Las sustancias negras

Santiago Alonso 


Echando un vistazo a las reacciones tan contrapuestas que suscitó la producción australiana Babadook (2014), malas y buenas sin término medio, es bastante fácil comprobar que una parte de los aficionados al cine de terror no salen demasiado del sota, caballo y rey. Dicho de otra manera, las opiniones negativas que ha recibido desde su estreno revelan que hay espectadores —y este masculino quizás deba subrayarse—, poco sensibles a relatos eminentemente alegóricos, un hecho que puede deberse a que en el género de miedo parece haberse implantado un único gusto por lo explícito y unívoco. Y eso que la ejemplar puesta de largo de Jennifer Kent, aparte de desarrollar un valeroso discurso sobre un tema tabú, a menudo velado en nuestra sociedad por lo espinoso que resulta —los sentimientos ambivalentes que la maternidad puede suscitar en muchas mujeres, como una conjunción de rechazo y amor hasta grados muy intensos—, rendía un triple homenaje, nada forzado, a todo un maestro como Mario Bava.

Kent pertenece a esas cineastas que tienen mucho y muy bueno que decir en eso de generar miedo en pantalla, como Marina de Van, Jennifer Lynch, Mary Harron, Julia Ducoumau, Anna Biller, las hermanas Soska… una lista a la que ahora hay que añadir a Natalie Erika James, quien firma la inquietante Relic, su ópera prima tras haber realizado varios cortometrajes y trabajado como ayudante de dirección.  Al igual que Babadook, se trata de una película australiana que cuenta una historia de pocos personajes, transcurre en un espacio opresivo y caracterizado por una atmósfera cada vez más irrespirable y se articula de principio a fin como una representación metafórica donde se hace uso de ciertos tropos comunes de los relatos de terror fílmicos. La protagonizan tres mujeres de una misma familia pero de diferentes generaciones: está la abuela (Robin Nevyn), la hija (Emily Mortimer) y la nieta (Bella Heathcote). La primera vive sola en una casa apartada en el campo, y la acción se desencadena cuando misteriosamente desaparece, siendo esa la causa por la que las otras dos van al lugar, y aparece poco después, sin saber dónde ha estado durante el tiempo de su desaparición.

Seguro que algunas notas de promoción, así como otras críticas, revelan más de la cuenta acerca de qué va realmente la película, pero el que teclea estas líneas no le va a contar más a quien las lea, si bien el hecho de que hablemos de un ente maligno al acecho de una persona mayor que aparece y desaparece da las suficientes pistas. Y es que eso no importa tanto, pues, recordemos, las alegorías ofrecen abstracciones cognoscibles, que «se entiendan». James no pretende dejar un mensaje enigmático, sino dotar de imagen a las ideas, en este caso el dolor y la desesperación de males que pueden llegar a ser hereditarios. Todas las angustias y los terrores plasmados en pantalla durante el metraje de Relic —un ejemplo sería la pesadillesca y cambiante atmósfera de los espacios domésticos— nos conducen hacia unas imponentes imágenes finales que condensan al mismo tiempo drama, tristeza, emoción y hermosura: humanidad, en definitiva. El monstruo de películas como esta son las sustancias negras que impregnan y consumen nuestras vidas (la sustancia negra, por ejemplo, que vomitaba al final la protagonista de Babadook). A veces podemos expulsarlas… y a veces no.



 

RELIC

Dirección: Natalie Erika James.

Intérpretes: Emily Morimer, Robyn Nevin, Bella Heathcote.

Género: terror. Australia. Australia, Estados Unidos, 2020.

Duración: 89 minutos.

 


 

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