Misteriosas grabaciones angelinas

Santiago Alonso 


Si echamos un vistazo a las bases de datos que recogen el número de películas caracterizadas por el juego narrativo de las «grabaciones encontradas», descubriremos el increíble recuento de más de 900 referencias, entre largos y cortos, y entre títulos de toda índole productiva, desde los que contaron con financiaciones más o menos holgadas hasta películas amateur. Cabe, entonces, hacerse una razonable pregunta: a estas alturas, ¿qué puede ofrecer todavía una modalidad cinematográfica tan delimitada como repetida? La presentación en festivales y plataformas de Murder Death Koreatown, un filme al que rodea un intencionado misterio publicitario, pues ni siquiera se sabe quiénes lo firman, y que ha generado adhesiones y rechazos entre el público, demuestra que pese a todo esta clase de documental ficticio todavía da que hablar. Un hecho que agradecerán sus no pocos aficionados.

Circunscribiéndose casi siempre al cine de terror, las mejores películas basadas en las supuestas filmaciones in situ de los protagonistas han brillado gracias a sus, al menos, dos presupuestos formales más interesantes. Son muy básicos, e incluso toscos a veces, pero sus resultados se han revelado subyugantes en determinados títulos. En primer lugar está la posibilidad del planteamiento cinematográficamente puro de la narración. Por ejemplo: ¿sería posible contar con otro lenguaje que no fuera el de la imagen en movimiento el relato de una cinta como la española La cueva? Y, en segundo lugar, está la paradójica, a la par que naturalísima, ventaja obtenida de lo pavorosamente implícito. Por mucho que la protagonista de [•REC] grite: «¡Grábalo todo, por tu puta madre», es del fuera de campo de donde emana con particular intensidad el desasosiego y, después, el miedo. Extraerlos fuera del encuadre, o de la zona que no se ve dentro del mismo, tiene un mérito enorme, no al alcance de cualquier director. Un ejemplo célebre lo encontramos en el primerísimo plano de la cineasta excursionista, con el objetivo de la videocámara casi dando contra su rostro, de El proyecto de la bruja de Blair. Más allá de la impresión que produce su pánico, destaca el temblor y la angustia ante lo desconocido que acecha en la oscuridad, fuera de la tienda de campaña.

Murder Death Koreatown se presenta precisamente como una actualización contemporánea de la estrategia promocional que acompañó el estreno de El proyecto de la bruja de Blair, sin salirse, además, del mismo rígido esquema con el que se conforman decenas y decenas de producciones similares. Adentrándose en el llamado universo creepypasta —es decir, el entramado de foros, redes sociales y otros medios digitales que alimentan hoy día las leyendas urbanas actuales—, la película toma como muy discutible punto de partida un crimen real no resuelto y, a continuación, cuenta la investigación casera iniciada por un vecino del lugar, el barrio coreano de Los Ángeles. A partir de aquí, lo que empieza siendo un (falso) relato de género true crime se desvía hacia terrenos tenebrosos y conspiranoicos. El anónimo protagonista obtiene una serie de reveladoras fotografías y grabaciones que después envía a un amigo, quien (aquí continúa el juego metaficcional fuera del largometraje) las raciona primero en internet para generar intriga, y después las reúne en lo que viene a ser el falso documental titulado Murder Death Koreatown, accesible en plataformas (reales) de medio mundo y a la venta en deuvedé, aunque sin revelar tampoco su identidad.

El resultado es demasiado irregular, sobre todo porque los aspectos terroríficos, aliñados con trampas que rompen la austera magia de la verosimilitud documental —hay algún que otro fondo sonoro extradiegético—, no acaban de cuajar y se solucionan de modo un tanto decepcionante con cinco o seis instantáneas explicativas que se muestran al final. De hecho, estas fotografías empañan la meritoria ambigüedad argumental trazada a lo largo de todo el metraje. Pero, con todo, los elementos originales sorprenden y consiguen darle una vuelta de tuerca significativa al formato. Porque el protagonista, con la videocámara siempre a cuestas, reconstruye la trama como un narrador enfebrecido e irritante casi desde el primer minuto. Mientras camina, con su torrente verbal martilleando nuestros oídos, hay muchas tomas en las que solo vemos las sucias aceras angelinas. Quizás se haya sacrificado así lo cinematográficamente puro al pedirnos que atendamos sobre todo a la palabra grabada, pero el vaivén de las filmaciones y las texturas del suelo se asimilan al discurso desequilibrado de un joven en paro que se ha metido a investigador amateur.

De ahí que el principal interés de la película resida en cómo se compone el retrato de una mente cada vez menos estable. No pocas veces lo que se enseña en pantalla, supuestamente «lo objetivo», en cuanto a que se trata de documentos grabados en una calle o un patio trasero de la vecindad, se transforma en la visión alterada del personaje. Véanse en ese sentido varios planos de apariencia vaporosa y fantasmal como reflejo de la pura zozobra, aun perteneciendo a unos normalísimos paisajes urbanos californianos. Y a eso se le debe añadir, por el lado opuesto, la presencia contante de mendigos y de basura por cada rincón, una circunstancia que aumenta la desazón general. ¿Hay algo que distorsiona la realidad o todo está en la cabeza del protagonista? La representación fílmica de la psique de este es sin duda bastante novedosa dentro del subgénero.

Según han señalado varios críticos, la película también recuerda en versión casera, aunque sin coartadas hípster ni chácharas pretenciosas, a Lo que esconde Silver Lake por aquello de presentar el estupor milenial. Y no parece una mala interpretación. En cualquier caso, como película sobre espíritus y secretos mortales que se ajusta al concepto de las «grabaciones encontradas», Murder Death Koreatown pierde mucho fuelle mientras se desarrolla, pero, por el contrario, funciona hasta el final como inquietante película de terror no sobrenatural situada en Los Ángeles: refleja la aprensión, la soledad, la paranoia y, por último, la locura de las que es víctima una persona joven demasiado encerrada en casa y demasiado dependiente de las pantallas.


MURDER DEATH KOREATOWN se ha presentado en el festival TerrorMolins 2020 y puede verse en Filmin hasta el día 22 de noviembre.



 

MURDER DEATH KOREATOWN

Dirección: anónimo.

Género: terror, falso documental. Estados Unidos 2020.

Duración: 80 minutos.

 


 

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