V Festival Márgenes Online | Misión: matar al padre
Quinto año de Márgenes, el festival que desafía la comodidad del espectador burgués mediante los títulos más alejados de los estándares a la vez que le brinda, paradójicamente, todas las […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
Quinto año de Márgenes, el festival que desafía la comodidad del espectador burgués mediante los títulos más alejados de los estándares a la vez que le brinda, paradójicamente, todas las […]
Quinto año de Márgenes, el festival que desafía la comodidad del espectador burgués mediante los títulos más alejados de los estándares a la vez que le brinda, paradójicamente, todas las comodidades: la Sección Oficial completa de manera gratuita para ver en streaming desde su página web, así como una película especial fuera de competición, Ragazzi, segunda representante de Argentina en el certamen. Precisamente por Argentina hemos decidido iniciar en INSERTOS nuestro periplo hacia el corazón de estos Márgenes del arte cinematográfico, que se extenderá a lo largo del mes de diciembre (el catálogo está disponible hasta el día 31), esperando hallar en ellos lo sorprendente, lo insólito que el lenguaje y las formas instituidas dejan fuera del corsé.
El jurado de la asociación Camira ha decidido otorgar su premio de este año a La sombra (Javier Olivera, 2015), curiosísimo autorretrato biográfico realizado por el hijo del célebre director Héctor Olivera a propósito de la demolición de su hogar familiar, donde creció y que incluso ambientó toda una producción de Roger Corman, Los hechiceros del reino perdido (Héctor Olivera, 1985). La película parte de una anécdota de Simónides –el inventor de la mnemotécnica–, sobre su capacidad para identificar a los fallecidos de un banquete recordando el lugar donde cada uno estaba sentado, para poner al espectador en situación: a lo que se está asistiendo es al derribo de la memoria infantil de su autor. Pese a los temores que puedan surgir inicialmente, cuando parece que la idea es demasiado escasa para sostener un largometraje, o que el recurso de la voz en off sirve para contar lo que el director no consigue transmitir visualmente (las intervenciones habladas casi explican la película), La sombra acaba alzándose como un solidísimo –¡y literal!– ejercicio de afirmación propia. Javier Olivera reflexiona sobre el legado de su padre, para acabar asumiendo la responsabilidad de superar su sombra por medio primero de una vía física (la aceptación del hundimiento de ese Xanadú a pequeña escala que forjaron los buenos tiempos de la productora Aries) y luego también una vía simbólica, cuando se revele portador de una lírica autónoma finalmente con poder para alcanzar el territorio del verdadero cine: el de la expresión inalienable.
Mucho más exigente es Ragazzi (Raúl Perrone, 2014), complicada sinfonía de imágenes en dos movimientos que, sin embargo, puede aportar vastas recompensas al espectador paciente. Porque el mundo de esta película se formula introspectivamente desde sus personajes, y eso también concierte a un receptor cuyo grado de entrega determinará de forma inevitable el sentido de lo que está viendo. En Ragazzi, vemos por ejemplo a personas decir cosas ininteligibles mientras unos subtítulos escupen otras que –salvo en un momento concreto– no concuerdan en absoluto, signo de la abstracción en la que se hallan dos muchachos que, en tramas independientes, lidian de manera trágica con su soledad cuando no se ven correspondidos por la chica que aman; uno en medio de un nada agradecido triángulo amoroso, acosado por su madre y obsesionado con Pasolini, otro que tiene que contemplar todas las tardes en el río cómo la rubia de sus sueños prefiere a un amigo suyo. Exaltación muy personal y hasta tierna de las pasiones del mundo juvenil (textos de Pasolini o el propio Parrone mediante), el director levanta una sorprendente tragedia (o dos) para el audiovisual del siglo XXI: una luminosidad inestable como la del fuego preside la fotografía de un relato hipersubjetivo cuyos procedimientos impresionistas logran también, en última instancia, proporcionar visiones privilegiadas de la experiencia –de acuerdo, aquí en clave extrema– forzosamente extraordinaria de ser un adolescente.