Irene Bullock


En 1914 empezaron a proyectarse en EE.UU los cortometrajes donde aparecía por primera vez Charles Chaplin, un artista británico que venía del teatro de variedades y estaba destinado a convertirse en el director y actor más representativo de la comedia muda estadounidense. Su entrada en The Keystone Film Company, que se encontraba bajo el mandato de Mack Sennett, supuso el nacimiento de un personaje universal: Charlot.

Se puede hacer un recorrido especial por los inicios del famoso vagabundo a través de cuatro cortometrajes con  el tema de cine dentro del cine y que, además, van dando pinceladas de su evolución como personaje. Charles Chaplin representa un paso más en el mundo del slapstick y es un referente en la comedia como género cinematográfico. En ese revuelo de golpes, patadas, caídas y tartazos nació Charlot, que construyó una personalidad propia que tomó vuelo poco a poco hasta convertirse en todo un icono de la cultura popular.

 

Charlot y el fuego (A Film Johnnie, 1914)

Al igual que en Carreras sofocantes, que normalmente suele identificarse como el primer corto totalmente protagonizado por Charlot con su reconocible indumentaria, en Charlot y el fuego el personaje del vagabundo irrumpe, más bien interrumpe, en la pantalla de cine e interactúa directamente con el público: lo convierte en cómplice. Por eso no sorprende que Charlot mire varias veces descaradamente al espectador, llamando su atención. Si en el primer corto, un realizador trataba de  grabar una carrera de coches con niños como pilotos y evitaba como podía la molesta y continúa presencia de Charlot, quien, consciente de la cámara de cine, se paseaba delante de ella una y otra vez e interrumpía el trabajo para  convertirse en el centro de atención, en el segundo corto el pequeño vagabundo entra con fuerza, como un intruso, en los estudios Keystone e inconsciente e improvisadamente se convierte en el rey de la función. Allá por donde pasa el desastrado personaje con su bombín y sus pantalones anchos no solo provoca el caos, sino que consigue la complicidad de un público fascinado por el nuevo invento.

Este corto dirigido por George Nichols es bastante premonitorio, pues escenifica cómo en Keystone una nueva estrella va a eclipsar a los demás. Son diez gozosos minutos donde descubrimos una primitiva sala de cine; la manera en que el nuevo arte provoca distintas y variadas emociones en los espectadores; el despertar del fenómeno fan; las bambalinas  de un estudio clave en el género de la comedia; los rodajes en interiores y los endebles decorados; el arte de la improvisación, y cómo un fenómeno externo, un incendio, es aprovechado por el equipo de la película para realizar un rodaje en exteriores. Son tiempos pioneros, tiempos de aprendizaje.

Charles Chaplin va dando forma a su personaje. Charlot no pasa nunca desapercibido, su presencia es sinónimo de  enredo y anarquía. Así, su comportamiento es tan intenso que lo expulsan de la sala de cine. Pero antes ha mostrado que es un espectador más que se deja llevar por la magia de las películas, que ríe y llora con los acontecimientos que ve, y que ya se deja seducir por los actores y las actrices de la pantalla, tal y como se aprecia cuando aparece una de las resplandecientes «chicas Keystone», Peggy Pierce.

Una vez fuera de la sala, acude a las puertas del estudio Keystone. Emocionado y travieso, reconoce a cada una de las «estrellas» que admira, con lo que vemos en cameos a los rostros más famosos del estudio, unos intérpretes haciendo de ellos mismos: Roscoe Fatty Arbuckle, Mabel Normand o Ford Sterling. Charlot burla la vigilancia del portero y se mete en el interior del edificio, y descubre asombrado un enorme plató cinematográfico que  funciona al cien por cien, con un decorado que se transforma a su alrededor. Lo más entrañable es comprobar cómo el improvisado espectador vive el rodaje con tal intensidad que siente la necesidad de salvar a la chica Keystone de las garras del malvado… todo ello ante un equipo que alucina con la situación. El clímax llega cuando, incluso, emplea una pistola de fogueo y dispara contra todo lo que ve, utilizándola al final como mechero para encender su colilla.

Una vez fuera  también estará presente en el rodaje de exteriores, cuando los equipos técnico y artístico aprovechan un incendio. Todo se mezcla: la filmación, los bomberos intentando apagar el fuego y el pequeño vagabundo haciendo de las suyas, queriendo de nuevo salvar a una actriz cada vez más agobiada con su insistente presencia. Charlot regala un primer plano final, absolutamente empapado, que es un guiño a un público que ya lo reconoce.

Charlot, artista de cine (The Masquerader, 1914)

De nuevo el estudio Keystone es protagonista de otra aventura de Charlot, donde los límites de realidad y ficción no dejan de cruzarse. En Charlot, artista de cine, un cortometraje que ya tiene a Charles Chaplin  como director, descubrimos dónde se encuentran los antecedentes de Tootsie de Sydney Pollack, una de las comedias estadounidenses más exitosas de los ochenta.

El corto arranca en la puerta del estudio, con un Charles Chaplin haciendo de joven actor, con atuendo de calle, que charla con otros trabajadores hasta que lo llaman para que vaya al camerino. De nuevo, uno puede deleitarse con doce minutos deliciosos en el interior del estudio. Una vez en el vestuario, Chaplin lo comparte con Fatty, la estrella indiscutible del momento hasta que su luz se apagó en 1921 por un escándalo sexual (fue acusado de la muerte de una aspirante a actriz, Virginia Rappe, después de ser violada, aunque finalmente fue absuelto y declarado inocente). Durante la secuencia junto al orondo actor, el protagonista y ganador de la rivalidad entre ambos será Fatty, que se burla continuamente de su compañero. Pero también asistimos a la transformación de este último en Charlot. A partir de que aparece su personaje, el caos visita el rodaje y desbarata una secuencia trágica: el asesinato de un niño. Los despropósitos del vagabundo suponen su expulsión del estudio. El mismo director le pone de patitas en la calle, con maleta incluida.

Pero la rebelión y venganza del actor empieza a fraguarse. Y reaparece de nuevo en el estudio vestido de mujer que vuelve locos a todos los hombres, en especial al director, que no solo coquetea con ella y trata de propasarse, sino que le procura un trato de favor, echando a todos los actores del camerino compartido para que solo lo disfrute  su nueva conquista. El éxito de la  aspirante está asegurado. No sería la primera vez ni la última que Chaplin acudiría al travestismo para provocar la risa en sus cortometrajes como puede comprobarse en Charlot, sufragista o Charlot, señorita bien.

Una vez dentro del camerino y en solitario, el actor recupera a su personaje, Charlot. El vagabundo vuelve a estar dentro del estudio dispuesto a protagonizar nuevas aventuras. Mientras, fuera, los actores muestran su enfado al director por haber sido expulsados a causa de la llegada de la nueva aspirante a actriz, y cuando todos entran de nuevo, quien sale es Charlot. Y la batalla campal está servida. Otra vez patadas en el culo, ladrillazos, persecuciones y tartas… puro slapstick. Charlot acaba tirado en un pozo, y se despide cuando vemos que emerge su cabeza del agua en primer plano. El caos se ha consumado.

Charlot cambia de oficio (His New Job, 1915)

Las discrepancias con su jefe, Mack Sennett, provocaron que Charles Chaplin abandonara el estudio del slapstick y comenzara su andadura en The Essanay Film Manufacturing Company. Su primer cortometraje en la nueva productora lo ambientó precisamente en el mundo del cine, contando las aventuras de Charlot que busca empleo en un estudio de cine.  No es de extrañar que busque trabajo allí, pues durante los primeros años, el cine era una industria pionera y, por tanto, una nueva cantera de oportunidades.  El personaje del pequeño trotamundos siempre estuvo acompañado (bien como rivales o como fieles compañeros de batalla) de otros actores cómicos que lo complementaban. En este cortometraje en concreto destaca la presencia de Ben Turpin y Leo White. También hay una anécdota, y es que Chaplin podría haberse convertido en el descubridor de Gloria Swanson, pero no vio su aura de artista. Algunos críticos dicen reconocer a la actriz en un  breve papel como mecanógrafa en la secuencia  de la sala de espera, antes de que Charlot tenga su entrevista de trabajo (1). Sin embargo, en una declaración de la propia actriz, esta explicó que, tras unas pruebas donde recibió más de una patada en su trasero, Chaplin no la eligió (2).

Durante veinte minutos asistimos a un corto algo más elaborado que los anteriores, aunque uno de los encantos del Charlot primitivo son sus aventuras con falta de lógica, generando  desorden allá por donde pasa mediante un festival de gags visuales. Esta vez se encuentra en una especie de sala esperando su turno para entrevistarse con un productor. Hay otros candidatos, pero se enfrenta sobre todo a uno de ellos (Ben Turpin) hasta que logra entrar en el despacho del productor, que tiene problemas auditivos (lo que provoca un divertido gag con un sonotone de la época),  consiguiendo finalmente el trabajo, aunque no tenemos muy claro cuál.  Atravesando una simple puerta, pasa al mundo de los estudios. Todo tiene un aire de improvisación, los espacios están unos junto a otros: los camerinos, los decorados donde se rueda la película, los espacios para colocar el atrezo… Hay una sensación de trabajo continuo y de desorden, y esto último se acentúa además con la presencia del vagabundo.

Charlot hace de las suyas en todo momento: interrumpe una secuencia porque sí; le ponen como ayudante de carpintero y desbarata todo lo que toca; consigue por casualidad el papel protagonista y se mete en el camerino de la ausente estrella masculina, robándole su uniforme de húsar, que le queda enorme; en vez de actuar se queda jugando a los dados con uno de los carpinteros; una vez en la secuencia, no da pie con bola; escenifica una escena de amor con sus desternillantes andares y dejando sin falda a la actriz principal; y, finalmente, se enfrenta a golpes con todos: con el coprotagonista (Leo White), con la estrella masculina cuando descubre el robo de su uniforme, con el director desesperado y con su eterno rival desde la entrevista de trabajo, que ahora trabaja también como ayudante de carpintero. Charlot transgrede todos los límites y llega a rozar la crueldad en sus reacciones y rebeliones contra las normas: el mundo que lo rodea no está hecho para él, ni nadie está preparado para su presencia, pues lo pone todo patas arriba. El director desesperado clama: «¿Alguna vez hace algo al derecho?». Y finalmente desesperado grita: «Me está volviendo loco»… para deleite de todos los espectadores.

Charlot, tramoyista de cine (Behind the screen, 1916)

Su paso a Lone Star Mutual supuso la consagración total de Charles Chaplin y la identificación total con Charlot, convertido ya en un personaje perfilado y cuidado. Una etapa creativa feliz donde muchos de sus cortometrajes estrella iban a contar con la presencia no solo del vagabundo más universal del cine, sino de dos actores claves: Edna Purviance, su compañera en diversas aventuras, y Eric Campbell, un rudo rival a la altura de las circunstancias. En esta rica etapa no falta el cortometraje ambientado en el mundo del celuloide: Charlot, tramoyista de cine, donde el vagabundo ya no es solo transgresor ni rey del caos y el slapstick, sino que se presenta como un ser humano vulnerable frente a un mundo injusto (aquí es explotado por su jefe) y que busca también una compañera que esté junto a él en las desventuras de la vida.

El cortometraje cuenta con una cadena de gags visuales muy trabajados y con la elaboración de una historia más o menos consistente. Pero, además, muestra el mágico funcionamiento de unos estudios pioneros a pleno  rendimiento, con un montón de decorados paralelos, unos al lado de los otros, donde se realizan películas en cadena y de distintos géneros. Y Charlot ahí trabaja sin parar y sin descanso como tramoyista a quien tiraniza  su jefe (Eric Campbell). Este último aprovecha para dormir  cualquier momento, dejando todo en manos de su ayudante.

Charlot prepara con diligencia los distintos decorados, pero, ¡ay!, provoca sin querer el desorden por donde pasa; también juguetea con los objetos que se le rebelan y se convierten en obstáculos. He aquí varios ejemplos: una columna baila en sus brazos y arruina la toma; una cámara impide su trabajo, y la tira cada vez que pasa al lado de ella; recoge unas sillas para trasladarlas a su espalda y parece un puercoespín o un caracol con la casa a cuestas; peina y acicala con cuidado una alfombra con la cabeza de un oso; tiene una divertida secuencia con una palanca que abre y cierra una trampilla, donde todos, actores, su jefe y el director, acaban en un foso… o, por fin, puede comer con sus compañeros en una divertidísima secuencia donde su vecino le proporciona más de un dolor de cabeza, olores que no desea y algún que otro delicioso bocado. Precisamente, después del almuerzo, los trabajadores tratan de echarse la siesta y, al ser interrumpidos por el encargado, deciden organizar una huelga en la que su jefe y Charlot no participan. Las secuencias de los almuerzos cada vez son más elaboradas en las películas de Chaplin, como podrá comprobarse más adelante en sus largometrajes La quimera de oro o Tiempos modernos.

En paralelo, una joven (Edna Purviance) busca trabajo como actriz, y no lo consigue, así que se disfraza de muchacho para conseguir trabajo en el departamento de Charlot. Aprovecha la huelga para encontrar un puesto. Y  así se cruzan los dos personajes. El vagabundo se siente atraído por el nuevo muchacho, pero posteriormente descubre que es una dama. Esta le dice que le guarde el secreto y los dos se besan cuando son pillados por el jefe, que reacciona de manera inesperada ante la pareja. Tenemos un gag que emplea la homosexualidad como recurso.

Mientras, los huelguistas preparan su venganza queriendo poner una bomba en el estudio, y los directores en sus distintos decorados tratan de seguir rodando sus películas. En un momento requieren la presencia de Campbell y Chaplin como actores en una pelea de tartas, pero esta se convierte en una batalla campal cuando los tartazos salen por los aires e irrumpen también en el rodaje de la película histórica de turno. Para colmo todo explota por los aires… Pero nada le importa a Charlot, pues tiene a la chica a su lado, y los dos se despiden de todos con un beso. El desastre les rodea, pero ellos se aman.

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(1) Por más que Irene Bullock lo ha intentado, no ha podido identificar a Swanson. Después de parar varias veces y fijarse en la imagen no muy nítida de la mecanógrafa, que se ve al fondo durante los primeros minutos del corto, Irene no puede decir con seguridad que sea ella.

(2) En el libro de la editorial Cátedra (colección «Signo e imagen/Cineastas») sobre Charles Chaplin de Esteve Riambau, en la nota 51 de la página 149 viene el testimonio de la Swanson donde especifica que finalmente no apareció en la película, extraído a su vez del libro Parade’s Gone by de Kevin Brownlow.



 

5 Comentarios »

  1. Hola Irene:
    Charlie Chaplin, todo lo que se puede decir siempre parece poco.
    Curioso que las «Silent movie» aquí se tradujeran por cinemudo. Lo cierto es que, con muy pocas palabras decían mucho. Yo era un chaval en los sesenta y cuando tocaba una de Charlot o de sus coetáneos, todos nos apiñábamos alrededor de uno de los escasas televisores, y siempre había algún encargado de leer en voz alta los rótulos que salían de vez en cuando. A veces no daba tiempo a leerlo entero. Aunque tu especialidad es el cine dentro del cine espero que no te importe esta aportación de cine dentro de vida.
    Un saludo, Manuel.

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  2. Ay, querida Irene, me has traído a uno de mis nuevos favoritos de este año (aunque debo confesar que no he visto tantos cortos como largometrajes). Qué delicia esta selección. Chaplin era fantástico rompiendo la «cuarta pared», recuerdo en especial su peculiar versión de «Carmen» (parodia de aquella de DeMille en donde es Chaplin y no Carmen quien termina bailando sobre las mesas en la taberna de Lilas Pastias) en la que dedica el último plano de la película a mostrar que todo no ha sido más que un espectáculo montado para entretener, que no hay muertes que lamentar.-
    Intentaré ver al menos alguno de estos cortos que nos has traído. Me causa mucha ilusión que, además de ser divertidos, me presenten una suerte de documento sobre el arte del cine en estos años fundacionales que adoro.-
    Un beso enorme, Bet.-

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  3. ¡Amigo Manuel, y qué importante es el cine vinculado a la vida! Y qué bonitos son esos recuerdos cinematográficos.
    Tienes razón, yo suelo emplear dos acepciones, cine mudo, bastante más común. Y cine silente, que me gusta bastante, pero es menos común.
    Con Charlot mi recuerdo de infancia está unido a mi abuelo. Antes de los videoclubs, había tiendas que alquilaban películas para los proyectores de super 8. Hablo finales de los setenta, principios de los ochenta. Pues bien, mi abuelo todos los domingos que venía a casa, traía a sus nietos cortos de Charlot o los largometrajes de Tarzán, las de Johnny Weissmuller, claro. Recuerdo que las bobinas venían en unas cajas rojas o verdes. Qué tardes de cine pasábamos.

    Con cariño
    Irene Bullock

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  4. Amiga Bet, yo tengo una vinculación muy especial con Charlot. Lo adoro. Algunos de sus cortos son puro deleite. Esta selección es una joya y se disfruta, pues como dices son un «documento sobre el arte del cine en estos años fundacionales», y además se va viendo la evolución del personaje.
    El primero, A film Johnnie, como verás puedes verlo en esta misma entrada y es un gozo. No solo ves una sala de cine de aquellos tiempos, sino también ya el «fenómeno fan» y cameos de famosos, así como los estudios por dentro y los rodajes en exteriores… ¡y en solo diez minutos!
    Pero es que los demás proporcionan descubrimientos y son muy ricos en su análisis… y además te ríes un montón.

    Con cariño
    Irene Bullock

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