Irene Bullock


La fuerza de Feud: Bette and Joan, la serie creada por Ryan Murphy en 2017, es, sin duda, la representación que muestra la rivalidad entre dos divas del cine clásico: Bette Davis y Joan Crawford. Un enfrentamiento que llegó a su culminación con Qué fue de Baby Jane (What Ever Happened to Baby Jane?, EE.UU, 1962), de Robert Aldrich, y que se perpetuó después del rodaje.  Esta película las volvió a poner de actualidad, cuando ambas andaban de capa caída y hacía tiempo que no obtenían buenos papeles. La enemistad real entre ellas vino de perlas no solo para sus personajes, las hermanas Hudson, sino para poner en marcha toda la maquinaría publicitaria de un gran estudio que también necesitaba que la película fuese un éxito, pues era un momento crítico para las grandes productoras que veían que su reinado se venía abajo. Y funcionó lo de vender y destapar los malos rollos entre las dos actrices del pasado. Pero Feud, que está perfectamente documentada, establece otro pilar en esta historia de mitología cinematografía: sí, ambas se odiaban, pero cada una respetaba la profesionalidad y la carrera de la otra, así como su lucha continua por mantenerse a flote en una industria que machacaba a las personalidades fuertes, y más si eran mujeres.

Además el argumento de la película de Aldrich jugaba con el cine, la memoria y el olvido, pues las protagonistas, las hermanas Hudson, habían tenido sus momentos de gloria durante su infancia y juventud en el Hollywood dorado, pero un trágico suceso las retiró del panorama cinematográfico, encerrándolas a ambas entre las cuatro paredes de una lujosa mansión de Los Ángeles. Tan encerradas y aisladas están, que para sus vecinas, una madre y su hija adolescente, no son solo un misterio, sino casi presencias fantasmales.  Saben de ellas por los rumores del vecindario y las emisiones televisivas de las películas de Blanche Hudson (Crawford).

Jane Hudson (Davis) fue una famosa niña prodigio a principios del siglo XX, que llenaba los teatros de variedades con sus bailes y canciones junto a su padre, para convertirse poco más tarde en una actriz fracasada y con problemas de alcoholismo en la meca del cine en la década de los treinta. Durante sus años de éxito infantil, la familia conseguía mantenerse gracias a las actuaciones de la pequeña y de la venta de grandes muñecas que imitaban sus rizos y vestiditos. En unas cuantas pinceladas Qué fue de Baby Jane deja ver que es una familia disfuncional y se revela la difícil relación de las dos hermanas, marcada por la competitividad. Sin embargo, Blanche Hudson triunfó en el Hollywood dorado de los años treinta, y fue la que protegió y cuidó los intereses de Jane cuando esta no lograba construir una carrera cinematográfica una vez que ya no era una niña. Blanche estaba en la cima, incluso acababa de adquirir una mansión que había pertenecido a Rudolph Valentino. Una noche regresaban las dos hermanas de una fiesta, y cuando una de ellas iba a abrir la puerta de acceso a la mansión, la otra intentó atropellarla con el coche. La tragedia está servida, pero en el flashback que cuenta este momento no se adivina quién es quién, tan solo se vislumbran sus piernas.

La película se sitúa en los sesenta, cuando ya viven enterradas y olvidadas detrás de la puerta de la vieja mansión. Blanche  está en una silla de ruedas  y Jane muestra una frágil salud mental, bebe sin parar  y día a día revive los recuerdos del pasado. Cuando volvemos a ver a las hermanas Hudson, después de un prólogo que ha ilustrado su éxito y caída, Blanche está pensando en la venta de la mansión para aliviar su cada vez más débil economía, mientras Jane se encuentra en un momento de crisis y fragilidad mental. Blanche todavía no ha contado nada a su hermana, y está pensando, con la ayuda de Elvira (Maidie Norman), la asistenta, en internarla para que la cuiden adecuadamente.

El director Robert Aldrich estaba entre las dos actrices de fuerte carácter, pero jugó también con su enfrentamiento en beneficio de la historia, como se cuenta muy bien en Feud. Además consiguió con esta película  uno de los grandes éxitos de su interesante filmografía e inauguró un nuevo género donde grandes divas del pasado se tiraban de los pelos en terroríficas tragedias, llevando al límite de la exageración sus interpretaciones, pero sin sobrepasarlo (y para eso hace falta mucha maestría y oficio, se notaba que eran grandes actrices). Con estas películas se seguiría una tradición teatral, la del Grand Guignol, que jugaba con el placer que causaba al público el vivir experiencias violentas y terroríficas. Así hubo hitos fascinantes del género como Canción de cuna para un cadáver (1964), Una mujer atrapada (1964) o ¿Qué le pasa a Helen? (1971).

Dos actrices en el olvido

A principios de los años sesenta, Hollywood estaba cambiando por muchos motivos: los gustos del público eran diferentes y se estaba produciendo un cambio generacional. La televisión era un rival muy fuerte, el sistema de estudios estaba en plena decadencia y el código Hays estaba cada vez más obsoleto, y esto provocaba que directores y guionistas cada vez fueran dejándolo más de lado, con la intención de indagar en nuevas formas de llevar ciertos temas a la pantalla de cine. Bette Davis, con 54 años, y Joan Crawford, con 58, se habían convertido en dos viejas glorias del pasado antes de tiempo. Ninguna de las dos había pedido o gestionado su retiro, pero sus últimos papeles relevantes los habían protagonizado a mediados de los cincuenta, aunque en películas que ya evidenciaban que no eran las divas glamurosas de antaño, mimadas por los grandes estudios y adoradas por su público.

Ambas querían seguir trabajando, pero las majors  no les proporcionaban nuevos papeles, adecuados a su caché. Por una parte, Crawford disimuló más su retiro forzado, pues se involucró en los negocios de su cuarto marido, Alfred Steele, el director ejecutivo de Pepsi Cola, pero su temprano fallecimiento en 1959, hizo que la actriz necesitara volver a la pantalla. Sus últimos trabajos relevantes habían sido en dos maravillosos melodramas de mujeres ya marchitas, pero sin la relevancia de antaño en las taquillas: La abeja reina (1955), de Ranald MacDougal, donde daba rienda suelta a la perversidad como Eva Phillips; y Hojas de otoño (1956), precisamente bajo la dirección de Robert Aldrich, una asfixiante y triste historia de amor otoñal. Por su lado, Bette Davis luchaba por seguir teniendo un hueco en las pantallas, pero ante las dificultades en encontrar roles adecuados, trataba de buscar trabajo en los escenarios teatrales o en la televisión. Los últimos papeles de relevancia que había interpretado fueron en producciones de cine realista y social, donde mostraba su versatilidad como actriz: En el ojo del huracán (1956), de Daniel Taradash, y Banquete de bodas (1956), de Richard Brooks. Regresó en un papel jugoso para un remake de una película propia de Frank Capra en 1961, pero  este proyecto supuso un fracaso para ambos. Con el tiempo, sin embargo, su Annie de Un gánster para un milagro  se ha revalorizado y es un papel muy recordado de la actriz.

Por tanto, las dos sabían que Qué fue de Baby Jane podía ser una oportunidad para encontrar un nuevo sitio en la industria cinematográfica y un relanzamiento para protagonizar nuevas películas. Hollywood era especialmente duro  con la carrera de actrices que superaban una cierta edad (algo que no ha cambiado mucho), y, en este caso, lo fue más con dos mujeres que no habían sido precisamente sumisas, a pesar de haber sido reinas absolutas y haber hecho ganar bastante dinero a los magnates de los estudios.  Siempre que lo vieron necesario, se enfrentaron a ellos, sin miedo alguno. De hecho es legendaria la frase que Jack Warner regaló a ambas, y que se recuerda también en Feud, cuando refleja el periplo de Aldrich para buscar financiación: «No te daría ni un céntimo por esas dos viejas zorras acabadas», cuando ambas habían trabajado para él en películas de mucho éxito,  proporcionándole muchas ganancias.

La película de Robert Aldrich, que adapta una novela del mismo título de Henry Farrell, explota su faceta como divas del cine del Hollywood dorado. De hecho, en la presentación de las hermanas Hudson durante los primeros minutos  del largometraje asistimos a una proyección privada, donde dos ejecutivos ven el resultado fallido de una película de una joven Jane en decadencia, y después a una emisión de televisión de una vieja  producción de Blanche, que disfruta y critica ella misma desde su silla de ruedas. Las imágenes de ambas películas son en realidad fragmentos de  films de los años treinta que protagonizaron Bette Davis y Joan Crawford. La película de Jane Hudson corresponde en realidad a dos títulos de la Davis: Ex-Lady (1933), de Robert Florey, y Parachute Jumper (1933), de Alfred E. Green, ambas del periodo pre-code,  cuando la actriz todavía estaba buscando su sitio y no era la estrella que pronto llegaría a ser. De hecho, ambas películas nunca fueron muy bien valoradas por Bette. Y la película de Blanche que se emite por televisión pertenece a una de las producciones que cimentó la gloria de Joan Crawford (que ya había tenido varios papeles relevantes incluso en el cine mudo), el notable melodrama pre-code Así ama la mujer (1934), de Clarence Brown. Para comprobar que la carrera de ambas divas anduvo siempre por caminos cercanos y paralelos, he aquí un hecho: tanto en Ex-Lady como en Así ama la mujer, ambas actrices comparten galán, Gene Raymond.

Las dos se convirtieron en referentes de sus estudios. Crawford, de la MGM; y Davis, de la Warner. La primera era sinónimo de la belleza y el glamur; la actriz luchó con uñas y dientes, desde sus orígenes humildes hasta llegar a la «alta aristocracia» hollywoodiense. Pero también fue una actriz que arriesgaba en sus roles de mujeres fuertes, de personalidad compleja y que se enfrentaban a las dificultades de la vida. Davis, por su parte, no paró hasta encontrar su lugar a base de trabajo y tesón. Su nombre era sinónimo de actriz seria, arriesgada y camaleónica, que sabía protagonizar grandes historias. Consciente de no contar con un físico fácil, no tuvo miedo a roles antipáticos o complejos, y consiguió que la crítica la aclamara por primera vez con el papel de la desagradable Mildred en la maravillosa Cautivo del deseo (1934), una adaptación de una novela de Somerset Maugham. En definitiva, tanto Crawford como Davies se fueron reinventando a lo largo de sus carreras, e intentaron ganarse su independencia.

 La mansión fantasma

El escenario de Qué fue de Baby Jane, la mansión en la que viven encerradas las hermanas Hudson, se presenta  con vida propia. Las hermanas son como dos fantasmas que habitan cuatro paredes plagadas de recuerdos. Blanche trata de salir de allí, y empezar otra vez desde cero, olvidando el pasado que la ata a la casa; además de quitarse el lastre de la culpa, pues ella también esconde su parte oscura. Y Jane revive una y otra vez sus momentos de gloria, convirtiéndose en una tenebrosa caricatura de sí misma, vistiéndose, peinándose, bailando y cantando como cuando era una niña; además de hundirse cada vez más en el alcohol y la locura, aquejada también por la culpa. La tensión y la relación enfermiza entre ellas da el tono inquietante a la película, donde las personalidades de cada una no son nunca lo que parecen. Al carácter enfermizo de la película contribuye también la presencia de otros personajes secundarios, sobre todo el pianista que contrata Jane (Victor Buono) y que tiene una extraña relación edípica con su madre (Marjorie Bennett). Queda claro que su presencia no va a beneficiar precisamente a la salud mental de Jane. Por otro lado, la tensión entre las dos mujeres va agudizándose según crece la fragilidad mental de Jane.  Y lo triste es cuando nos damos cuenta de que ambas hermanas son verdugos y víctimas de su pasado. Las dos son  muñecas rotas por las circunstancias que las han rodeado siempre.

En la escalofriante última secuencia de la playa, ya fuera de la mansión, donde Blanche está más muerta que viva y Jane ha perdido totalmente la razón, Blanche realiza una confesión que genera una triste respuesta por parte de Jane: «¿Quieres decir que todos estos años podríamos haber sido amigas?». Curiosamente esta es también la melancólica conclusión de Feud: que fuera de ese duro sistema de estudios y competitividades, en un mundo dominado además por hombres, en el que tanto Davis como Crawford tuvieron que lidiar para mantenerse a flote, había más cosas que las unían (su amor por el trabajo bien hecho y la profesionalidad, su pasión por la actuación, su capacidad para reinventarse, sus dificultades como madres… También compartieron la soledad, el no encontrar una pareja estable en sus vidas y la dependencia al alcohol)  y eran menos las diferencias que las separaban, y la tragedia subyacente es que tal vez hubiesen podido todos esos años ser amigas y hacer frente común a una industria que les dio la patada en cuanto consideró que ya no tenían más que aportar.



 

 

4 Comentarios »

  1. Hola Irene:
    ¡Qué bueno todo lo que escribes!
    Yo siempre he sido más de la Davis y me voy a permitir dos pinceladas:
    -Nunca sabremos si el famoso anuncio que puso en Vanity «Madre de tres, divorciada…», casualmente poco antes del estreno de la película, fue una maniobra tipo redes sociales (unas décadas antes de que estas empezaran) Jezebel era capaz de eso y de más.
    – Viendo a Bette, aquí envejecida y un poco ida, es imposible no recordar sus última aparición pública, precisamente en San Sebastian 1989, superdelgada, fumando… y una dignidad estratrosferica.
    Un saludo, Manuel

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  2. Yo adoro la filmografía de ambas. Disfruto con su galería de personajes y películas.
    Bette Davis está tan brillante en tantos papeles. Me vienen a la cabeza de golpe, además de las mencionadas en el artículo, Amarga victoria, La Loba, La carta, La extraña pasajera, Eva al desnudo… Tantas…
    Es curioso, Manuel, cómo se han quedado en nuestra memoria tanto ese anuncio que puso en Vanity como esa aparición que tuvo en el festival de San Sebastián y que ningún cinéfilo olvida. No hace mucho se realizó un documental sobre dicha visita.
    Y es que tanto Davis como Crawford no solo hicieron frente a un montón de personajes inolvidables, es que ellas mismas construyeron una imagen pública especial, como si protagonizaran la gran película de su vida.

    Gracias por tus pinceladas
    Con mucho cariño
    Irene Bullock

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  3. Querida Irene, aún no he visto esta película pero sí intenté ver en su momento Feud y… no sé, no conecté con ella o será que no tengo paciencia para las series cuando las pasan por televisión. Me olvido de verlas o pasa algo que me impide ponerme frente a la tele en un determinado día y horario.
    En cuanto a Crawford y Davis, no soy demasiado, demasiado fan de ninguna de las dos, aunque debo decir que tengo muchas más películas de Bette Davis que de Joan Crawford en mis estantes. En todo caso, espero ver pronto esta película, la tengo en mi lista desde hace años.
    Un beso grande, Bet.-

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  4. ¡Ya me dirás cuando la veas qué te parece, Bet! ¡Me encantará saberlo! Recuerdo lo que me impactó la primera vez que la vi. Fue a partir de esta película que empecé a amar las películas de Aldrich.
    Me encanta la filmografía de Joan Crawford y Bette Davis, y trato de ver todos sus títulos, aunque ambas rodaron bastantes, así que aún me quedan títulos por descubrir. Las dos se fueron reinventando década tras década, y cuentan con títulos que tienen que ver mucho con mi amor al cine. Me encanta Bette Davis en Amarga victoria, La Loba o Eva al desnudo y Joan Crawford, por ejemplo, en Gran Hotel, Alma en suplicio (Mildred Pierce) o Johnny Guitar.
    Es curioso, al ver tanta película, me queda menos tiempo para series, pero de vez en cuando alguna cae y quedé enganchada con «Feud». Además me pareció que estaba muy documentada.

    Con mucho cariño
    Irene Bullock

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