Volver al barrio


“Saqué la cámara y apunté hacia el barrio que se extendía delante. La impresión fue que en el momento de disparar se meterían dentro de mí los edificios, el cemento, los neones, las persianas metálicas, los grafitis, los solares, las fábricas, la gente y el mundo entero.” Con esta despedida termina El tiempo de las torres, primer volumen de Crónicas del asfalto (Anagrama; traducción de Jaime Zulaika), la peculiar autobiografía que el escritor, dramaturgo y director de cine Samuel Benchecrit inició en 2005 cuando tenía tan solo treinta dos años, y de la cual le faltaría escribir todavía dos más para completar los cinco del plan inicial. A Benchecrit, autor que fue saludado por la prensa gala como alguien que era “a la literatura lo que los Sex Pistols al rock”, se le metió dentro, en efecto, y de la manera en la que se describe arriba, el país de sus primeras vivencias. Así se comprueba en La comunidad de los corazones rotos, su quinto largometraje, que representa una vuelta al barrio que dejó, al barrio del libro, a cualquier barrio como el suyo.

El tiempo de las torres parece un 13 Rue del Percebe donde el autor esboza el relato propio de mocedad, también el de sus colegas, mientras se adentra en la vida de algunos vecinos del bloque de doce pisos en el que vivió. El libro es un panal por donde pululan los habitantes de un extrarradio aislado y abandonado, el fresco de una tierra marginal que se compone a partir de la mezcla de experiencias reales con ficciones escritas con pulso sereno, aunque naveguen entre lo descarado y lo satírico y den entrada a varios incisos brutales. El inicio de la película parece una adaptación de esa colección de cuentos, pero Benchecrit se ha centrado nada más que en tres episodios sin protagonistas en común. De hecho, dos de ellos están ampliados respecto al original en papel, y un tercero, el protagonizado por una Isabelle Huppert que encarna a una actriz en horas bajas y representa un elemento bastante marciano dentro de la comunidad, fue directamente escrito para la pantalla.

Para contar este tríptico de historias mínimas se ha prescindido en gran medida de la acidez y las notas más brutales del libro. Y permanece, sin embargo, la voluntad de abordar la periferia de modo muy diferente al que nos tienen acostumbrados narradores y paisajistas urbanos. Sin radiografía de la violencia, sin turismo de la precariedad. El realizador fotografía un mundo gris, desconchado y solitario que también alberga (según parece contarnos) un humor propio y vibrantes rasgos de humanidad positiva.

Hombre de pocas palabras también en el cine, Benchecrit se encuentra cómodo rodando sobre los numerosos silencios de sus personajes. E igualmente, ajustándose a las posibilidades de composición del formato 1:33. La pequeña pantalla enmarca los salones y otros espacios de reducidas dimensiones y ayuda a que la mirada entre en las celdillas de una colmena, sin todo aquello que cabría dentro de un recuadro más alargado y con las ventanas como único punto de fuga. Destaca la fuerza que destila la sencilla realización en las escenas protagonizadas por Valeria Bruni-Tedeschi, que además están construidas a conciencia en torno a la formidable labor de la intérprete en su papel de enfermera de noche. Y en lo referente a la escritura, es el relato del astronauta (Michael Pitt) y la viuda magrebí (Tassadit Mandi) la parte donde brilla con mayor emoción la solidaridad y la ternura, que son los dos elementos que comparten estas tres composiciones amasadas a partir de la sustancia emocional que un día, clic, Benchecrit capturó con su cámara de fotos.



LA COMUNIDAD DE LOS CORAZONES ROTOS

Dirección: Samuel Benchecrit

Intérpretes: Isabelle Huppert, Valeria Bruni-Tedeschi, Michael Pitt, Gustave Kervern, Jules Benchecrit, Tassadit Mandi.

Género: comedia, drama. Francia, 2015

Duración: 100 minutos

 


 

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