Cine, multitud y sueño americano


La década de los años veinte fue una época de prosperidad económica en Estados Unidos, periodo de bienestar social que supuso un impulso del ámbito tecnológico, así como de aquellas actividades relacionadas con el ocio y el espectáculo. En este contexto, el cine de los felices años veinte consolida el modelo del Star System y el de las grandes superproducciones de Hollywood, fruto del empuje a la floreciente industria cinematográfica. En pleno auge del cine mudo, surgen los géneros cinematográficos entre los que destacan el western, la comedia (Sennett instaura el slapstick, modelo de comedia que adoptarán en estos años Keaton, Lloyd y Chaplin), y el cine bélico y social.

Finalizaba la década con el fatídico Jueves Negro, sumergiendo a Estado Unidos en La Gran Depresión. Un año antes de este Crac del 29, King Vidor estrenaba Y el mundo marcha (The Crowd, 1928), película visionaria que se insertaba dentro de este cine social que ya vaticinaba la crisis de valores hacia la que se encaminaban los estadounidenses. En ella, se recoge la historia de John Sims, uno de esos “7 millones de habitantes convencido de que la ciudad depende de él”, la vida de un hombre común, el americano medio, que lucha por sobresalir entre la multitud. La película realiza un recorrido por la vida de este hombre al estilo de lo que Linklater hizo con Boyhood,  su retrato de los momentos de una vida, momentos cotidianos, rutinarios que en su mayoría pasan inadvertidos, dejando un poso de tedio e inercia, lo que suele terminar convirtiéndose en ahogo existencial.

No es la primera vez que Vidor aborda la idea de un hombre que, lejos de ser el héroe clásico sin ningún tipo de cuestionamiento, acepta de lo que conlleva ser parte de una sociedad, argumento de El Gran desfile (The Big Parade, 1925). Ambas películas recogen la misma idea: formar parte de un todo, de esa masa colectiva en la que inevitablemente terminan insertos. Con esta película, el director demostraba su capacidad para trabajar con numerosos extras, algo que también será manifiesto en Y el mundo marcha. La diferencia fundamental entre ambos trabajos reside en el realismo con que Vidor retrata la vida de este hombre, adoptando un tono documental, muy similar a las primeras películas que recogían escenas de la vida cotidiana, como los registros documentales de los hermanos Lumiere  (la llegada del tren o la salida de los obreros de la fábrica), y sobre todo como Walter Ruttmann reflejaba en 1927 en su Berlín, sinfonía de una ciudad, referente indiscutible con la que comparte la idea de saturación sensorial procedente de la ciudad acelerada, atestada y sumida en la soledad. Para infiltrarse en la realidad, el director rodó muchos planos con cámara oculta, registrando a los transeúntes, captando la masa y la esencia de la ciudad como lugar en el que encontrar a ese uno entre los 7 millones. Vidor pasea la cámara por la rutina diaria al igual que lo hace por las escenas,  influencia que en su autobiografía Un árbol es un árbol, reconoce haber recibido de directores europeos como Murnau, Lang o Lubitsch, y sobre todo de su trabajo con Griffith, de quién aprendió a liberar la cámara de la inmovilidad que imperaba en los inicios del cine.

En esta vivisección de la vida humana, fiel a la idea de realismo que quiere transmitir, la cámara también será testigo de grandes acontecimientos que John Sims tendrá que afrontar, pero siempre aislado dentro de la masa. El proceso de adaptación en el que se ve sumergido no es otro que el de asimilar que “el mundo no se detiene por su sufrimiento”. Desde el principio del film, Vidor acercará la cámara hasta destacar un rostro entre los demás como sucede en el travelling inicial desde fuera en la calle hasta dentro de su empresa, terminando en la mesa donde trabaja, (escena que Billy Walder incluye en El apartamento) y con el travelling final donde la cámara se aleja perdiéndole de vista entre el público.

Y el mundo marcha resultó ser una película revolucionaria tanto por su temática como por su técnica. Cuestionarse el sueño americano desde el momento en que se instaura, hace que Vidor resulte un referente dentro de la historia del cine, transmitiendo una preocupación que se avecinaba con respecto a la deshumanización de un sistema capitalista basado en la ambición del éxito rápido. Arriesgarse a realizar películas alejadas de lo que imperaba, le convierten en uno de esos directores a los que agradecer que ya desde los años 20, hubiera voces disidentes capaces de experimentar y reflexionar sobre la verdadera esencia del cine.



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Y EL MUNDO MARCHA

Director: King Vidor

Intérpretes: James Murray, Eleanor Boardman, Bert Roach, Estelle Clark, Daniel G. Tomlinson

Género: Drama, cine mudo. Estado Unidos 1928

Duración: 104 minutos

 

 


Fotografías: The Story of Film: The crowd / moviemorlocks.com


 

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