Still Pasolini
Cuarenta años después de su asesinato, la figura de Pier Paolo Pasolini late todavía dentro de la sociedad italiana. Basta acercarse a una librería grande de cualquier ciudad y se encuentran sus obras bien visibles, constantemente reeditadas. Cuando filmotecas y cineclubs proyectan sus películas, la afluencia de público supera el poder de convocatoria que suscita cualquier otro director nacional, igualándole quizás solo Federico Fellini. Se sigue hablando del intelectual, del novelista, del poeta corsaro, del cineasta, del personaje público, del auténtico radical, tanto por las circunstancias bajo la sombra que rodearon a su muerte, como por la clarividencia y el espíritu crítico de alguien que supo observar de otra manera una Italia a la que carcomen conformismos, degradaciones y otros males desde la segunda mitad del siglo XX.
Al tratarse de un coloso de dimensiones tales —es una referencia viva que levanta pasiones, genera rechazos y en torno al cual no se apagan las controversias—, cualquier acercamiento cinematográfico a Pasolini cuenta de primeras con el hándicap de las suspicacias. Había muchas ganas, pese a todo, de ver el que ha preparado Abel Ferrara. Eso sí, algunos comentarios de promoción y los «glups» tras el estreno de Welcome to New York (2014), el anterior trabajo firmado por el neoyorquino y trasunto de las correrías de Dominique Strauss-Kahn, presagiaban señales de mal augurio.
Una vez vista Pasolini, podemos decir que las inquietudes no se han cumplido del todo. El resultado de este tributo es, ni más ni menos, que una mirada de autor sobre un creador irrepetible, un homenaje pasado por los sentimientos de Ferrara y no por su intelecto. Entonces no hay ningún sensacionalismo, ninguna extravagancia, ninguna vocación de rebuscamiento. Tampoco ha pretendido el director practicar una narrativa de docudrama ni el didactismo. La crónica de los dos últimos días con vida del genial italiano es simplemente la puesta en imágenes de los latidos que impulsaron al artista y pensador a crear dentro de un mundo convulso, como lo era la realidad transalpina de los años setenta.
La revisión en París de la copia francesa de Salò, la entrevista para la televisión, el regreso a Roma junto a la madre, la escritura (y recreación) de la novela Petrolio, la última entrevista con Furio Colombo (Siamo tutti in pericolo), los preparativos (y su imaginada puesta en escena, con el mismísimo Ninetto Davoli haciendo el papel pensado para Eduardo de Filippo) del nuevo proyecto que tenía Pier Paolo entre manos, Porno-Teo-Kolossal… Ferrara y el guionista Maurizio Braucci van superponiendo, uno tras otro y en orden, hechos y personajes hasta la madrugada fatal en el Idroscalo de Ostia, contada sin entrar en mayores certezas que la ya aceptada versión de la intervención en el homicidio de un grupo de personas.
El conjunto destila el deslumbramiento profundo de Ferrara, mostrándose totalmente fiel a sus percepciones como espectador y lector de Pasolini: la pasión, la modernidad, el torbellino sin red de seguridad, el impulso por el riesgo y el escándalo como compromiso ético. ¿Profundiza de veras el estadounidense o se queda en el arrebato propio del admirador? Al pasoliniano y a cualquiera que se haya adentrado en la figura del homenajeado anteriormente, le sabrá a poco porque no le contarán nada que ya se haya explicado, revisado y expresado con anterioridad. En ese sentido, la recreación del ambiente histórico se antojaba tan fundamental para dibujar al individuo, que una ojeada durante una escena al Corriere della Sera, estando el periódico bien nutrido con la barbarie de los Años de Plomo, resulta flojísima e insuficiente.
Ferrara tiene en mente clarísimamente a un público que se acerca por vez primera a la figura total de Pasolini, y es esta la única premisa bajo la cual cabe considerar el filme. El conjunto es muy irregular. Reúne durante 86 minutos algunos esfuerzos notables —ahí tenemos a un Willem Dafoe haciendo mímesis y, al mismo tiempo, lo contrario—, junto con varios momentos que evocan sensaciones con energía; pero también presenta otros nulos, como los encuentros corrientes entre el poeta y los personajes secundarios. Y después está el extrañamiento que produce la alternancia sin justificación en los idiomas, el escuchar a un Pasolini con acentazo de turista y a unos actores hablar inglés con dicción de italianos. Cabe preguntarse si sería mejor que se exhibiera la versión italiana en el estreno español, aunque el director nos abroncaría y diría que la película es como es porque le salió hacerla así y punto.
PASOLINI
Dirección: Abel Ferrara.
Intérpretes: Willem Dafoe, Ricardo Scamarcio, Ninetto Davoli, Valerio Mastandrea, Maria de Medeiros, Adriana Asti.
Género: biogáfico, drama. Bélgica, Francia, Italia, 2014.
Duración: 86 minutos.