La pandemia en clave posapocalíptica

Yago Paris


La comunicación virtual ha abierto una nueva dimensión de posibilidades para la interacción entre los seres humanos, siendo la flexibilidad y la hiperfragmentación sus principales ventajas. Sin embargo, como ya reflexionábamos en este texto, estas dos características suelen ser en realidad una fachada que esconde una carencia en la implicación con el Otro. Las relaciones virtuales son muy atractivas porque eliminan toda una serie de incomodidades presentes en la interacción física, como el hecho de que uno pueda simplemente cerrar la conversación y guardarla hasta que le apetezca retomarla. Pero la comodidad es una tentación que, a nada que uno levante la mirada de la pantalla, solo satisface a corto plazo y apenas llena. De la misma manera que cada vez volcamos más aspectos del día a día en la vía en línea, al mismo tiempo su condición de simulacro de realidad se manifiesta en la constante insatisfacción que nos proporciona este tipo de dinámica. Cuanto más nos convertimos en seres virtuales, más clara es la sensación de que necesitamos lo presencial, y sin embargo algo nos sigue empujando a explorar un terreno tan práctico como insuficiente.

En este sentido, parece que la pandemia de la COVID-19 nos ha llevado a un punto donde, habiendo desaparecido en gran medida la interacción física y estando limitados a lo virtual, hemos ganado mayor conciencia del vacío existencial que fomentamos en nuestro día a día. Esta es una de las ideas más sugerentes de Songbird, la primera película comercial que retrata la crisis del coronavirus. Este thriller de acción producido por Michael Bay y dirigido por Adam Mason, quien escribe el guion junto con Simon Boyes, expone qué pasaría en un futuro cercano —el año 2024— si el virus —en este caso el COVID-23— mutase y fuera tan letal que convirtiera la realidad en un escenario posapocalíptico en el que el confinamiento indefinido es la única opción viable y las estrictas medidas de control ciudadano se imponen para siempre con el objetivo de controlar la propagación de la enfermedad. Nico (K.J. Apa) es el protagonista del relato, un joven repartidor de paquetería que es inmune al virus, y con él descubrimos diferentes escenarios y personajes con los que interactúa, unas secuencias que muestran aspectos problemáticos del nuevo statu quo, como las diferencias de clase, los abusos de poder y la implantación salvaje de la tecnología en nuestras vidas como método de control ciudadano.

La inmunidad al virus le otorga libertad de movimiento a Nico, pero también lo condena al ostracismo, pues la gran mayoría de la sociedad, que no goza de esta característica genética, trata con desprecio a los de su condición —otro importante toque de atención al panorama actual, donde en muchos casos un perverso entendimiento de la idea de igualdad provoca que se malinterprete una característica genética como un privilegio—. Por tanto, aunque puedan salir a la calle, los inmunes se sienten especialmente solos, y la comunicación virtual es la única posible también para ellos. La cinta profundiza en la idea de la necesidad del contacto humano y en lo problemático de la implantación de lo virtual. Esto se muestra en una serie de situaciones donde los simulacros virtuales fracasan cuando se intenta recrear la experiencia física. La relación romántica que Nico mantiene con Sara (Sofia Carson) es insuficiente a través de las pantallas, lo que se manifiesta en la insistente necesidad de ambos por tocarse —hay que hacer una especial mención al uso del plano/contraplano en la escena que transcurre a ambos lados de la puerta del apartamento de ella—, así como en sus simulacros de normalidad —en la que ven juntos una película y juegan a imitar comportamientos propios de la experiencia en una sala de cine—. Otras situaciones similares, que corresponden a otras tramas, como aquella donde se muestra el intento de sustituir la experiencia de viajar por el uso de un dron con cámaras, ponen de manifiesto la limitación del ámbito virtual, un espacio al que todos nos hemos visto abocados debido a la situación que actualmente se vive en el mundo entero. 

Todas estas ideas se manifiestan en la primera parte de Songbird, un thriller con naturaleza de retrato social que es más interesante cuanto menos apuesta por la acción. Como ya ocurría con la por momentos sugerente Soy leyenda (2007), el planteamiento del universo es más atractivo que el desarrollo de la trama de los protagonistas. En ambas películas la narración se dividía en dos mitades bien diferenciadas, y lo hacía a través de la muerte de un personaje en cada caso. En sendos filmes, a partir de dicho suceso el relato caía en picado y se convertía en una versión desmejorada de lo visto hasta entonces. A pesar de esta circunstancia, cabe destacar la labor de Mason, un realizador que demuestra ser capaz de crear imágenes de cierta incomodidad, que hablan de nuestro presente más inmediato de manera problemática, y al mismo tiempo de ofrecer un espectáculo vibrante. 

En este sentido se manifiesta la influencia de Michael Bay. Aunque ejerce simplemente de productor, es una referencia evidente del lenguaje visual y la espectacularidad preciosista de las imágenes. Resulta complicado encontrar una cinta de acción del siglo XXI cuyas imágenes, normalmente ruidosas, aceleradas y con cierta tendencia al caos, no estén influenciadas por la estética de Bay. Songbird, con mayor motivo, no es una excepción. Sin embargo, lo que diferencia a Mason de Bay es el significado de esas mismas imágenes. Mientras el segundo aboga por un espectáculo frívolo que casi nunca busca decir nada sobre su presente —a excepción de Dolor y Dinero y 13 horas: los soldados secretos de Bengasi—, aunque sus imágenes están cargadas de una ideología tan incontenible como subconsciente y dicen muchísimo de la sociedad del momento, el primero muestra la firme intención de poner el foco en aspectos ingratos de la contemporaneidad que se han agravado a raíz de la crisis del coronavirus. Y ya solo por eso, por su acierto a la hora de hablar de nuestro presente, Songbird es una cinta valiosa.



SONGBIRD

Dirección: Adam Mason.

Reparto: K.J. Apa, Sofia Carson, Demi Moore, Bradley Whitford, Craig Robinson, Jenna Ortega, Paul Walter Hauser, Alexandra Daddario, Peter Stormare.

Género: thriller de acción. Estados Unidos, 2020.

Duración: 85 minutos.


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