Muestrario del psicothriller Yago Paris Vivimos una época en la que el panorama cinematográfico comercial se decanta de manera sistemática por la hiperdiscursividad de las ficciones, que tienden a reflexionar […]
Vivimos una época en la que el panorama cinematográfico comercial se decanta de manera sistemática por la hiperdiscursividad de las ficciones, que tienden a reflexionar sobre temas solemnes y complejos o a establecer lecturas ideológicas sobre la realidad. Esto no debería ser un problema, si no fuera porque en innumerables ocasiones esta aproximación se adopta a costa de no crear imágenes memorables, ya sea porque parece que con ofrecer un discurso en línea con lo políticamente correcto ya es suficiente, o porque existe un gran miedo a caer en el ridículo. Como consecuencia, el grueso de la producción del Hollywood actual se caracteriza por su capacidad para ofrecer productos insípidos. Y debido a su capacidad para influir en otros mercados, lo que es tendencia allí se traslada a otros países, por lo que el cine comercial europeo en buena medida peca de lo mismo. En un panorama globalizado que tiende a la nadería, siempre es gozoso celebrar los cada vez más atípicos casos en los que el cine de género se atreve a no ser nada más que un entretenimiento gozoso y espectacular, sin coartadas con las que (supuestamente) dignificar la propuesta ni discursos ideológicos de cara a la galería.
Cosmética del enemigo pertenece a este segundo grupo de producciones, pero algo se ha perdido por el camino, porque aunque la película no se decanta por lo discursivo, tampoco consigue convertirse en un ejercicio formal de significancia ni una visión personal del género. La nueva obra de Kike Maíllo es un thriller psicológico de cámara, que aborda la extraña relación que se establece entre un famoso arquitecto de mediana edad (Tomasz Kot) y una joven mochilera (Athena Strates) en las salas de espera de un aeropuerto, y se trata de la adaptación cinematográfica de la novela homónima, escrita por Amélie Nothomb. La cinta se sustenta en las conversaciones entre ambos personajes, que dan pie a una serie de flashbacks con los que se va enturbiando el ambiente, mientras el público va siendo consciente de que, como ocurre en este tipo de cintas, nada es lo que parece.
En películas como Eva y Toro, Maíllo demostraba un entendimiento del género libre de ataduras y sin miedo al patinazo, lo que permitía que, a su manera imperfecta y por momentos burda, ofreciera unas propuestas capaces de encontrar su espacio de personalidad. Nada de eso sucede en Cosmética del enemigo. La puesta en escena no solo es convencional, sino que resulta complicado rescatar alguna imagen valiosa —quizás, únicamente, cabría señalar el clímax en el baño de un avión—, pues todas están filmadas con una cámara en constante movimiento pero sin apenas dinamismo; y la narración se construye a través del empalme de planos, no a través del valor expresivo de cada plano, una virtud que es aquí escasa. Tampoco ayuda que un filme que se sustenta en la actuación de su pareja protagonista cuente con dos actores tan limitados, o que el giro sorpresa ya se intuya a los diez minutos de metraje. En resumidas cuentas, Cosmética del enemigo contaba con buenos mimbres para ser una gloriosa cinta de explotación, al estilo de la memorable Domino, la última locura de Brian de Palma, pero no pasa de ser un mero muestrario de tópicos del thriller psicológico.
Crítico cinematográfico en pleno máster en Teoría del Cine. Escribo en los medios digitales Revista Insertos y Cine Divergente. También reflexiono sobre cine en el podcast Críticas Sobre La Marcha.