Vigilados (The Rental)
¡No alquiles esa casa! Santiago Alonso Después de tantos años de presencia en las pantallas, con el slasher sucede un poco como con quien protagoniza sus películas, generalmente una «última […]
Estrenos, críticas, comentarios de cine y algunas notas sobre las visiones
¡No alquiles esa casa! Santiago Alonso Después de tantos años de presencia en las pantallas, con el slasher sucede un poco como con quien protagoniza sus películas, generalmente una «última […]
Después de tantos años de presencia en las pantallas, con el slasher sucede un poco como con quien protagoniza sus películas, generalmente una «última chica» que sobrevive al matarife de turno que ya ha eliminado al resto del reparto: se resiste a morir pese a representar una fórmula repetida hasta la saciedad. Después de la saga Scream, un sorprendente ejemplo de obra revitalizadora mediante la reflexión metaficcional de un subgénero que estaba de capa caída, se han seguido filmando slashers sin grandes variaciones en sus códigos… o al menos en apariencia, porque en los últimos años también se han estrenado películas muy certeras en su propósito de renovar tanto el juego formal (el díptico Feliz día de tu muerte) como el punto de vista y el trasfondo (véase, por ejemplo, el último remake de Navidad sangrienta y su señalamiento a la cultura de la violación, una crítica, por cierto, tan válida como la vista en la aclamada Una joven prometedora).
Para debutar en la dirección, el actor Dave Franco ha considerado esa posibilidad de replantear con libertad un modelo genérico demasiado esquemático que le permita tratar cuestiones que le preocupan. El resultado es Vigilados, una cinta con asesino enmascarado en la que antes que nada se habla de la inquietante facilidad con la que la gente de hoy se pone en manos de desconocidos cuando hace uso de portales de alquileres vacacionales rápidos y baratos: ¿quién y cómo es esa persona que cede su espacio doméstico? Y a eso hay que añadir una reflexión sobre las relaciones sentimentales, y también de familia, con el tema habitual de la traición. La historia de las dos parejas que se van a pasar un fin de semana a un solitario casoplón se cuenta, por tanto, en dos partes muy diferenciadas, una primera donde los protagonistas van poco a poco destruyendo la convivencia entre ellos, y una segunda en la que el psicópata se encarga de rematar la faena.
Esta disposición argumental no entraña en sí ningún problema, habida cuenta de que el mal rollo se va fraguando desde el principio, sin necesidad de la amenaza del malo, pero hay algo que no cuaja en la propuesta general de Franco, y es que la conjunción de varias películas dentro de esta casi nunca se muestra de manera orgánica. O peor aún: parece que cada una de ellas, sin un ensamblaje que las una eficazmente, están directamente sin acabar. En primer lugar, la parte dramática se reduce a un relato corriente y moliente de cuernos donde un hombre traiciona a la vez a su novia y a su hermano. En segundo, la parte terrorífica presenta planteamientos confusos (la escena de la chica que huye hacia el acantilado), resolviéndose, para que tenga algún sentido, con un epílogo explicativo que bien podría ser el germen de una nueva subtrama. Y por último, si alguien esperaba algún tipo de crítica o reflexión sobre las consecuencias (sociales, económicas, culturales o, ya puestos, psicológicas al ser esta una película de miedo) del arrendamiento de alojamientos a particulares mediante portales digitales, puede esperar sentado.
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