Un topo en Corea del norte

Santiago Alonso 


Por el tema tratado y la manera en que se aborda, El infiltrado es seguramente el tipo de trabajo documental que debe verse con suma cautela de principio a fin, pero, al mismo tiempo, también de esos con los que los ojos se nos van a quedar como platos desde el minuto uno debido a lo sorprendente, y a menudo alucinante, que resulta lo que pasa en pantalla. Su responsable se llama Mads Brügger, un cineasta-activista danés especializado en trabajos de denuncia, efectuados con no pocos riesgos personales y de quienes colaboran con él, y cuya repercusión llega al ámbito político internacional. Por ejemplo, tuvo serios problemas con el gobierno libio a raíz de The Ambassador (2011), en la que él mismo fingía ser un alto diplomático del país árabe que intentaba meterse en el negocio de los diamantes de sangre. Con El infiltrado hace algo similar, a la vez que vuelve a hablar sobre un país, Corea del Norte, que ya fue objeto de otra de sus cintas más conocidas, The Red Chapel (2009).

En esta ocasión el protagonista es un joven cocinero llamado Lars que durante diez años hizo de «topo» para Brügger en la Asociación de Amistad con Corea, primero en la sección danesa y, más adelante, codeándose con su presidente internacional, el mediático Alejandro Caos de Benós. El objetivo era averiguar hasta qué punto la dictadura norcoreana participa en el mercado negro internacional de armamento y estupefacientes. He aquí solo la premisa, porque su desarrollo nos conducirá por caminos delirantes cuando empiezan a desfilar personajes de novela —como un antiguo legionario francés y extraficante que se une al montaje, la conocida exoficial de inteligencia del MI5 Anne Machon o un misterioso a la par que siniestro agente de Pionyang, a quien apodan Carapiedra— o cuando veamos momentos como un recibimiento gubernamental en una sala de karaoke con mujeres que cantan ópera y tocan el saxofón, o  un peligroso encuentro con altos funcionarios militares en un búnker secreto que hace las veces de restaurante y, nuevamente, karaoke privado.

¿Documental que se transmuta en un historia a lo John Le Carré en versión tronada y con toques chuscos? ¿O una historia a lo John Le Carré que adopta el formato de documental preparado a base de cámaras ocultas, a la manera de los programas televisivos de investigación? Es complicado discernir qué es exactamente El infiltrado, aunque a la postre esta singularidad se convierte en uno de sus alicientes. Parece honesta su intención de destapar tanto las prácticas del régimen de Corea del Norte como las dinámicas de un ámbito internacional, el de los tráficos ilícitos al olor del dinero, en el que los estados se dan la mano bajo cuerda sin importar que sea con «villanos oficiales». De hecho, poca duda cabe de ello al ver los 120 minutos de metraje, dividido en dos capítulos, aunque también haya cuestiones poco creíbles —es demasiado raro que ningún servicio secreto investigara mínimamente a un individuo que se hacía pasar por muñidor de grandes empresarios— y queden varias respuestas sin resolver. Con todo, lo realmente fascinante del documental es la figura de su protagonista, de quién queremos saber si lo suyo tiene un cierto grado de inconsciencia o si existe algo más tras las nobles motivaciones que aduce. Hay que llegar al final de El infiltrado, bien para conocer las respuestas, bien para comprobar que se quieren dejar a la libre interpretación del espectador. O quizás será que hasta ahí puede contar Brügger…


Puedes ver EL INFILTRADO en Filmin



 

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