgenes