Entre el reiniciar y el reinterpretar
Santiago Alonso
Los homenajes, los afanes imitativos, las segundas partes, las expansiones de relatos previos, las nuevas versiones según las sensibilidades corrientes, los reinicios de universos ficcionales… El pasado vive ahora a sus anchas en los sentimientos de muchas tribus globales. Dentro del ámbito cinematográfico, las lógicas del mercado operan con comodidad dentro de la nostalgia de masa, sobre todo haciendo uso y abuso, ya hasta la nausea, de la materia prima que se extrae de los ínclitos años ochenta, una década eterna que se fue para siempre volver y a la cual se acaban agarrando, incluso con mayor furor, aquellos que ni siquiera la vivieron.
Es verano de 2016 y toca ir al cine a ver la nueva Cazafantasmas, un proyecto muchos años zarandeado; que si secuela tardía de la cinta de Ivan Reitman, que si remake, reboot o cualquier otra palabreja. La película que iba a devolver a la pantalla a la cuadrillla estrafalaria de científicos chifladetes que, con mochilas de protones a las espaldas, salvaban Nueva York de lo paranormal en 1984, acabó en unas manos que han despertado suspicacias entre no pocos acólitos de la Iglesia ochentista. Por el contrario, se ha generado una fuerte curiosidad entre quienes prestan más atención a los devenires hodiernos o simplemente les aburre este tanto ochentear la nostalgia colectiva. Aquí llega Paul Feig para continuar su notable labor (La boda de mi mejor amiga, Cuerpos especiales, Espías) de pasar al femenino arquetipos genéricos que durante décadas han colonizado los personajes masculinos en la comedia y de señalar, sobre todo, el déficit histórico y mundial que existe a la hora de contar historias sobre amistades entre mujeres. Y a su flanco viene parte de una caballería fiel, con Kirsten Wigg y Melissa McCarthy a la cabeza, entre lo más granado de los nuevas cómicas norteamericanas.
¿El resultado? Una oportunidad perdida, un filme condicionado sin solución por la tensión entre las dos corrientes que lo animan, entre el reiniciar y el reinterpretar. Se aprecian las buenas intenciones de Feig, la coguionista Katie Dippold y las actrices, y asoman en los primeros quince minutos las mejores cualidades del equipo, pero la lógica, suponemos impuesta, de pegarse al producto de origen hace que los personajes se queden en el esbozo y que la historia no sea historia, sino un recorrido sin energía y a pie juntillas del argumento escrito treinta años atrás. No hay rastro de consistencia en los protagonistas y los secundarios, lejísimos de la chicha que mostraban los de las comedias anteriores de Feig, y sí mucho aire a simple sketch televisivo, como un Saturday Night Live cualquiera, realizado con muchos más medios.
Cazafantasmas deja, al final, la fea sensación de asistir al trabajo de un director de comedias que se ha imitado a sí mismo, y no especialmente bien, además. Parece que se han impuesto otras condiciones y faltado, o sido insuficiente, el revulsivo. Si Feig y compañía hubieran completado aquí lo que consiguieron en títulos previos, seguramente las hordas de los fanáticos seguidores de la original se llevarían más aún las manos a la cabeza, pero estaríamos hablando de una buena película, una bastante mejor que la que termina resultando la presente.


CAZAFANTASMAS
Dirección: Paul Feig.
Intérpretes: Kristen Wiig, Melissa McCarthy, Kate McKinnon, Leslie Jones.
Género: comedia familiar. Estados Unidos, 2016.
Duración: 116 minutos.
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